Anastasia y Manolito
No habían transcurrido aún tres meses desde
la anterior campaña, y las exóticas fechas que disfrutamos con oriental lujo del
encanto cosmopolita de Shanghai y Bangkok. O, asimismo, las inmarcesibles noches
de intenso amor, entregados con epicúrea indolencia bajo la flameante luna de
Hong Kong, que rielaba con mimo acariciador sobre la lánguida bahía, cuyo
brillo sideral era suavemente tamizado por el esparto de las recias esteras que
conformaban la superficie velera de los juncos chinos, en continuo chapoteo
bamboleante de mecedora, acunados con terca molicie por las húmedas brisas
monzónicas.
Después de rememorar con el radio, el
tercero de máquinas, el “chispas” y el contramaestre aquellas lejanas jornadas en
el sureste asiático, al poco tiempo de dejar a popa las verdes ‘praderas’
ajardinadas del Mar de los Sargazos: el tifón Anastasia, para mayor inri, nos sorprendió atravesando el
devorador, fatídico y muy absorbente embudo del Triángulo de las Bermudas, como
reza toda la literatura inspirada por él. Entonces singlábamos en el petrolero
“Seville”, de la CONOCO, en derrota a la terminal de Port Hudson, conectada a su vez con la refinería de petróleos de Baton Rouge,
una de las mayores del mundo, situada aguas arriba del Mississippi, en el
estado de Louisiana. Transportábamos miles de toneladas de crudo nigeriano: uno
de los más ricos de la variedad de materias orgánicas que nos dejaron los
dinosaurios tras su descomposición hace millones de años, despojo
imprescindible para el giro ‘redondo’ de nuestro astro, y sobradamente cotizado
por los emporios petrolíferos del orbe. Alguno de los marineros pensamos que el
buque se nos partiría en dos exactas mitades, y pasaría automáticamente a
formar parte de la gran chatarrería abisal, mimetizado con todo tipo de navíos,
variados artilugios y decenas de aeroplanos; amén de formar la mayor marea
negra conocida hasta la fecha. Pero no, gracias a las inextricables fuerzas de
la naturaleza: Anastasia roló de súbito,
alejándose raudo hacia el sureste. Durante los tan difíciles como tensos
momentos, atrapados entre bamboleantes senos de olas de doce metros, soportamos
vientos huracanados del Oeste. Sin embargo, lo más curioso era que Manolito, calenturiento y revoltoso
platirrino, mascota del primer oficial, se hacía una palomita con descarada
fruición contemplando el gran almanaque a todo color que presidía el comedor de
maestranza, dedicado a Katty McFarlan: morenaza impresionante de seno generoso,
chica ‘Play Boy’ del año en curso..., mientras toda la tripulación laica blasfemaba
estentórea mirando al dantesco cielo, y la creyente se santiguaba recalcitrante
pidiendo auxilio a su patrona, la virgen del Carmen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario