El enfado del aprendiz
(Carta abierta a un editor)
El otro día me dijo Tomás que había recibido una carta de un editor, al que hace ya bastantes
meses aquél había enviado uno de sus primeros trabajos. Veía un poco enfadado a
mi colega, le pregunté por qué estaba así; sin más me tendió la misiva, y leí:
Estimado
amigo:
Ante
todo, gracias por haber confiado en PLEONASMO EDITORES para la presunta edición
de “La vereda”. Sobre este particular, he de señalarte que somos una pequeña empresa
editorial, la cual agradece sobremanera tu aprecio por nuestro grupo; pero te indico
que tu obra es muy difícil de encajar en alguna de nuestras series, ya que,
aunque se perciba cierta calidad literaria en ella: por otra parte, creemos que
se trata de un texto inclasificable; y es por esta cuestión por la que nos
vemos obligados a rechazarla. Mas esta decisión no nos es óbice para que en el
futuro volviésemos a colaborar. Por nuestra parte estamos abiertos a ello, y
así, de forma recíproca, lograr una relación cada vez más dinámica. Ávila
2/02/05, Práxedes Gijón.
Lo que más le dolió a Tomás fue que aquél valorase su
obra como inclasificable (a una “ingrata tarea” que a mi colega le llevó casi
un año), dado su afán de perfección; al que admiro por su empeño y capacidad de
trabajo. En pocas palabras me dijo que él no se quedaba así, como un panoli, y
me comentó que enseguida iba a pergeñar un borrador de réplica para enviárselo
al editor. Al cabo de cinco días me lo pasó para que lo echara un vistazo; en
él exponía lo siguiente:
<<Estimado Práxedes: He recibido
tu amable carta, después de que han pasado muchos meses desde que te envié el original
de mi novela. Es más, creo que si hace unos días no te hubiera mandado un pequeño
comunicado solicitándote información al respecto, seguro que habrías pasado de
mí y de mi obra, a la que valoras, si es que la has leído, como inclasificable.
Quizá es por esta misma razón por la que yo hubiera tenido que haber hecho lo
mismo contigo, y no gastar mi tiempo redactando este escrito; si lo hago es
porque intuyo en ti un gran profesional: veo que te desenvuelves de forma
óptima en los medios en los que habitualmente leo tus interesantes trabajos,
entrevistas, muy buenas por cierto (pienso que es lo que mejor haces), y tus
críticas literarias: unas veces tan acertadas como otras catastróficamente
desacertadas.
>>Entiendo que no debe resultar
nada fácil ser editor, y más en una monarquía parlamentaria en la que ya
escriben hasta los gatos, como manifiesta sin ningún tipo de complejos un dilecto
amigo mío, dado el descomunal y vanidoso afán de brillo y lucro personal de
todos los seres envueltos en la férula de la “cultura”, en un país en donde los
juegos florales y demás concursos literarios están a la orden del día. ¿Sabes
quién es el único que saca beneficio de todo esto?: el establishment; sí, el “Sistema”, ya que mientras la inmensa mayoría
de los “amanuenses” estamos atentos a nuestras creaciones, no le tocamos los
huevos (al “Sistema”), y todo lo demás nos importa un comino: incluido el
terrorismo, la miseria, las bombas atómicas, las guerras y los cataclismos
telúricos –como a aquel famoso escritor irlandés afincado en Trieste–; mientras
tanto: comemos como Baco, follamos como conejos, somos guapísimos, creemos que
no nos vamos a morir nunca y en absoluto nos preocupamos de reivindicaciones de
todo tipo, sobre todo sociales, al mismo tiempo que los orondos portavoces y
paladines del progreso no dejan de pregonarnos que somos la octava potencia
económica del orbe.
>>Te aseguro que hace más por la
vida y la sociedad un panadero, cualquier menestral o un simple basurero, sí,
un basurero: uno de esos jóvenes y no tan jóvenes que van colgados en las bamboleantes
plataformas de los camiones municipales, que todos los escritores, periodistas
y editores juntos. Al teclear estas líneas evoco al hombre de acción que fue
nuestro inolvidable Unamuno. Y, por el contrario, me choca el sedentarismo del
misógino Baroja que, denostando a todo dios: escribía dos novelas al año casi
mimetizado con su mesa camilla, al lado del brasero; enfundado en unas
zapatillas a cuadros, de orillo dorado, y los sarmentosos dedos de las manos
encenagados de harina, previo balance diario de las cuentas de la tahona
familiar.
>>No me siento escritor; acaso
sólo sea un simple diletante. Si habría de considerarme algo sería de aprendiz
de hombre y, en todo caso, de aprendiz de escritor tardío, ya que a “trancas y
barrancas” acabé el bachillerato y después he pasado demasiados años de mi vida
trabajando en uno de los gremios laborales más duros: el de montajes
industriales, haciendo, junto a miles de profesionales, que el país funcionase,
hasta que la columna vertebral me pasó factura, como ahora empieza a pasármela
la vista, a pesar de haberla tenido de lince.
>>Ahora bien, siento tanta pasión
por la “puta” literatura que, en el fondo, os “envidio” un poquito a todos los personajes
y personajillos que coméis de ella. Lo que también te apunto es que soy un
lector empedernido, desgastadora actividad a la que hacen caso omiso la mayoría
de los escritores, editores y periodistas; sobre todo estos últimos, los
gacetilleros, muy dados, además, a enzarzarse en polémicas de las que no tienen
ni repajolera idea: sólo sirven para continuar
alimentando sus propias vanidades, y seguir recibiendo el memo beneplácito de
sus jefes o redactores, dado el gran poder fáctico que ejerce la prensa sobre
el gran vulgo.
>>No aspiro a dejar a la humanidad
nada como En busca del tiempo perdido;
Ulises; La metamorfosis; La montaña
mágica o Viaje al fin de la noche...,
por citarte algunas obras cumbre de la literatura. Podía enumerarte más, sólo
tengo que girar el cuello hacia mis apretados anaqueles, ya que como te expliqué
antes, si había de considerarme algo: sólo me siento un “buen lector” y, de
imaginarme escritor: escritor tardío que camina testudíneo hacia Comala. Si
lograse una “obrita” como Pedro Páramo,
aunque después “el llano ardería asolado por llamas de veinte metros”, me
retiraría de la literatura, sin llegar a los trágicos extremos de Larra o
Pavese, con el filantrópico fin de dedicarme a donar esperma, lo cual, a la
larga, pienso que me sería más grato en todos los sentidos que los eternos sinsabores
que nos sigue brindando la literatura. Te revelo que únicamente la profeso para
defenderme de las ofensas de la vida, como en una ocasión manifestó este último
monstruo suicida latino.
>>Te ruego que me perdones estas
digresiones (las exige el guión), si no te gustan: tienes que joderte; así me
jodí cuando en tu carta deletreé lo de inclasificable respecto a mi obra.
>>Ahora vamos a hablar de ni
novela, nivola o nivolita como decía nuestro querido don Miguel. Y es que, para mí, La vereda es una obra deliciosa,
sincera, espontánea: abierta como todas las novelas de Baroja: sin
planteamiento, nudo, ni desenlace (acordándome de las famosas premisas literarias
del bardo de Iria Flavia); tampoco las entrañables obras de don Pío las tenían
y, empero, este heteróclito y cascarrabias autor está reconocido como uno de
nuestros más eximios novelistas, ¿estarás de acuerdo, no?
>>Si me dices que no es una
novela, lo entiendo; mas podíamos convenir en que se trata de un libro de
viajes (de andar y ver). Ya sé que mi obra no le llega a la altura de la
primera plana a Viaje a la Alcarria; Judíos, moros y cristianos, ni mucho
menos a Campos de Níjar, de mi
admirado catalán comunista, ni a Viaje en
autobús de Pla... ¿Has escrito una obra como alguna de éstas?
>>Para concluir, podíamos
considerar mi trabajo como un híbrido, a caballo (o mejor a mulo) entre la nivola y el libro o reportaje de viajes:
sólo pretendí narrar algo al preparar dicho texto; sobre todo porque sigo
pensando que la novela es un género tan envolvente, tan abarcador..., que en
ella tiene cabida todo, hasta la poesía y el ensayo: hay muy buenas novelas
ensayísticas, ¿no piensas así?
>>Cuando hacías la crítica, o
mejor dicho en este caso, el comentario de Oceanía,
publicado por tu sello editorial, indicabas que esta obra no era ni un ensayo,
ni un reportaje, ni un diario de viaje; pero que tomaba parte de los tres
géneros: lo que todos entendemos por el lexema híbrido, ¿estás de acuerdo? Podría ser que mi libro estuviera mal
redactado, eso jamás te lo discutiré, te reafirmo que me pareces un gran
profesional; ahora, lo que no te admito, por muy buen escritor o editor que
seas, es que me digas que mi trabajo resulta inclasificable.
>>Pero lo que no
pretendo es que estos humildes puntos de vista te vayan a resultar obstáculos
para que sigas clasificando: “androides opacos” (los veinte euros peor gastados
de mi vida), “historias de bucaneros”, de clochards,
“memorias de sodomitas o pederastas”..., ¡qué sé yo! Sin embargo, en este
postrero caso prefiero las vidas de los santos: incluyendo su hagiografía,
hermenéutica o aun su cruento martirologio. Eso sí, eres muy libre de editar lo
que te dé la gana.
>>Me gustaría pergeñar en
cuatro... o en cuatrocientas lluviosas tardes de domingo, como la de ayer, una
de las obras que te he citado: mandártela; que harías una tirada millonaria y
te harías rico; me concedieses un diez por ciento de derechos de autor, cien
ejemplares para regalar a los amigos, y todos contentos. Eso es la literatura
actual: un producto de consumo destinado a colmar las estultas vanidades (o la
vanidosa estulticia) de cuatro escritores resabidillos metidos a editores, ¿o
no?
>>En cuanto a la crítica del libro
de la “pizpireta de Mundaka” que hiciste en SPLEEN:
he de decirte que jamás he leído un libro suyo, mas nada tengo en su contra.
Tampoco me cayó, ni me cae bien, esta autora; y más desde que hace años la vi
en un programa de televisión junto a Umbral y otros personajes de la farándula
literaria: parecía que “la Sofía”
se quería comer a todo el mundo; apenas dejaba hablar a sus interlocutores.
Daba a entender como que lo sabía todo de las hamburguesas, del sexo y de la
vida..., cuando me parece que la citada “damisela” sólo contaba con unos
veintiocho o treinta años. Ahora, creo que lo que no puede hacer un crítico
elegante y educado, como pienso que lo eres, es entrar a saco en el pringoso
terreno de las descalificaciones personales. Cela expuso en una ocasión que el
premio que había ganado Sofía estaba lleno de mierda; pero éste no paró hasta
que se lo dieron a él mismo (a lo mejor para revolcarse en la caca: él, que
tantos exabruptos, regüeldos y pedos expelió en vida). Aun así, creo que a
todos nos gustaría escribir como lo hizo el autor de La colmena, y ganarlo, ¿o
no?
>>Resumiendo, te reitero que me
disculpes por estas divagaciones literarias; lo único que he querido señalarte
es que me dolió que calificases a mi obra de inclasificable.
>>No te guardo rencor por nada en
particular, a pesar de mi énfasis en algunos de estos párrafos. Espero que
sigamos siendo amigos; te deseo los mayores éxitos en la ardua labor en la que
estás afanado, y que esta misiva, como me sugerías al final de tu precisa y
atenta carta, sirva no sólo para limar asperezas sino para facilitarnos una
relación más fluida. Te adjunto la crítica que apareció en “La Nación” de El androide opaco, editado por tu grupo;
reseña que, me imagino, ya habrás leído; pero que no te vendrá nada mal releer.
Sin otro particular, recibe un fuerte abrazo.
Portugalete, marzo 2007. Tomás
del Hierro >>
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