Caldo en tetrabrick
Ojeamos a deshora los papeles
y sus eclécticos suplementos dominicales
como si absorbiésemos las emanaciones
de los cascos de las cebollas mientras las cortas,
palpitante, para aliñar la frugal ensalada,
que encima te predisponen a la lágrima fácil.
Entretanto, sobre la formica manida de tu mesa,
leo y corrijo con bolígrafo de tinta roja
alguna de tus novísimas composiciones.
En cambio, la mayoría de las veces
lo hacemos acompañados, además de cascos
y papeles: con salsa tártara a punto de caducar;
fragmentos de sopas de ajo flotando
en tu cazuelita de barro preferida;
espagueti que habías cocinado
para tres días, arrumbados en la nevera,
cubiertos con papel de estaño;
restos de langostinos cocidos
mercados a granel el sábado anterior
en el supermercado de la esquina,
los cuales pelamos con mucho
mimo, y untados en mayonesa,
engullimos con estoica parsimonia
y cierta solemnidad;
caldo de gallina en tetrabrik
aderezado con Bovril...
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