Etiquetas

sábado, 14 de marzo de 2020

El estropicio

El estropicio



Ciclo de conferencias 'Amigos del Hotel de Portugalete'
Manuel Calvo, un portugalujo singular
Conferenciante: X. X. X.
22/3/2004
 


Estimado funcionario:

Ya me he enterado del ‘estropicio’ que mi amigo Tomás ha hecho en tu conferencia sobre Manuel Calvo. Por la amistad entre él y yo, rápidamente han llegado comentarios sobre qué mano conspiradora ha estado tras él, y me han preguntado la posibilidad de que ‘el coleccionista’ o uno mismo estuviésemos tras esa situación, sin duda embarazosa y desagradable.
Te puedo asegurar que ni ‘el coleccionista’, ni yo hemos tenido nada que ver con cualquier actitud de Tomás. Si lo piensas bien, él es lo suficientemente mayor como para ir solo a los sitios sin que nadie le diga nada.
Tomás es una persona de mucho carácter e inteligencia, ha leído mucho más que tú y yo juntos y tiene su propia opinión, tanto de los ambientes culturales como de los temas históricos. Tiene un defecto, tal vez para ti lo sea: no tiene pelos en la lengua y dice lo que piensa con toda tranquilidad, don del que carece mucha gente (incluidos tú y yo). El mismo carácter que ha podido mostrar en público contigo lo tiene conmigo; pero yo no tengo problemas con él porque tengo las ideas claras y sé cómo responderle.
La opinión que una persona como él pueda tener de ti o de mí, o de nuestra obra, no es un asunto meritorio, porque tanto la tuya como la mía son perfectamente accesibles: basta con leer tus libros y los míos, o tus artículos en los programas de fiestas. Cualquier opinión de ti y de mí es inevitable, y, de un modo u otro, va a ocurrir.
En este sentido tú y otros autores locales (entre ellos un rapsoda famoso de fama universal) tenéis un gran defecto, y perdóname que me atreva a decírtelo: os encanta enarbolar vuestro conocimiento y amor por Portugalete; pero carecéis de la humildad para reconocer que no lo sabéis todo. Con esa actitud podéis convencer a algunos, mas no a todos. La gente no es tan tonta como antes: puede informarse y sobre todo opinar. Y algo muy importante, el público sabe observar tu propio comportamiento (y el mío) para llegar a la conclusión que le dé la gana. Lo que él haya dicho lo ha hecho con su propio criterio y voluntad, al menos que pienses que la gente es boba, y cualquier mequetrefe sin pena ni gloria como yo o ‘el coleccionista’ tengamos la capacidad hipnótica de lavar el cerebro de la gente para que estropee tus conferencias. Si yo tuviese esa telepatía no la utilizaría para tal fin, ya que los lingotes del Banco de España me parecen más interesantes que cualquiera de tus conferencias.
Si te sirve de consuelo hace varias semanas me he visto obligado a dar una y los asistentes me ponían pegas cada diez minutos. La sociedad ya no cree en los santones ni en los gurús, y menos en gente como tú y yo, que no tenemos la titulación académica en nuestros temas. Yo no me enfado porque la gente me niegue el conocimiento en algunos asuntos, postura que llevo aguantando toda la vida –¿o te crees que no sé que la gente me toma por idiota?– y no me indigno como otros.
Si en esta ocasión te has irritado, mi consejo es que te relajes, porque el tope de mi indignación hace tiempo que ha sido rebasado, y con más motivos que los tuyos, si bien nunca he dicho nada. Para evitar conflictos inútiles, soy yo el que, si hace falta, se aparta de tu camino cuando nos encontramos por la calle. Tu actitud conmigo no es digna de una persona que luego va a dar conferencias en público, pero allá tú si las quieres dar. Nuestras parcelas jamás van a unirse, ni cruzarse en la vida, pues nos dedicamos a actividades tan distintas que cualquier resquicio de envidia por tu parte o la mía es una solemne estupidez. El trabajo de ambos –de realizarse– ha de hacerse en la soledad de nuestro hogar.
Nuestra villa es un enorme putiferio donde todo se sabe, y el cotilleo de porteras hace que cualquier error cometido por alguno de los dos sea comentado y ampliado con todo gusto de detalles. Sobre los errores que tú hayas podido cometer nunca he sido ni yo, ni ‘el coleccionista’ quienes los hallamos promulgado por ahí: la gente conoce de sobra tu manera de ser. Sin ninguna influencia por nuestra parte han tomado posturas sobre ti. La gente observa, y, aunque pienses que todos ellos son ciudadanos de tercera categoría, no es así. No es como yo o ‘el coleccionista’, que perdonamos los defectos ajenos porque somos conscientes de que todos tenemos fallos. Te lo voy a demostrar, en la contrariedad que tuvimos tú y yo no decidí defenderme hasta que, bravuconamente, me dijiste aquellas palabras delante del archivero de la villa. Por mi parte nunca te tomé muy en serio –con respecto a nuestro asunto, no a tus ocupaciones sobre historia local– y nunca había pensado en hacer nada en contra tuya. En cierto modo conmigo has tenido suerte, pero los demás no tienen la misma paciencia y saben despreciar a la gente mucho más que tú, porque el estoicismo tiene un límite.
Con respecto a lo que Tomás te haya dicho sobre la figura de Manuel Calvo, no tengo ni repajolera idea. Sobre este asunto no soy la persona más adecuada para opinar sobre la historia local –aunque me interesó en su día–, pero desde hace tiempo prefiero dedicar mi vida a otras cosas. Si tú me dices que Manuel Calvo trabajó de ‘cabaretera’ enseñando las nalgas por las tierras de Cuba, me lo tengo que creer. De mi entorno cercano la única persona que se ha molestado en indagar sobre el indiano es él: Tomás sabrá lo que te dice o no según su criterio, y en tu mano estará rebatirle o no, si estuviese equivocado.
Respecto a las ideas conspiradoras que te han rondado, elimínalas. Los contubernios judeo–masónicos nunca han tenido base ninguna, salvo para las personas que no saben cómo buscar respuesta a ciertas situaciones o que simplemente se creen infalibles ante Dios, los hombres…, y cualquier circunstancia inesperada. Como la culpa nunca es tuya, hay que buscar a algún tonto para echársela. Si lo deseas me confieso también culpable indirecto de la muerte de Jesucristo, de John Lenon, Kennedy; y puedo ser –si quieres– judío, masón, adicto al entramado de Fumanchú, Fantomas y el Doctor No; practicar satanismo los fines de semana, amén de chafar las conferencias a la gente de la cultura local. No te preocupes, aunque uno no haya sido el culpable ya te encargarás tú de encontrar los motivos de la conspiración.
Mira, baja ya a la tierra –te lo digo sin ningún rencor– y déjate de conspiraciones. Escribe –si lo deseas– sobre Historia, pero hazlo a conciencia, de tal manera que nadie te pueda reprochar nada, y nadie lo hará. Ni tus deseos de fama interfieren los míos, ni éstos interrumpen los tuyos –al menos que sufras el mal de la envidia–, en ese caso cualquier persona supondrá un obstáculo para ti. En nada te envidio y añado que no tengo enemigos, sólo exconocidos.
Lo que ha ocurrido aquí no es un debate de Historia, sino un ultraje a tu amor propio. Dijiste en la conferencia lo que sabías, o lo que te hubiese dado la gana decir, porque tienes derecho a omitir cierta información histórica en el caso de que la desconozcas o que no venga al caso ser expuesta en tu conferencia; vg.: si Manuel Calvo hubiera padecido tuberculosis, no podrías hablar sobre cómo le influenciaban los síntomas porque no eres médico y cualquier comentario sobre el tema, por tu parte, ni viene al caso, ni es relevante; por lo tanto lo puedes omitir.
Si no sabes sortear este tipo de obstáculos te recomiendo que cambies de trabajo porque vas a acabar deteniendo a los gatos callejeros por conspiración felina. Mira, vive tranquilo, sortea los obstáculos con dignidad y sosiego y no tendrás que preocuparte de nada. Como vayas por la vida acumulando triunfos, recuerda que vas a ser muy observado cada vez que hables, y no seré yo quien desee incitarte al ridículo. La vida, por sí sola, se encarga de poner a cada persona en su sitio.
Como no es mi intención hablar a tus espaldas y hacer chismorreos de portera escribo mis pensamientos y los firmo. Tengo la suficiente valentía como para escribir lo que quiera sin ampararme en la efímera palabra hablada, pues de todos es sabido que se la lleva el viento, y, de donde "dicen digo, digo Diego"; y en esta dinámica de hipocresías inventamos un discurso ficticio sobre lo que nunca dijimos y sobre lo que nunca hicimos.
Si algunas de mis palabras no te han gustado, lo siento; otros –y no señalo a nadie– aún no se han disculpado conmigo. ¡A que jode ser el ofendido! Como actúas con los demás, se portan contigo. Si a alguien se le ha ocurrido llevar la contraria a los iconos de la cultura local; ése no es mi problema y tengo, de momento, proyectos mejores en los que ocupar mi tiempo. Cada uno se labra su propio camino y ha de cargar en su conciencia con el peso de sus palabras y la responsabilidad que adquiere con su puesto. Tú verás si quieres ser recordado como un Calígula o como un Julio Caro Baroja. Las peores desgracias nos las provocamos nosotros mismos, no por culpa de otra gente. Los demás, aunque no te lo imagines, no nos comportamos como tú. A mí no me importa perder, acepto la derrota. Al lado mío tienes mejor status social, y, sin embargo, quieres más. Nunca estarás satisfecho. Tienes que demostrar a los demás si te mereces el respeto que buscas. Y el prójimo juzga con más severidad de lo que piensas porque te van a dar algo muy importante: la pervivencia en los años venideros, la gloria. Ellos tienen derecho al juicio y a la opinión. ¿Te has preguntado si mereces la benevolencia del público?
Si quieres te doy mis bendiciones, pero ten cuidado con pensar que la gente es tonta; la que se siente estafada no suele tener ninguna compasión. El vulgo aprende rápido lo que le enseñas. De vosotros han aprendido demasiado; por suerte, en esto, nunca habéis sido mis maestros. Creo que ya he escrito bastante; deseo que tengas mucha suerte en la vida y que, asimismo, la sepas administrar. 

Un saludo


Portugalete, 2 /4/ 2004
Theo de la Galea

No hay comentarios:

Publicar un comentario