La fértil malmaridada
Pasaste obligada por la vicaría
a los veintitrés años
(a la fuerza
también ahorcan),
a causa de un coitus interruptus
que a los nueve meses se convirtió,
en tu ubérrimo gineceo,
por obra y gracia de la madre naturaleza,
en un hermoso varón de cuatro kilos de
peso
y cincuenta y cinco centímetros de talla.
A los cuatro años concebiste otro
machote,
a pesar del efectivo método anticonceptivo
que empleabas, bajo el consejo
de una prestigiosa profesional
de la villa de don Diego.
Tras nueve años de aquella firma,
nerviosa en extremo,
en uno de los juzgados de la capital,
tú y tu consorte os planteasteis la
separación
y firmasteis raudos el convenio
regulador.
Después de siete años de vida
independiente,
volvisteis a firmar el subsiguiente divorcio,
con su retahíla congénita de demandas;
ruido estruendoso de procuradores
y abogados sin toga, requerimientos puntuales
de juzgados; docenas de alegaciones minuciosas;
sentencias temerosas, actas notariales,
minutas, disposiciones;
embargos y alzamientos de bienes…