¡Velay!
“En fin y
menos mal, Tomasito:
es mucho mejor
llegar a tiempo
que no andar rondando durante cien años,
¡velay!”;
recuerdo que te decía tu abuela paterna
cuando llegaba ágil del puerto pesquero,
tras remontar cuestas inacabables,
estradas sinuosas, bucólicos atajos,
peldaños desvencijados de hormigón,
y aún superar los cuatro pisos
que la separaban de la vivienda familiar,
como sólo lo hubiera hecho
una lozana moza de diecinueve primaveras:
risueña, satisfecha;
portando aquel vetusto capazo de hule negro,
herniado de chicharros,
de sardinas,
o de verdeles.
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