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jueves, 5 de marzo de 2020

Los simpáticos gonococos voladores


Los simpáticos gonococos voladores


Estaba enrolado como mecánico en el “Hontoria Express”: “Tomasín el mecaniquín”, me decía Andresiño, el bombero gallego. Singlábamos del Pérsico al Golfo de México, donde nada más arribar en el puerto de Veracruz con derrota a Coatzacoalcos, procedentes de Nueva Orleáns: los incansables mariachis nos invadían la atiborrada cubierta con sus enormes sombreros, tripudos guitarrones, doradas trompetas y alamares; pero, claro, seguidos por legiones de sedientas rameras.
Después de zarpar del último puerto azteca, a los cuatro o cinco días de monótona navegación, rumbo a la costa occidental africana: recordábamos aún las orgías anteriores y aun realizábamos las pertinentes estadísticas lucubrando sobre la cantidad, calidad y tersura de las innumerables chuchas ‘visitadas’. De repente, la enfermería del buque empezaba a abrirse diariamente a las cuatro de la tarde para convertirse en el muro de las lamentaciones, al ser el lugar más visitado. En aquel escueto cubículo, casi siempre cerrado a cal y canto en otras singladuras y latitudes, el segundo oficial se hartaba a ponernos inyecciones de penicilina. En dicha campaña aun el Viejo y el mismo practicante de fortuna tenían los otrora activos y empujadores arietes no sólo tristes y fláccidos, sino que asimismo el audaz trépano del escaldado glande les aparecía irritado y purulento. Y es que la mayoría de la tripulación habíamos pillado unas ‘purgaretas de caballo’, al intercambiarnos con apasionada fruición y gozoso regocijo las señoritas más atractivas y que mejor nos lo hacían. Esta importante cuestión corría como la pólvora ardiendo, de la puerta de uno a la de otro camarote, ‘precintadas’ mientras duraba el pertinaz fornicio, y de uno a otro tripulante tras la consumación de tales desenfrenos. Obviamente, este expeditivo procedimiento proveía los rápidos intercambios sexuales de todos los libidinosos miembros de la tripulación con las atractivas y fogosas gachupinas ‘manitas’; pero también facilitaba enormemente a los argonautas la expeditiva propagación de los miles de millones de ‘simpáticos gonococos voladores’.
Hoy, en plena era del sida, me choca la terca renuencia de todos aquellos titanes hijos de Neptuno al uso de los preservativos, que nunca empleaban, a pesar de tenerlos por centenas, a su total disposición. Sin embargo, cosas de la vida, nunca se les conoció, a ninguno, otra enfermedad de transmisión sexual más complicada que la aludida anteriormente; ni aun, con el paso de los años, se les diagnosticaría un solo caso de VIH.

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