SILIDERMIL polvo
Mi colega se
lo pasa en grande, a veces regateando con los circunspectos libreros, durante
su recorrido de los domingos por los trillados adoquines de la Plaza Nueva
bilbaína, en torno a sus bateas. Se ha hecho amigo y habitual cliente de alguno
de los vendedores, que le hacen precios especiales; aunque otros se muestran
implacables con sus importes, puestos a voleo, parejos a los de las librerías,
con lo cual, si no está interesado en dichos ejemplares, pasa olímpicamente de
ellos. Hay días que vuelve a su casa cargado de lo que él llama un material excelente,
otros vuelve de vacío; si bien, previamente, se ha tomado un aperitivo en el
Boulevard, café que ya inspirara en tiempos lejanos a Unamuno.
Cuando llega
a su pisito, después del siempre entretenido safari, hacia las tres de la tarde, improvisa una paella rápida.
Mientras el arroz coge su punto, revisa los volúmenes adquiridos –si se le dio
bien la caza y captura–, pasándolos un paño húmedo con énfasis delicado, cuando
lo permite su estado. Seguidamente, comedido
y circunspecto, estampa su firma en cada libro, siempre a continuación de
las guardas iniciales, en donde aparece el título, autor y la editorial.
Tras la
inspección de los ejemplares, suele encontrar entre sus páginas, unas veces con
pátina antigua, otras impecables: algún pétalo de rosa marchito; o un billete
del metro de Moscú; o un décimo de la Lotería Nacional, número 12.345, sorteo
de navidad de 1965, en el que se aprecia el cuadro Las meninas, de Velázquez; o un cupón del ciego con el número 00.001;
o una entrada del zoológico de Barcelona; o un abono semanal Santurce-Bilbao de
RENFE; o un billete del ferry que surca la bahía de Laredo, con escala en
Santoña; o un almanaque de la Coca-Cola, la chispa de la vida, del año 1978; o
un prospecto de SILIDERMIL polvo, de laboratorios Martín Cuatrecasas S.A.; o
una estampita del Sagrado Corazón, o de la Virgen de Begoña; o una foto en
color de las cataratas del Niágara, fechada en 1980, u otra en blanco y negro,
troquelada, de un legionario barbudo llamado Argimiro, de la 3ª Bandera Tercio
de Flandes, que, en 1962, el día de su jura de bandera, mandó dedicada a su
idolatrada Hortensia, prometiéndole amor eterno...
Al fin,
satisfecho, lleva los libros a la mesa del cuarto de estar o bien al anaquel de
su estantería que tiene reservado para los volúmenes pendientes de lectura.
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