Catarsis miméticas
I
Ortodrómica o loxodrómica
La relación que tienes con la
literatura
no tiene nada que ver con la
naturaleza:
que es como el motor de tu monótona
vida.
Aunque, cuando miras pletórico,
erguido hacia el horizonte,
con las piernas ligeramente
arqueadas
y los pies bien asentados sobre el
mullido
césped que corona triunfal los
farallones
del estuario, sientes sobre tu faz
la fuerte
brisa marina, que al mismo tiempo
clarifica y oxigena tus reflexiones,
mas caprichosa desordena tus largas
guedejas.
Pero por mucho que afines la mirada
acechando al Norte, no percibes
ni intuyes las costas del país del
hielo,
ni el Finisterre normando:
sólo desentrañas las distantes
volutas
que exhalan férreos propulsores
asentados
en caliginosas entrañas de afanosos
navíos.
Sus pausadas y babosas estelas de
caracol
te hacen pensar en la línea
ortodrómica
o loxodrómica de sus económicos derroteros.
Empero, de repente, recuerdas a
Ptolomeo
y a Copérnico y no dejas de
lucubrar
en la imperfecta redondez del
planeta.
En esos álgidos instantes ansiarías
convertirte en pejesapo para
sondear
con total libertad las simas
abisales
más abstrusas; así, mimetizado
entre
sus laberínticas grutas:
podrías palpar, escuchar...
y aun medir el silencio
sobrenatural
que emana de ellas,
haciendo simultáneamente
un metódico recuento
o quizá aristotélica reseña
de sus espeluznantes
y longevas especies.
II
Homo homini lupus
Por el contrario, si giras el
cuello
para otear las volátiles
profundidades de la bóveda celeste,
dices que te gustaría transformarte
en
un gran cúmulo: dotado con cabeza
de unicornio, propulsado por dos
grandes alas de gaviota,
equipado con radar de murciélago
y provisto de autonomía infinita.
De este modo, incansable,
batirías el éter desde el ecuador
e irías bordeando meridianos y
atravesando
paralelos rumbo a los gélidos
casquetes polares.
En estos periplos aéreos te gustaría
provocar
una vorágine catártica para que,
al menos,
ya que no los curase:
intentar espantar los malos
espíritus y
acaso exterminar el furor cainita
tan recalcitrante de los homínidos.
Me añades que te darías por
satisfecho,
si al menos lo lograse durante el
corto
espacio que media entre uno y otro
verano.
Y más si pensamos que dichos
estigmas siguen acuciando y
envenenando
a la humanidad desde hace miles
de millones de años.
III
A Max Brod por evitar la pira
Al escucharte dicho speech quedé sumido
en un total titubeo,
absorto, pensando en Max Brod,
Gregorio Samsa y
el propio Kafka y sus metamorfosis
de entomólogo de gabinete.
En ese momento me sentí tan
desplazado...,
tan poca cosa,
que no pude pensar en otra cuestión
que prometerte un encabezamiento
idóneo para estas emotivas
estrofas...,
aunque no sé si lo he logrado.
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