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viernes, 5 de abril de 2024

Pan y circo

 Pan y circo

Así como resulta sobrecogedor que las superpotencias representen una real y constante amenaza para el mundo, de la misma manera las que no lo son gozan  con absoluto cinismo aplicando la máxima: "al pueblo pan y circo".

viernes, 2 de diciembre de 2022

¿Vivir o escribir?

 ¿Vivir o escribir?

Si vives la vida, no tendrás tiempo para escribirla; si la escribes, tampoco  lo tendrás para vivirla.

domingo, 30 de octubre de 2022

II dolce far niente


 

Il dolce far niente

 
 
[Comentario a Inhibiciones y pronunciamientos, de C. José Cela, publicado en el ABC el 6 /1 / 1995].
 

 

Desde mi humilde punto de vista prácticamente no estoy de acuerdo en nada con el polémico CJC, autor del artículo periodístico que tengo a bien comentar, por llamarlo de alguna forma. Don Camilo siempre se nos mostró como un personaje arribista, soberbio y desvergonzado como pocos dentro del panorama socio-cultural de la piel de toro. ¿Que hay, acaso, demasiadas fiestas?, de acuerdo; ahora bien, si están debidamente reglamentadas no veo por qué los trabajadores no podemos disfrutarlas haciendo en ellas lo que nos venga en gana. O es que no lo hacía él, vagabundeando a su libre albedrío por el país; aunque luego, eso sí, nos pergeñase exquisitos libros de viajes, narrando en ellos las escaramuzas que le surgieron en dichos periplos: ya sería cruzando La Alcarria, luchando con judíos, moros y cristianos o pateando la cornisa cantábrica desde el Miño al Bidasoa... Este personaje ganó el Nobel de literatura en 1989 y no se cortó en absoluto cuando dijo que a este premio, dotado, creo, de cien millones de las antiguas pesetas él le sacaría mil millones: con los royalties y demás rendimientos por publicidad –acompañado de una escultural gacela morena–, conferencias, etc. Me pregunto si el monto de esos descomunales rendimientos no sería para agasajar después en su pretenciosa finca de Guadalajara a toda una caterva de aduladores profesionales, políticos y otras endémicas especies fuertemente radicadas en el ruedo ibérico: todos ellos, claro está, tan vagos e impresentables como él mismo... Y es que considero que hace más por la vida y la sociedad un panadero, un albañil, incluso un basurero o un enterrador, ¿por qué no?, que todos los escritores de su ralea, sofistas, salvapatrias, correveidiles y demás pedagogos de pacotilla juntos.

Provengo de generaciones de campesinos y menestrales que lo dieron todo por este país; es más, algunos no llegaron ni a la edad mínima de jubilación, aquejados de todo tipo de desgastes de músculos y huesos, columnas vertebrales totalmente desvencijadas a lo largo de inacabables años de esfuerzo, y, a veces, aun cayeron abatidos sin miramientos por enfermedades profesionales en muchos casos no contempladas como tal. No todos podemos ser ni triunfadores, ni premios Nobel..., ni nada; aunque si algún día, por casualidad, instituyeran un premio al trabajo de verdad dentro de este cicatero, exclusivo y excluyente sistema capitalista, lógicamente quedarían excluidos por méritos propios todos los vagos y parásitos como el autor de La colmena: al que nunca le he quitado ni le quitaré ningún mérito como escritor, al que sigo admirando por ello; pero que seguiré denigrando como persona mientras uno viva; si bien ya no sé para qué, pues aquél está en el más oscuro infinito. Estoy plenamente convencido de que no se podía ir así por la vida, como iba él; lo cual nos demostró que el único que no encajaba dentro del sistema era él. Sencillamente por eso, y ya concluyo, ese desafortunado artículo fue en su día un enorme despropósito y un absoluto desprecio hacia el mundo del trabajo de verdad: al genuino esfuerzo que realizaban y siguen realizando miles y miles de personas sujetas a la implacable tiranía de la nómina: muchas veces contratados de cualquier manera, laborando en precario y con escasas o nulas expectativas respecto al futuro... y mucho menos aún al dolce far niente.

 

Un hombre que no quiso ser rey

 

Un hombre que no quiso ser rey

 

 

Un hombre que no quiso seguir siendo rey en un país donde reinaba el caos y la anarquía, situaciones inspiradas y estimuladas por las grandes desigualdades existentes en una sociedad que salía de una férrea dictadura indefectiblemente abocada al desconcierto, en medio de profundos desórdenes en todos los estamentos civiles. Eran los prolegómenos sociales del ya inminente triunfo de la idea o advenimiento de la deseada Segunda República. Esperado y multitudinario triunfo de la gran sed de igualdad, justicia y democracia de todo un pueblo: muy atrasado, analfabeto en su mayoría, pobre y hambriento; pero con mucha ilusión de libertad y futuro, al mirar con intensidad hacia las modernas democracias europeas. Ahora bien, una vez instaurada la Segunda República, la eterna presión de los atávicos y siempre insatisfechos poderes fácticos (iglesia y ejército), aliados perennemente con el todopoderoso gran capital, haciendo gala estos estamentos de un desprecio secular hacia sus antagonistas ideológicos y políticos, sumado a una interminable pléyade de fecundos y clarividentes intelectuales del bando contrario, lacerando aún más a las débiles clases inferiores y proletarias: facilitarían de forma irremisible, en un corto espacio de tiempo, que la infeliz nación se enfrentase a sí misma en una de las más cruentas y devastadoras guerras inciviles de todos los tiempos, la nuestra: La Gran Cruzada Católica en la llamada Reserva Espiritual de Occidente.

Antes y después de la brutal contienda, como contenido teórico y a veces colofón a sus tan uniformes como soporíferos discursos de aflautada voz, siempre repetiría el victorioso dictador el famoso párrafo acerca del Ruedo Ibérico...: “De ser muy susceptible la nación –¡pobre España!– a ser manipulada por peligrosos contubernios judeo masones”.

Como consecuencia de la maldita guerra entre hermanos, además del incontable número de víctimas que pagaron con su sangre y su preciosa e insustituible vida la total falta de entendimiento de las fuerzas políticas, la piel del toro, con la colaboración bélica de hordas de famélicos violadores moros, delincuentes legionarios sin escrúpulos, requetés vernáculos, brigadas de facciosos ítalos colaborando con expertos y experimentadores aviadores teutones, quedó completamente arrasada. Permanecerá, per saecula saeculorum, en manos de una caterva de astutos secuaces a lado de los triunfadores militares fascistas, que serán a su lado y en el inmediato futuro, los dueños y directores absolutos de la devastada y antigua Hispania romana. Posteriormente, durante la inacabable y hambrienta posguerra, todos estos funestos clanes citados actuaron en la más completa e impune libertad de acción, haciendo la vida prácticamente imposible en los pueblos y ciudades a los escasos y valientes disidentes que subsistieron a la masacre. Aun fuera de estos ámbitos urbanos, continuaron los vencedores de la cruzada con una hostigante y tenaz persecución tras decenas de luchadores armados que, a pesar de ser derrotados en la incivil contienda, después –en vez de huir fuera de las vigiladas fronteras ibéricas–, armados se refugiaron en los montes. Eran los llamados maquis, constantemente perseguidos y acosados por la Guardia Civil. Cuando estos intrépidos caían irremediablemente en sus redes, procedía la benemérita sin contemplaciones ontológicas, ni de ningún tipo, descargando a bocajarro certeras ráfagas de fusilería sobre este puñado de valientes. De esta forma, los rebeldes impusieron un régimen de terror y fuerte represión, para establecer –con más sangre aún–: el nuevo orden; continuamente firmando sus sádicos prebostes centenas de sentencias de muerte sin ningún temblor ológrafo en sus fofas manos y actuando como hambrientas alimañas sanguinarias, sin la más mínima consideración humana con los miles de desgraciados que caían en sus asesinas garras. Estos implacables sicarios abarrotaron las muy abarrotadas y lúgubres cárceles con miles de espectros de seres humanos, en deplorable condición de cadáveres con vida, aunque, milagrosamente, de esta forma tan inhumana, quizás algunos de ellos se salvasen de una muerte anunciada. La vida en la calle se caracterizaba por una total falta de libertad de expresión, e incluso en algunos casos de acción, impidiendo los rutinarios y necesarios movimientos de la población civil, en busca de los medios necesarios para su subsistencia. Un modo de vida totalmente sórdido siempre controlado por la tenaz, férrea vigilancia ejercida cotidianamente en la calle por el severo: inflexible, eficaz in extremis, y muy pegajoso control policial. Reprimía la DGS (dirección general de seguridad) cualquier tipo de reivindicación o protesta social con total aspereza, sin miramientos ni contemplaciones, aplicando con inhumana saña el reglamento fascista de los rebeldes militares vencedores, no escatimando los medios más contundentes y necesarios para ello. Por el desmesurado empleo de estos modos, siempre consideraron propios y extraños, que fue un régimen extremadamente fuerte por el uso indiscriminado de los medios represivos; pero ideológicamente de escasa cohesión: es decir muy endeble, al basar exclusivamente su poder en la descomunal fuerza ejercida por los cuerpos represivos.