Ratón de biblioteca
Mi colega,
en varias semanas sedentarias, haciendo un espacio en el tiempo que ahora le roba la
tecla, ha terminado ciertas obras. Estas lecturas vienen a demostrar la postura
ecléctica que sigue cuando caen por sus manos trabajos de autores que
demostraron sobradamente su savoir faire
en el campo infinito de la buena literatura. Se trató de:
Estos
últimos días ha terminado un interesante libro de un autor –él diría no muy
conocido– que se llama Bruce Chatwin.
Fue Colina negra, un libro bucólico
que parece insustancial hasta cierto punto; pero que refleja fielmente la
trayectoria vital de tres generaciones de una típica saga familiar, dentro de
una Inglaterra profunda, durante un ignominioso siglo de existencia marcado por
dos grandes cataclismos bélicos que dejaron a Europa arrasada, un caudal
desmesurado de víctimas, y moral y económicamente hundida. Es un autor que
murió joven –a los cuarenta y nueve años–, periodista y viajero impenitente.
Renunció a una vida supercómoda en la mejor sociedad londinense para otear
horizontes diferentes desde países lejanos y exóticas culturas. Lo conoció
literariamente a través del taller literario de Mario Muchnik, en un libro titulado Lo peor no son los autores. En aquel
grueso ejemplar del activo editor judío descubrió las tres novelas más los dos
libros de andar y ver que nos legó
Chatwin, adivinando ya lo que se podía esperar del nómada autor inglés.
A.M.D.G. (ad
maiorem dei gratia), de Ramón Pérez de Ayala. Un buen libro
que dice la verdad más cruda sobre la nefasta secta de los jesuitas y sus más
que dudosos y proselitistas métodos de enseñanza.
Las mocedades de Ulises, de Álvaro Cunqueiro, autor gallego al que tenía muchas ganas de leer.
En esta lograda obra se colige su gran eruditismo y conocimientos exquisitos de
la mitología, en especial de la figura del personaje rescatado por Nausica en
la isla de Ítaca.
La caverna del humorismo, del impío Don Pío Baroja,
adquirido en el rastro madrileño al precio de diez euros. Preciosa edición
realizada en el año 1919 por Caro Raggio editor, cuñado de don Pío. Disfrutó de
lo lindo al leerla, opinando a su culminación lo mismo que Trapiello, que dice
que de Baroja todo tiene provecho, como la materia de los cerdos, bestias de
las cuales nada se desperdicia.
La antesala del infierno, de Alfredo Marqueríe, novela desconocida de un autor totalmente
inédito para él.
Teoría de Andalucía y otros ensayos, de nuestro gran filósofo y humanista José Ortega y Gasset. Publicado por la Revista de Occidente
de Madrid en el año 1944, y adquirido también en el rastro madrileño, al precio
de diez euros.
La sombra de Peter Wald, de Alberto Insúa, autor del cual no había caído nada en sus manos.
Escrita para seguir la línea que emprendió con la famosa novela El negro que tenía
el alma blanca, donde la agudeza psicológica y la penetración
profunda de los personajes que desfilan por sus páginas hicieron de él un escritor
muy leído en su época.
Nueva York: insustituible libro de viajes del
diplomático y trotamundos francés Paul
Morand, que fuera presentado en 1921 por Marcel Proust con Tendres
Stocks. Fue el creador más sibarita del cosmopolitismo literario: escribió
en barco, avión, tren, etcétera. Anotó todo tipo de experiencias y situaciones
vividas en cualquiera de los numerosos lugares por los que viajó. Libro
delicioso. Tras su lectura le gustaría disponer de dinero suficiente para
escapar navegando lentamente a través del Atlántico y, al arribar al puerto de
Nueva York, contemplar la estatua de la Libertad desde el Hudson como en otras,
aún no tan lejanas épocas, lo hicieron miles de inmigrantes en busca de trabajo
y futuro. Después de desembarcar e instalarse: perderse rápidamente entre los
rascacielos y avenidas de la ciudad más grande del planeta para disfrutar
durante un mes sabático de ese trepidante delirio colectivo y monstruosa locura humana.
Después de
no sabe cuántas horas de lectura, en un tipo de letra un poco menor de lo
habitual, ha concluido La vida es
así de nuestro inolvidable escritor portugalujo Zunzunegui. Hace poco tiempo estuvo por la capital de esta nación,
que tanta historia, iglesias y arte acumula. Se vio gratamente sorprendido, al
ubicar en su mente gran cantidad de lugares y calles por los que transcurre la
acción de esta novela sobre la vida de Madrid; en especial la existencia de sus
gentes en los barrios más castizos, llenos a rebosar de vida. Pasa por sus
páginas el hampa del Rastro, pero tratado con una ternura y a veces un desgarro
que hacen que el lector participe en ellas e intuya la vida popular de unas
gentes en busca del sustento diario en unos años difíciles y llenos de miseria
tanto moral como económica. Impresionante novela donde la ficción se mezcla con
la realidad para formar una trama que unas veces resulta muy fácil de
desenmascarar; pero otras se siente uno arrastrado por la intensidad narrativa
de un autor con una imaginación prodigiosa, el cual, utilizando la jerga del arroyo o lumpen de los matritenses consiguió hacerle gozar desde la primera
página hasta el final. Precisamente esta novela también fue adquirida en la
Cuesta de Moyano, al precio de dos euros, junto a El hijo hecho a contrata del mismo autor, en cinco
euros. Esta última la había leído anteriormente, pero quería tenerla en su
propiedad. Dichas compras fueron efectuadas en uno de los actos, preparados de
antemano, durante un bonito y reciente viaje de fin de semana, del que promete
contar todos los detalles. Ésta fue una primera cita exclusivamente cultural y
de toma de contacto con la ciudad de la que ha leído tantas páginas de la mejor
literatura desde Cervantes a Galdós, pasando por todos los
escritores de la desdichada generación
del 98.
El ómnibus perdido, de John Steinbeck, de reciente adquisición en esta última feria del
libro antiguo del Arenal bilbaíno. Llevaba tiempo deseando leer esta obra del
genial escritor americano. Premio Novel de literatura en el año 1962, fallecido
en 1968. Este gran hombre, socialista hasta la médula, autor de Las uvas de la ira, emponzoñaría su
vejez escribiendo crónicas de guerra desde Vietnam, haciendo total apología del
imperialismo norteamericano y glosa del napalm; loando las hazañas bélicas de
generalotes esperpénticos y mercenarios que al final se verían derrotados en un
país pequeño, pleno de umbrías selvas. ¿Quién no ha visto aquella estremecedora
imagen de los niños vietnamitas, corriendo hacia no se sabe dónde, con su piel
hecha jirones, abrasada por el gas deletéreo?” ¡Qué cosas, verdausté!”
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Los aromas femeninos son tan efímeros como fantásticos, su estela se desvanece rápidamente en el éter porque ellas siempre se muestran tan inseguras y sofisticadas como irreales. En cambio, las estelas que nos dejan los libros son tangibles: infinitas, modelan nuestro carácter y nos guían adecuadamente, dándonos todas las pistas para saltar con seguridad de una a otra obra: lo contrario que aquéllas.
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