Paseos filosóficos, primates e
‘ismos’
Hace escasos días, en uno de mis habituales paseos
vespertinos, me encontré con Tomás –en clase le llamábamos ‘El tenaz
hablador’–: antiguo, simpático, entrañable y apasionado compañero de estudios.
Tras los pertinentes saludos y parabienes, cariñosamente
intercambiados por ambos, no sé cómo, la conversación derivó indefectible por
derroteros filosóficos en directa singladura hacia la Metafísica, atracando finalmente en el conflictivo puerto de la Ontología:
“Hoy, que ya he rebasado de sobra la delicada frontera
de las cuarenta primaveras, cada día estoy más convencido de ser un moderno ‘simio racional’
que camina totalmente erguido hacia el total Ateísmo por la umbría senda de la manigua del Agnosticismo. Ahora bien, cuando presiento la inminente llegada a
sus oscuros dominios me doy la vuelta, terriblemente asustado, para emprender a
cuatro patas el camino de regreso hacia mi anterior estado de absoluto y
convencido Escepticismo... Empero, tras
la loca e histriónica carrera, muy fatigado, no bien voy vislumbrando el punto
de partida, lucubro que sigo en la incertidumbre, ya sólo me dispongo a reiniciar
presto el mismo ciclo anterior... y así una y otra vez”.
...Me endosó con sobrio aplomo este inquieto “simio
racional”: causándome el suficiente revulsivo empírico como para tenerme en
constante reflexión a lo largo de tan más claras e intensas cuanto más lucubrantes
y desasosegadas veladas, todas ellas pasadas de claro en claro; complementadas, además, por un trasiego inacabable
de días de turbio en turbio... Como
nos había dicho nuestro más querido y universal manchego: sumido en la espartana
intimidad de su atiborrado cenáculo, rodeado de estólidos y desvencijados libros
de caballerías; quemándose las cejas bajo la escasa luz mortecina proyectada
por un pabilo estremecido. Incansable orate: paladín vernáculo de la justicia y
dignidad humana (acaso genuino trasunto del famoso manco); el cual, hasta el
mismo momento de la llegada inminente de su ‘cuerda cordura’, y ya totalmente aquiescente
con sus últimos afligidos celadores, en presencia de su fiel Sanchico el de la
panza, no sólo se nos había mostrado siempre como un incansable ‘desfacedor’ de
entuertos, sino también como el enemigo más acérrimo de pícaros, bellacos y
malandrines.
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