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sábado, 28 de marzo de 2020

Sicarios y menestrales



Sicarios y menestrales



Un día indeterminado Tomás me reveló que estaba harto de la codicia cicatera y racanería pesetera que había percibido en algunos de sus jefes en el mundo del trabajo. Y es que se trata de unos empresarios desalmados, que siguen considerando a sus operarios como pistoleros, al reivindicar estos profesionales sus derechos, exigiendo los emolumentos que les correspondían por estar anteriormente pactados, después y a pesar de haber cumplido con sus trabajos de forma satisfactoria, holgada y meticulosa: profesional
Uno de estos patronos, un tal Crescencio Gómez, al frente de una empresa denominada Sintek S.L., le hizo una jugarreta sucia a Tomás, tentándole con la engañifa suculenta de un año de contrato laboral, redactado en unas condiciones aceptables, dada la profesionalidad y experiencia que aportaba éste a su nuevo jefe, quedando las cláusulas claramente pactadas de antemano. Después, aquél se hizo cargo de la obra a la que fue destinado: una compleja instalación de tuberías térmicas, con toda su moderna valvulería e instrumentación, incluso aportó a este patrón diferente personal, que mi amigo conocía, por haber trabajado con él en otras empresas y obras...
A lo largo de la obra, el nuevo jefe de equipo, como rezaba en nómina, dio, una vez más, suficientes muestras de su buen hacer tanto con el personal que tuvo a su cargo, unos diez profesionales, entre tuberos y soldadores, como con los hierros y las tuberías, aparte de los problemas inherentes que se le iban creando con el avance de la compleja instalación, en la que dejó su firma en cada tubo, en cada soporte; no sólo controlando la soldadura, toda ella realizada al tig (tungsten inert gas), sino dirigiendo a un equipo cohesionado de profesionales. Aun tomó la decisión de mandar a uno de ellos a la oficina ya que éste, soldador, no dio la talla como tal.
Mas no os lo perdáis, colegas, un día se presenta el facineroso con el contrato para entregárselo, a pie de obra, después del transcurso de dos semanas; Tomás cotejó en el acto que la cláusula del periodo de prueba, que normalmente se limita a un mes, se extendía a dos, que era lo que, a priori, creía que él había firmado; pero recordó que el párrafo del documento que hacía referencia a dicho periodo estaba en blanco en el momento de la firma. Después de estampar el contratado su rúbrica, este facineroso empresario añadió la cláusula por su cuenta: es decir que puso dos meses, de lo que deduciría Tomás, a pesar de haber tragado, que la acción insidiosa del facineroso era totalmente planificada de antemano, mas qué otra cosa podía haber hecho mi colega. Acató la situación siempre pensando en que tenía todo un año de contrato por delante, que en él podía sanear de una vez por todas, y muy holgadamente, su maltrecha economía (recuerdo que aún estaba pagando su piso), tras el largo periodo de recuperación de las intervenciones que le realizaron en las malditas charnelas lumbo-sacras, citadas en el anterior apartado.
Ahora bien, no se esperaba la maniobra tan inelegante y guarra que aún le había de enjaretar el facineroso impresentable que le tocó por patrón. Estando a punto de acabar la obra, a los cincuenta y ocho de haberla empezado, el pérfido se presentó en el tajo (Maderas Ibáñez, de Usánsolo), con una cara de, entre vinagre y escayola, que daba asco verle, de por si éste ya era muy malcarado e híspido. Sin más preámbulos, nada más que vio a Tomás le dijo que esa misma tarde, al salir, se pasase por la oficina, que estaba ubicada en Muskiz, el mismo cuchitril donde había firmado aquél el contrato engañoso. Tomás se olía algo, todo el resto de la tarde estuvo preocupado por ello, aunque en ningún momento bajó la guardia ni eludió sus responsabilidades como profesional. Cuando terminó la jornada laboral, y llegó a la oficina, el facineroso le soltó que prescindía de sus servicios; pero, claro, la obra ya estaba a falta de cuatro remates nimios, que cualquier oficial avezado podría realizarlos en un solo día. En fin, que le despedía con la excusa de no haber superado el periodo de prueba. Tomás me contó que aquel día tuvo un tremendo rifirrafe con el empresario bandolero y que, si no llegó a las manos con este hijo de puta de espécimen, fue porque tenía más educación elegancia y conocimientos que el pistolero desalmado que le tocó en cuestión, el cual se mostró en todo momento estancado en su pragmatismo empresarial favorable, ya que Tomás nada le podía reclamar por dicho despido. No obstante, mi amigo le puso a parir, sabiendo que quizá esto era lo único que podía hacer; aunque después me concedió que estuvo a punto de haberle soltado cuatro hostias, pero bien dadas, y haber arremetido contra el escaso material de oficina que llenaba aquel cuchitril sórdido e inmundo, amartillando sin piedad los monitores, estólidos, que, en ese momento, por medio del salvapantallas dibujaban, ¡qué casualidad!, miles de tuberías de todos los colores y en tres dimensiones. En cambio, se contuvo; pensó que tal vez el día que acudiese a dicho cuartucho a cobrar el finiquito, tal vez lo haría acompañado, ya que no de una porra de doce kilos, de un simple martillo, oculto debajo de la cazadora, y una vez en su interior, después de tener el talón bancario en las manos, el cual seguro que tampoco vendría bien conformado en cuanto a los emolumentos pactados: primero reclamarle la parte restante y, una vez que tuviera ésta en sus manos, arremeter contra todo lo que se le pusiese por delante...
Pero no; no lo hizo, no por falta de ganas, sino por no buscarse problemas, a pesar de que el ladrón le chuleó por la patilla (como él había presentido), unas cincuenta mil pesetas de entonces (hace unos diez y nueve años), aludiendo que la parte proporcional de la paga de verano estaba incluida en el salario mensual, contingencia que no era cierta; pero como había quedado pactada verbalmente a favor del delincuente, este atracador se pasó dicha parte por el forro de su sudada entrepierna...
Para más inri, a este elemento facineroso a veces se lo encuentra Tomás de frente en el paseo cotidiano, junto a su presunta consorte, y me comenta que ha llegado a llamarle delincuente, hijodeputa y otras lindezas de su cosecha, matizándome, además, que cada vez que se cruza con el estafador le añade que le dan retortijones de barriga; ahora, todo ello espetándoselo delante de las propias narices de su sorprendida esposa..., o lo que sea, aunque yo no creo que ésta se alarme de nada, habida cuenta de que sus joyas y ropa interior seguramente que se las costea con el dinero que roba su marido felón a los trabajadores incautos que caen en sus garras estilizadas de pistolero habilidoso, más que nada porque siempre he dicho que de tal palo...
Resumiendo: estos patronos son una lacra desgraciada para los trabajadores: me atrevería a decir que peor aun que los sicarios de la Cosa Nostra siciliana, a pesar de que aún no hace muchos años ellos también han sido trabajadores...
¡Parece mentira, pero es cierto!


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