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lunes, 9 de marzo de 2020

La caña pensante

La caña pensante


Soy un filósofo aullador. Mis ideas –si ideas son– ladran: no explica nada, estallan.
Cioran


Él dice que la peor de las soledades es la soledad acompañada:

Que el mejor estar es el peor enemigo del bienestar.

Que el trabajo ha dejado de ser una maldición, o castigo bíblico, para convertirse en un artículo de lujo y en una ubérrima fuente de salud.

Que le gustaría poder evitar el sobrecogimiento que siente cuando piensa tanto en lo frágil como en lo efímero del ser humano.

Que las grandes utopías de hace cien años: el amor libre, el divorcio, la ley del aborto... son nuestra más cotidiana y rutinaria realidad. Las actuales, e incluso las futuras, son contempladas con total naturalidad por nuestros más inmediatos descendientes.

Que la vida es una lenta muerte.
Desde que nacemos empezamos a morir: por eso todo esfuerzo humano es filosóficamente inútil.

Que el que todavía piensa que la redención del genero humano es posible, ¡ésa es una persona de verdad! ..., o, sencillamente, un idealista de mentira.

“¿Qué somos, materia o espíritu?”
“Una persona de complexión media de unos setenta kilos de peso se compone de un 65% de agua, 15% de grasas y un 20% de residuo sólido: hidratos de carbono o glúcidos, proteínas y elementos minerales”.
Ideales y moral son los mejores medios para llenar eso que algunos llaman espíritu.

Que todas las cuestiones empíricas consideradas importantes no tienen nada en común con lo que constituye la fuerza más íntima de nuestra vida.

Que la vida es el mejor poeta de todos los escritores, aunque sea insoportable o deliciosamente breve.

Que el que habitualmente profesa de mártir, poco a poco se va suicidando con total estulticia y absurdo desprecio a la estética.

Que cree que lo único sublime es la felicidad existencial codificada por una mente lúcida, portada por un cuerpo sano y ágil; siendo el resto económicos accesorios de quita y pon.

Qué triste, cuánta dignidad humana se ha perdido desde la aplicación del excluyente principio: “Tanto tienes tanto vales”, bajo el incesante acoso de la publicidad, cada día más incidente y agresiva en cuanto al culto a la imagen, al cuerpo y al dinero.

Que el hombre es la medida de todas las cosas, según Protágoras. Mas hoy cree que la mayoría de estas cosas son para superhombres o... ¡supertontos!

Que todas las vanguardias actuales serán los clásicos del mañana, con las cuales podremos entretener a nuestros..., quizá inquietos nietos.

Que la Vida es el mejor regalo que hemos recibido por parte de la sabia naturaleza. E inherente a la existencia lo único serio e inexorable es la Muerte, si bien nunca la conozcamos. Todo lo demás es baladí.

Que la redención de la humanidad, aunque a veces piensa en ello y materializarlo le parece inalcanzable, no le gusta ser tan categórico y deja una puerta abierta a la esperanza porque realmente ésta es el verdadero impulso vital; si se perdiese, todo lo humano carecería de sentido.

Que cuando cumples los cuarenta, si has vivido con coherencia y haces un acto de reflexión, sabes ipso facto cómo va a ser el resto de tu vida.

“¿Qué es la madurez? “Pues..., un simple tópico demasiado manido”. Cuando percibes realmente que la aventura es emoción además de riesgo y la rutina a veces tedio: “¡Puedes llamarte maduro!”

Que la humanidad, con todas sus lacras, defectos e imperfecciones, es una inhumanidad que camina indefectiblemente hacia no se sabe qué tipo de aberrantes utopías.

Qué pena me da: la mayoría de los genios y pensadores, en el devenir de la inhumana historia de la humanidad, han tenido que morir para que ésta reconociese su genio y valor, en la medida de lo mucho que aportaron para la mejora del mundo.

Que la peor vanidad es la vanidad de vanidades: “Dile al TH de lo que presumes y automáticamente te dirá, sin ningún tipo de dudas o balbuceos, tus grandes carencias”.

Que la inteligencia es la posesión de los medios necesarios para dominar a las personas y a las cosas.

Que este planeta es un humano y absurdo caos girando a velocidad de vértigo en el éter infinito, aturdiendo sobremanera a sus tan más prepotentes cuanto ingenuos terrícolas.

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