Las matruskas de la walkiria
Semanas enteras únicamente mirándote
pasarme
podría, hasta el éxtasis,
como de las
cordilleras en el Tíbet
el perfil
otean los santones lamaístas:
que he
conocido la mujer más bella eres;
que me
entiendes lo sé o, al menos,
encanto, lo
pretendes;
por eso, que
de mí no te burles
sólo te pido.
De mis días
hasta el fin,
a tu lado largas noches
embelesado
permanecería,
en tu aliento
embriagado,
en tu
corpórea fragancia atrapado,
poro a poro,
sí, mi amor;
pero que
conmigo no juguetees
encarecidamente
te ruego;
que daño no
me hagas,
porque en mil
pedazos
entre tus
largos y tiernos brazos
quebrarme
podría cual
de porcelana
de Manchuria un búcaro,
como algo que
tan más torpe y frágil
cuanto más
hialino y estólido se muestra.
Y con los
múltiples fragmentos, después,
Shinako, mi dulce geisha, ¿qué harías?:
de forma
parsimoniosa, acaso, como tus doce
matruskas
rusas encajas y desencajas,
¿de
recomponerlos capaz serías,
en tanto que
del impar monstruo teutón
La cabalgata de las walkirias
durante tu
inexcusable five o’clock tea escuchas?
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