El cabreo de
doña Gertrudis
Una vez, Tomás –que había estado muy atento en clase
de Trigonometría, dispensada por Tales
con el humeante cigarro prendido de sus caninos– me relató que en dicha sesión irrumpió Chivirita muy circunspecto para comunicar a los alumnos las quejas
de la presumida administradora de La Tijera de Oro, una sastrería ubicada al
lado de la academia. Por delante de aquélla pasaban los excitados alumnos a
diario, cuando al término de las lecciones retornaban a sus domicilios: bien en
busca de las alubias del mediodía o por la tarde, pensando en la cena, ya que a
las horas que llegaban algunas veces, inexorablemente omitían la merienda.
Éstos siempre lo hacían comentando, estentóreos, los peliagudos problemas de la
‘trigo’...
Con permiso de Tales
les largó: “Escuchadme bien, por favor –Tomás se extrañó al oírle empezar, ya
que Chivirita jamás
les suplicaba–, hace una hora que ha estado doña Gertrudis, espetándome muy
alterada: “¡Qué puñetas! os enseñamos a los ‘escandalosos’ alumnos”; porque,
según ella, os pasáis el día de cháchara metiéndoos con sus ‘senos’ y los ‘cosenos’
de sus oficialas y encima tratáis de ‘catetos contiguos’ a Petronio, el
encargado, y a Raulín, el recadista. Y aún peor: muy nerviosa, me ha reiterado que
insultáis descaradamente a las aprendizas llamándolas a todas horas
‘hipotenusas’; criticándoles su trabajo y amargándolas con la mema cantinela: “De
que si ‘cosemos’..., que si no cosemos; que si con ‘tanta gente’ no somos nada
‘inteligentes’, ya que siempre nos mostramos tan ‘cortantes’ como ‘secantes’, y
que dada la variedad de complementos, suplementos y medidas: deberíamos de tomar
las tablas, ser más ‘consecuentes’ y tricotar con la ‘maestría’ de antes, en
vez de ser tan ‘secantes’ y salirnos por la ‘tangente’ sin hacer caso a las
demandas de la gente”.
No bien Chivirita
concluyó el ‘compendio’ de Trigonometría, la cátedra se quedó perpleja: Ja,
empezó Callejo; ja, ja Nuñez; ja, ja, ja, Mielgo; ja, ja, ja, ja, ja, Sánchez...,
hasta que todos se vieron inmersos en un paroxismo de altisonantes carcajadas. Tales, al no poder contener su
incipiente ataque de risa: las gafas le salieron disparadas, el humo se le
atragantó y, compulsivo, ante la repentina explosión estudiantil empezó a toser,
haciendo que los profesores que impartían clase en otras aulas pasasen a ver
qué sucedía dentro de tan estrambótica aula, donde temblaban de risa aun las
paredes; y gozaba tanto o más Chivirita
con su acertado número, que Tales y
sus acólitos, los futuros matemáticos.
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