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sábado, 7 de marzo de 2020

Estiajes y desmadres en el páramo

Estiajes y desmadres en el páramo


Homo sum: humani nihil a me alienum puto
TERENCIO




Tomás, si me da por equipararte
con algo o con alguien,
sólo se me ocurre cotejarte
con un arroyuelo de recorrido
fluctuante que, azaroso,
brota por fin a un páramo estepario;
pero que, inexorablemente,
siempre desabroquelado,
permanecerá sometido, inseguro,
de forma delicada, a aluviones,
estiajes y diversas
calamidades telúricas.

De poseer un código propio,
me atrevo a manifestarte
con franqueza y ecuanimidad infinitas
que el único que atesoras
es el de la discontinuidad
(común a ambos);
por otro lado, tanto la absoluta
fogosidad que desprenden a veces
tus neuronas como la electricidad
que transportan tus castigadas
ramificaciones nerviosas
contribuyen a ello en gran escala.
Ya que, lo mires por donde lo mires,
claramente verás que se trata
de un abanico innegable
de íntimas propensiones empíricas
que empantanan de manera total
el deleite de ti mismo.

Si indago con profundidad
en esta última condición,
tu distintivo se lo delego,
plenamente convencido,
a una intersección
de rondas particulares.

La ternura que habitualmente
manifiestas con casi todo
el mundo es la que te transmite
la madre naturaleza,
sobre todo en primavera,
cuando ya hace varias semanas
que las ramas de los almendros
se han teñido de incipiente albura
e inundan de pureza límpida
las glaucas laderas.
Dicha afección propicia en ti
un profundo revulsivo
que te transporta de forma
automática e inefable
a la morriña de la puericia.

Tu sufrimiento es el pertinaz
descontento que muestras,
tanto contigo mismo
como con ese otro cainita,
inmundo y excesivamente
desarrollado orbe
que nos rodea e incluso
nos anula con su desmesurado
aluvión de indigesta tecnología...
–o cacharrería inútil,
de usar y tirar, oso a decir–;
a lo que tengo que añadir
tu insatisfacción perpetua
y tu falta de enardecimiento,
tan súbita como abúlica.

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