Talía y Campanilla
Suéñame, niño
mío. Déjame que te coja
de la mano y
te lleve conmigo a Nevermore,
para que te
diviertas a mi lado corriendo
las más
extraordinarias aventuras,
para que
sigas siendo siempre un niño
y no trabajes
ni te mueras.
Peter Pan, LUIS
ALBERTO DE CUENCA
Día a día, semana a semana, mes a mes,
año tras año, estoy más convencido
de que acaso no deberíamos salir más
a bares de copas ni a locales nocturnos,
ni a discotecas para mayores:
y es que en estos lugares impera
la gramática más parda
para las flores y los picaflores
más inteligentes;
es más, siempre resultan unos
exóticos jardines en cuyos
interiores pululan legiones
de variopintos tropeles ungidos, además,
de la tiranía del sexo y, cómo no,
encima se nos aparecen dotados
de la sabiduría más fatua de señores
y señoras que ni lo son,
ni jamás lo fueron;
eso sí, todos ellos se muestran
acompañados de legiones inacabables
de correveidiles, soplagaitas,
aduladores y triunfadores espurios.
La principal excusa que te aduzco
para ir evitándolos, Tomás, es que,
sobre todo, lo que nos ofrecen
y oímos en ellos nos impide a continuación
ensayar el delicado vuelo de Peter Pan;
y claro está, no nos queda otro remedio
que seguir añorando: uno a su inolvidable
Talía, la musa que más me sigue inspirando
desde el efímero parnasillo de la vida,
y tú citándome una y otra vez
a tu pizpireta y evanescente Campanilla.
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