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miércoles, 18 de marzo de 2020

Kaláshnikov y cris malayo


Kaláshnikov y cris malayo


Después del radio, le tocó el turno al nostramo, contramaestre, el cual hablaba con respeto funesto de los piratas malayos, peligrosísimos: una verdadera plaga que infestaba, y me temo que aún seguirá infestando los piélagos más exóticos del sur asiático. Se trataba de docenas de individuos cobrizos, que aparecían hieráticos, con la vista anegada por la ira y la mirada perdida, vidriosa, a veces disuelta por el sadismo cicatero, sanguinario y amargado que incubaban sus pasiones más bajas, acicateadas, sin ninguna duda, por la miseria que siempre ha campeado en sus países de origen. Asomaban cuando uno menos se lo esperaba, preferentemente al anochecer, a bordo de embarcaciones vernáculas sólidas dotadas de motores fuera borda potentes, armados hasta los dientes. Portaban ametralladoras modernas e incluso algún que otro fusil de asalto AK–47 o Kaláshnikov. Exhibían el tórax musculoso, broncíneo, repleto de peines de proyectiles amenazadores, cruzados en aspa, y el cris serpenteante colgado al cinto, al lado de un rosario de bombas de mano. Algunas veces, en las primeras actuaciones, estos kamikazes facinerosos lograron sus objetivos, sembrando el pánico entre todos los asustados tripulantes, cuando conseguían abordarlos; e incluso antes, en el momento de verlos trepar rápidamente como primates a lo largo de cabos anudados que, unidos a los garfios tridentes, una vez lanzados y afianzados en los recios candeleros de las barandillas de los buques, facilitaban a los piratas el acceso, arriesgado, a las cubiertas elevadas. Una vez a bordo, siempre a punta de ametralladora, arramblaban con todo el dinero, normalmente muchos miles de dólares, del arca de caudales ubicada en el despacho del capitán. Continuaban con todas las cajas de güisqui, cajones de tabaco del sello y todos los objetos menudos que podían: joyas, relojes, pequeños aparatos ópticos y electrónicos y diversa pacotilla de a bordo, casi todo lo que podían transportar, bien organizados, los doce forajidos; y, posteriormente, estibarlo en sus embarcaciones espartanas. Ahora bien, una vez que dichas acciones se empezaron a masificar, los armadores y capitanes de los buques que surcaban las rutas conflictivas empezaron a tomar precauciones, aplicando medidas contundentes: redoblando al personal de guardia y aun armando hasta los dientes a sus dotaciones. De esta forma, los miembros de la tripulación disparaban al aire una ráfaga conminatoria de ametralladora en cuanto aparecían las hordas intrépidas de filibusteros, consiguiendo amedrentarlos casi con la misma facilidad que lo hacían los invasores cuando en otras ocasiones lograban ascender raudos a la cubierta.



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