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martes, 24 de marzo de 2020

Ratón de biblioteca


Ratón de biblioteca



Mi colega, en varias semanas sedentarias, haciendo un espacio en el tiempo que ahora le roba la tecla, ha terminado ciertas obras. Estas lecturas vienen a demostrar la postura ecléctica que sigue cuando caen por sus manos trabajos de autores que demostraron sobradamente su savoir faire en el campo infinito de la buena literatura. Se trató de:

Estos últimos días ha terminado un interesante libro de un autor –él diría no muy conocido– que se llama Bruce Chatwin. Fue Colina negra, un libro bucólico que parece insustancial hasta cierto punto; pero que refleja fielmente la trayectoria vital de tres generaciones de una típica saga familiar, dentro de una Inglaterra profunda, durante un ignominioso siglo de existencia marcado por dos grandes cataclismos bélicos que dejaron a Europa arrasada, un caudal desmesurado de víctimas, y moral y económicamente hundida. Es un autor que murió joven –a los cuarenta y nueve años–, periodista y viajero impenitente. Renunció a una vida supercómoda en la mejor sociedad londinense para otear horizontes diferentes desde países lejanos y exóticas culturas. Lo conoció literariamente a través del taller literario de Mario Muchnik, en un libro titulado Lo peor no son los autores. En aquel grueso ejemplar del activo editor judío descubrió las tres novelas más los dos libros de andar y ver que nos legó Chatwin, adivinando ya lo que se podía esperar del nómada autor inglés.

A.M.D.G. (ad maiorem dei gratia), de Ramón Pérez de Ayala. Un buen libro que dice la verdad más cruda sobre la nefasta secta de los jesuitas y sus más que dudosos y proselitistas métodos de enseñanza.

Las mocedades de Ulises, de Álvaro Cunqueiro, autor gallego al que tenía muchas ganas de leer. En esta lograda obra se colige su gran eruditismo y conocimientos exquisitos de la mitología, en especial de la figura del personaje rescatado por Nausica en la isla de Ítaca.

La caverna del humorismo, del impío Don Pío Baroja, adquirido en el rastro madrileño al precio de diez euros. Preciosa edición realizada en el año 1919 por Caro Raggio editor, cuñado de don Pío. Disfrutó de lo lindo al leerla, opinando a su culminación lo mismo que Trapiello, que dice que de Baroja todo tiene provecho, como la materia de los cerdos, bestias de las cuales nada se desperdicia.

La antesala del infierno, de Alfredo Marqueríe, novela desconocida de un autor totalmente inédito para él.

Teoría de Andalucía y otros ensayos, de nuestro gran filósofo y humanista José Ortega y Gasset. Publicado por la Revista de Occidente de Madrid en el año 1944, y adquirido también en el rastro madrileño, al precio de diez euros.

La sombra de Peter Wald, de Alberto Insúa, autor del cual no había caído nada en sus manos. Escrita para seguir la línea que emprendió con la famosa novela El negro que tenía el alma blanca, donde la agudeza psicológica y la penetración profunda de los personajes que desfilan por sus páginas hicieron de él un escritor muy leído en su época.

Nueva York: insustituible libro de viajes del diplomático y trotamundos francés Paul Morand, que fuera presentado en 1921 por Marcel Proust con Tendres Stocks. Fue el creador más sibarita del cosmopolitismo literario: escribió en barco, avión, tren, etcétera. Anotó todo tipo de experiencias y situaciones vividas en cualquiera de los numerosos lugares por los que viajó. Libro delicioso. Tras su lectura le gustaría disponer de dinero suficiente para escapar navegando lentamente a través del Atlántico y, al arribar al puerto de Nueva York, contemplar la estatua de la Libertad desde el Hudson como en otras, aún no tan lejanas épocas, lo hicieron miles de inmigrantes en busca de trabajo y futuro. Después de desembarcar e instalarse: perderse rápidamente entre los rascacielos y avenidas de la ciudad más grande del planeta para disfrutar durante un mes sabático de ese trepidante delirio colectivo y monstruosa locura humana.

Después de no sabe cuántas horas de lectura, en un tipo de letra un poco menor de lo habitual, ha concluido La vida es así de nuestro inolvidable escritor portugalujo Zunzunegui. Hace poco tiempo estuvo por la capital de esta nación, que tanta historia, iglesias y arte acumula. Se vio gratamente sorprendido, al ubicar en su mente gran cantidad de lugares y calles por los que transcurre la acción de esta novela sobre la vida de Madrid; en especial la existencia de sus gentes en los barrios más castizos, llenos a rebosar de vida. Pasa por sus páginas el hampa del Rastro, pero tratado con una ternura y a veces un desgarro que hacen que el lector participe en ellas e intuya la vida popular de unas gentes en busca del sustento diario en unos años difíciles y llenos de miseria tanto moral como económica. Impresionante novela donde la ficción se mezcla con la realidad para formar una trama que unas veces resulta muy fácil de desenmascarar; pero otras se siente uno arrastrado por la intensidad narrativa de un autor con una imaginación prodigiosa, el cual, utilizando la jerga del arroyo o lumpen de los matritenses consiguió hacerle gozar desde la primera página hasta el final. Precisamente esta novela también fue adquirida en la Cuesta de Moyano, al precio de dos euros, junto a El hijo hecho a contrata del mismo autor, en cinco euros. Esta última la había leído anteriormente, pero quería tenerla en su propiedad. Dichas compras fueron efectuadas en uno de los actos, preparados de antemano, durante un bonito y reciente viaje de fin de semana, del que promete contar todos los detalles. Ésta fue una primera cita exclusivamente cultural y de toma de contacto con la ciudad de la que ha leído tantas páginas de la mejor literatura desde Cervantes a Galdós, pasando por todos los escritores de la desdichada generación del 98.

El ómnibus perdido, de John Steinbeck, de reciente adquisición en esta última feria del libro antiguo del Arenal bilbaíno. Llevaba tiempo deseando leer esta obra del genial escritor americano. Premio Novel de literatura en el año 1962, fallecido en 1968. Este gran hombre, socialista hasta la médula, autor de Las uvas de la ira, emponzoñaría su vejez escribiendo crónicas de guerra desde Vietnam, haciendo total apología del imperialismo norteamericano y glosa del napalm; loando las hazañas bélicas de generalotes esperpénticos y mercenarios que al final se verían derrotados en un país pequeño, pleno de umbrías selvas. ¿Quién no ha visto aquella estremecedora imagen de los niños vietnamitas, corriendo hacia no se sabe dónde, con su piel hecha jirones, abrasada por el gas deletéreo?” ¡Qué cosas, verdausté!”
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Los aromas femeninos son tan efímeros como fantásticos, su estela se desvanece rápidamente en el éter porque ellas siempre se muestran tan inseguras y sofisticadas como irreales. En cambio, las estelas que nos dejan los libros son tangibles: infinitas, modelan nuestro carácter y nos guían adecuadamente, dándonos todas las pistas para saltar con seguridad de una a otra obra: lo contrario que aquéllas.






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