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viernes, 6 de marzo de 2020

Anastasia y Manolito

Anastasia y Manolito


No habían transcurrido aún tres meses desde la anterior campaña, y las exóticas fechas que disfrutamos con oriental lujo del encanto cosmopolita de Shanghai y Bangkok. O, asimismo, las inmarcesibles noches de intenso amor, entregados con epicúrea indolencia bajo la flameante luna de Hong Kong, que rielaba con mimo acariciador sobre la lánguida bahía, cuyo brillo sideral era suavemente tamizado por el esparto de las recias esteras que conformaban la superficie velera de los juncos chinos, en continuo chapoteo bamboleante de mecedora, acunados con terca molicie por las húmedas brisas monzónicas.
Después de rememorar con el radio, el tercero de máquinas, el “chispas” y el contramaestre aquellas lejanas jornadas en el sureste asiático, al poco tiempo de dejar a popa las verdes ‘praderas’ ajardinadas del Mar de los Sargazos: el tifón Anastasia, para mayor inri, nos sorprendió atravesando el devorador, fatídico y muy absorbente embudo del Triángulo de las Bermudas, como reza toda la literatura inspirada por él. Entonces singlábamos en el petrolero “Seville”, de la CONOCO, en derrota a la terminal de Port Hudson, conectada a su vez con la refinería de petróleos de Baton Rouge, una de las mayores del mundo, situada aguas arriba del Mississippi, en el estado de Louisiana. Transportábamos miles de toneladas de crudo nigeriano: uno de los más ricos de la variedad de materias orgánicas que nos dejaron los dinosaurios tras su descomposición hace millones de años, despojo imprescindible para el giro ‘redondo’ de nuestro astro, y sobradamente cotizado por los emporios petrolíferos del orbe. Alguno de los marineros pensamos que el buque se nos partiría en dos exactas mitades, y pasaría automáticamente a formar parte de la gran chatarrería abisal, mimetizado con todo tipo de navíos, variados artilugios y decenas de aeroplanos; amén de formar la mayor marea negra conocida hasta la fecha. Pero no, gracias a las inextricables fuerzas de la naturaleza: Anastasia roló de súbito, alejándose raudo hacia el sureste. Durante los tan difíciles como tensos momentos, atrapados entre bamboleantes senos de olas de doce metros, soportamos vientos huracanados del Oeste. Sin embargo, lo más curioso era que Manolito, calenturiento y revoltoso platirrino, mascota del primer oficial, se hacía una palomita con descarada fruición contemplando el gran almanaque a todo color que presidía el comedor de maestranza, dedicado a Katty McFarlan: morenaza impresionante de seno generoso, chica ‘Play Boy’ del año en curso..., mientras toda la tripulación laica blasfemaba estentórea mirando al dantesco cielo, y la creyente se santiguaba recalcitrante pidiendo auxilio a su patrona, la virgen del Carmen.

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