Sicarios y menestrales
Un día
indeterminado Tomás me reveló que estaba harto de la codicia cicatera y
racanería pesetera que había percibido en algunos de sus jefes en el mundo del
trabajo. Y
es que se trata de unos empresarios desalmados, que siguen considerando a sus
operarios como pistoleros, al
reivindicar estos profesionales sus derechos, exigiendo los emolumentos que les
correspondían por estar anteriormente pactados, después y a pesar de haber
cumplido con sus trabajos de forma satisfactoria, holgada y meticulosa:
profesional
Uno
de estos patronos, un tal Crescencio Gómez, al frente de una empresa denominada
Sintek S.L., le hizo una jugarreta sucia a Tomás, tentándole con la engañifa suculenta
de un año de contrato laboral, redactado en unas condiciones aceptables, dada
la profesionalidad y experiencia que aportaba éste a su nuevo jefe, quedando las cláusulas claramente pactadas de antemano.
Después, aquél se hizo cargo de la obra a la que fue destinado: una compleja
instalación de tuberías térmicas, con toda su moderna valvulería e
instrumentación, incluso aportó a este patrón diferente personal, que mi amigo
conocía, por haber trabajado con él en otras empresas y obras...
A lo
largo de la obra, el nuevo jefe de equipo, como rezaba en nómina, dio, una vez
más, suficientes muestras de su buen hacer tanto con el personal que tuvo a su
cargo, unos diez profesionales, entre tuberos y soldadores, como con los
hierros y las tuberías, aparte de los problemas inherentes que se le iban
creando con el avance de la compleja instalación, en la que dejó su firma en cada tubo, en cada soporte; no
sólo controlando la soldadura, toda ella realizada al tig (tungsten inert gas), sino dirigiendo a un equipo cohesionado de
profesionales. Aun tomó la decisión de mandar a uno de ellos a la oficina ya
que éste, soldador, no dio la talla como tal.
Mas
no os lo perdáis, colegas, un día se presenta el facineroso con el contrato
para entregárselo, a pie de obra, después del transcurso de dos semanas; Tomás
cotejó en el acto que la cláusula del periodo de prueba, que normalmente se
limita a un mes, se extendía a dos, que era lo que, a priori, creía que él
había firmado; pero recordó que el párrafo del documento que hacía referencia a
dicho periodo estaba en blanco en el momento de la firma. Después de estampar
el contratado su rúbrica, este facineroso empresario añadió la cláusula por su
cuenta: es decir que puso dos meses, de lo que deduciría Tomás, a pesar de
haber tragado, que la acción insidiosa del facineroso era totalmente
planificada de antemano, mas qué otra cosa podía haber hecho mi colega. Acató
la situación siempre pensando en que tenía todo un año de contrato por delante,
que en él podía sanear de una vez por todas, y muy holgadamente, su maltrecha
economía (recuerdo que aún estaba pagando su piso), tras el largo periodo de
recuperación de las intervenciones que le realizaron en las malditas charnelas
lumbo-sacras, citadas en el anterior apartado.
Ahora
bien, no se esperaba la maniobra tan inelegante y guarra que aún le había de
enjaretar el facineroso impresentable que le tocó por patrón. Estando a punto
de acabar la obra, a los cincuenta y ocho de haberla empezado, el pérfido se
presentó en el tajo (Maderas Ibáñez, de Usánsolo), con una cara de, entre
vinagre y escayola, que daba asco verle, de por si éste ya era muy malcarado e
híspido. Sin más preámbulos, nada más que vio a Tomás le dijo que esa misma
tarde, al salir, se pasase por la oficina, que estaba ubicada en Muskiz, el
mismo cuchitril donde había firmado aquél el contrato engañoso. Tomás se olía
algo, todo el resto de la tarde estuvo preocupado por ello, aunque en ningún
momento bajó la guardia ni eludió sus responsabilidades como profesional.
Cuando terminó la jornada laboral, y llegó a la oficina, el facineroso le soltó
que prescindía de sus servicios; pero, claro, la obra ya estaba a falta de
cuatro remates nimios, que cualquier oficial avezado podría realizarlos en un
solo día. En fin, que le despedía con la excusa de no haber superado el periodo
de prueba. Tomás me contó que aquel día tuvo un tremendo rifirrafe con el
empresario bandolero y que, si no llegó a las manos con este hijo de puta de
espécimen, fue porque tenía más educación elegancia y conocimientos que el
pistolero desalmado que le tocó en cuestión, el cual se mostró en todo momento
estancado en su pragmatismo empresarial favorable, ya que Tomás nada le podía
reclamar por dicho despido. No obstante, mi amigo le puso a parir, sabiendo que
quizá esto era lo único que podía hacer; aunque después me concedió que estuvo
a punto de haberle soltado cuatro hostias, pero bien dadas, y haber arremetido
contra el escaso material de oficina que llenaba aquel cuchitril sórdido e
inmundo, amartillando sin piedad los monitores, estólidos, que, en ese momento,
por medio del salvapantallas dibujaban, ¡qué casualidad!, miles de tuberías de
todos los colores y en tres dimensiones. En cambio, se contuvo; pensó que tal
vez el día que acudiese a dicho cuartucho a cobrar el finiquito, tal vez lo
haría acompañado, ya que no de una porra de doce kilos, de un simple martillo,
oculto debajo de la cazadora, y una vez en su interior, después de tener el
talón bancario en las manos, el cual seguro que tampoco vendría bien conformado
en cuanto a los emolumentos pactados: primero reclamarle la parte restante y,
una vez que tuviera ésta en sus manos, arremeter contra todo lo que se le
pusiese por delante...
Pero
no; no lo hizo, no por falta de ganas, sino por no buscarse problemas, a pesar
de que el ladrón le chuleó por la patilla (como él había presentido), unas
cincuenta mil pesetas de entonces (hace unos diez y nueve años), aludiendo que
la parte proporcional de la paga de verano estaba incluida en el salario
mensual, contingencia que no era cierta; pero como había quedado pactada
verbalmente a favor del delincuente, este atracador se pasó dicha parte por el
forro de su sudada entrepierna...
Para
más inri, a este elemento facineroso a veces se lo encuentra Tomás de frente en
el paseo cotidiano, junto a su presunta consorte, y me comenta que ha llegado a
llamarle delincuente, hijodeputa y otras lindezas de su cosecha, matizándome,
además, que cada vez que se cruza con el estafador le añade que le dan
retortijones de barriga; ahora, todo ello espetándoselo delante de las propias
narices de su sorprendida esposa..., o lo que sea, aunque yo no creo que ésta
se alarme de nada, habida cuenta de que sus joyas y ropa interior seguramente
que se las costea con el dinero que roba su marido felón a los trabajadores
incautos que caen en sus garras estilizadas de pistolero habilidoso, más que
nada porque siempre he dicho que de tal palo...
Resumiendo:
estos patronos son una lacra desgraciada para los trabajadores: me atrevería a
decir que peor aun que los sicarios de la Cosa Nostra siciliana, a pesar
de que aún no hace muchos años ellos también han sido trabajadores...
¡Parece
mentira, pero es cierto!
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