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viernes, 6 de marzo de 2020

El cabreo de doña Gertrudis


El cabreo de doña Gertrudis



Una vez, Tomás –que había estado muy atento en clase de Trigonometría, dispensada por Tales con el humeante cigarro prendido de sus caninos me relató que en dicha sesión irrumpió Chivirita muy circunspecto para comunicar a los alumnos las quejas de la presumida administradora de La Tijera de Oro, una sastrería ubicada al lado de la academia. Por delante de aquélla pasaban los excitados alumnos a diario, cuando al término de las lecciones retornaban a sus domicilios: bien en busca de las alubias del mediodía o por la tarde, pensando en la cena, ya que a las horas que llegaban algunas veces, inexorablemente omitían la merienda. Éstos siempre lo hacían comentando, estentóreos, los peliagudos problemas de la ‘trigo’...
Con permiso de Tales les largó: “Escuchadme bien, por favor –Tomás se extrañó al oírle empezar, ya que Chivirita jamás les suplicaba–, hace una hora que ha estado doña Gertrudis, espetándome muy alterada: “¡Qué puñetas! os enseñamos a los ‘escandalosos’ alumnos”; porque, según ella, os pasáis el día de cháchara metiéndoos con sus ‘senos’ y los ‘cosenos’ de sus oficialas y encima tratáis de ‘catetos contiguos’ a Petronio, el encargado, y a Raulín, el recadista. Y aún peor: muy nerviosa, me ha reiterado que insultáis descaradamente a las aprendizas llamándolas a todas horas ‘hipotenusas’; criticándoles su trabajo y amargándolas con la mema cantinela: “De que si ‘cosemos’..., que si no cosemos; que si con ‘tanta gente’ no somos nada ‘inteligentes’, ya que siempre nos mostramos tan ‘cortantes’ como ‘secantes’, y que dada la variedad de complementos, suplementos y medidas: deberíamos de tomar las tablas, ser más ‘consecuentes’ y tricotar con la ‘maestría’ de antes, en vez de ser tan ‘secantes’ y salirnos por la ‘tangente’ sin hacer caso a las demandas de la gente”.
No bien Chivirita concluyó el ‘compendio’ de Trigonometría, la cátedra se quedó perpleja: Ja, empezó Callejo; ja, ja Nuñez; ja, ja, ja, Mielgo; ja, ja, ja, ja, ja, Sánchez..., hasta que todos se vieron inmersos en un paroxismo de altisonantes carcajadas. Tales, al no poder contener su incipiente ataque de risa: las gafas le salieron disparadas, el humo se le atragantó y, compulsivo, ante la repentina explosión estudiantil empezó a toser, haciendo que los profesores que impartían clase en otras aulas pasasen a ver qué sucedía dentro de tan estrambótica aula, donde temblaban de risa aun las paredes; y gozaba tanto o más Chivirita con su acertado número, que Tales y sus acólitos, los futuros matemáticos.


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