La onomástica de las musas
Aquella tórrida noche, víspera de tu cumpleaños, tan turbulenta
como deliciosa, Míriam, cuando ya habían pasado varios meses de nuestro tácito
alejamiento: me contemplé metamorfoseado en Hesíodo y soñé con las nueve hijas
de Zeus y Mnemósine.
Atónito, veía a Clío,
que, ecuánime, encaramada en el atril del Parnaso de la historia relataba a sus padres, durante el corto intervalo de aquel
onírico crepúsculo estival, cómo Erato,
enfática, declamaba con gran lirismo
y elocuencia la poesía épica de Calíope... Entretanto, Terpsícore, ágil, danzaba e interpretaba con sensuales contoneos los sones bucólicos que emanaban del
caramillo soplado por la dulce Euterpe.
Urania, a su lado, tan boquiabierta
como impasible, absorta en la bóveda del infinito, escrutaba el universo con ladina usura aforando
nuevas estrellas. Al mismo tiempo Polimnia,
con su graciosa mímica, porfiada,
inmersa en el sutil galimatías de su bufa e inacabable pantomima: agitaba los
brazos, doblaba los dedos, flexionaba las rodillas, fruncía los labios, cerraba
o guiñaba los ojos; desafiante se ponía en jarras, hinchaba los carrillos y
resoplaba, representando de la forma más veraz a sus dilectos progenitores la
última tragedia de la afásica,
llorosa y compungida Melpómene;
siendo consolada ésta a su vez por la siempre alegre, comediante y pizpireta Talía:
mi musa favorita,... y la tuya, Míriam; la que cuando pronuncio la
aterciopelada fonética de su sugestivo nombre, más me sigue inspirando desde el
no sólo atribulado, sino efímero y vanidoso parnasillo de la vida; eso sí,
después de haber vocalizado, ensoñador, catártico, una y otra vez, con tan
erótica como suculenta y estructurada fruición bucal: palato-linguo-dento-labial,
los fascinantes nombres de sus ocho infatigables hermanas y compañeras
artísticas: Clí-o, E-ra-to, Ca-lí-o-pe, Ter-psí-co-re...
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