Los simpáticos gonococos voladores
Estaba enrolado como mecánico en el “Hontoria
Express”: “Tomasín el mecaniquín”, me decía Andresiño, el bombero gallego. Singlábamos
del Pérsico al Golfo de México, donde nada más arribar en el puerto de Veracruz
con derrota a Coatzacoalcos, procedentes de Nueva Orleáns: los incansables
mariachis nos invadían la atiborrada cubierta con sus enormes sombreros,
tripudos guitarrones, doradas trompetas y alamares; pero, claro, seguidos por
legiones de sedientas rameras.
Después de zarpar del último puerto
azteca, a los cuatro o cinco días de monótona navegación, rumbo a la costa
occidental africana: recordábamos aún las orgías anteriores y aun realizábamos
las pertinentes estadísticas lucubrando sobre la cantidad, calidad y tersura de
las innumerables chuchas ‘visitadas’. De repente, la enfermería del buque
empezaba a abrirse diariamente a las cuatro de la tarde para convertirse en el
muro de las lamentaciones, al ser el lugar más visitado. En aquel escueto cubículo,
casi siempre cerrado a cal y canto en otras singladuras y latitudes, el segundo
oficial se hartaba a ponernos inyecciones de penicilina. En dicha campaña aun
el Viejo y el mismo practicante de fortuna tenían los otrora activos y
empujadores arietes no sólo tristes y fláccidos, sino que asimismo el audaz
trépano del escaldado glande les aparecía irritado y purulento. Y es que la
mayoría de la tripulación habíamos pillado unas ‘purgaretas de caballo’, al
intercambiarnos con apasionada fruición y gozoso regocijo las señoritas más
atractivas y que mejor nos lo hacían. Esta importante cuestión corría como la
pólvora ardiendo, de la puerta de uno a la de otro camarote, ‘precintadas’
mientras duraba el pertinaz fornicio, y de uno a otro tripulante tras la consumación
de tales desenfrenos. Obviamente, este expeditivo procedimiento proveía los
rápidos intercambios sexuales de todos los libidinosos miembros de la
tripulación con las atractivas y fogosas gachupinas ‘manitas’; pero también facilitaba
enormemente a los argonautas la expeditiva propagación de los miles de millones
de ‘simpáticos gonococos voladores’.
Hoy, en plena era del sida, me choca la
terca renuencia de todos aquellos titanes hijos de Neptuno al uso de los preservativos,
que nunca empleaban, a pesar de tenerlos por centenas, a su total disposición.
Sin embargo, cosas de la vida, nunca se les conoció, a ninguno, otra enfermedad
de transmisión sexual más complicada que la aludida anteriormente; ni aun, con
el paso de los años, se les diagnosticaría un solo caso de VIH.
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