La inquieta madurez del yóquey
Sigues siendo muy soñador,
aunque estás convencido
de que no tienes
la suficiente
capacidad de abstracción
para canalizar de forma idónea
tus perpetuas inquietudes;
ya que siempre te encuentras ocupado
–opino que casi absorto–,
casi al borde del colapso nervioso,
en cuestiones didácticas
o propendes a ellas.
De cuando en cuando comprabas
algún que otro libro;
aun escribías compulsivamente
y en secreto.
No tuviste la ocasión propicia
para retomar tus estudios
y acaso haber intentado, al menos,
el paso por una facultad.
Ahora, en el umbral de la cincuentena,
te encuentras realizando el curso de acceso
a la universidad para mayores de veinticinco años:
“El que de joven no trota, de mayor galopa”,
me conferías que te manifestaba,
a veces, circunspecto, tu pobre padre,
cuyas cenizas aventaste compungido
y hierático, tragándote las lágrimas,
que se negaban a fluir,
sobre una de las tierras paniegas
del municipio que os vio nacer.
Pero lo ves tan complicado,
aun dedicándole tiempo suficiente
a las diferentes materias,
que dudas mucho de superarlo;
ante tal quimera, te consuelas pensando
que en las grandes empresas el mérito
también consiste en intentarlo.
Ahora, al teclear e intentar concluir
con torpeza estos apretados ¿versos libres?,
pienso en los incontables jóvenes que ni siquiera
logran terminar el bachillerato.
¿Por qué será?;
¿qué es lo que falla?
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