Polvo de estrellas
Los peripatéticos caminantes hablaron
de féminas guapas todo el tiempo
que les duró el paseo, también de poesía,
de literatura... y filosofaron
como sólo ellos sabían hacerlo.
Sobre sus cabezas únicamente permaneció,
imperturbable, la Osa Mayor,
que levantó acta de las disquisiciones humanas
sobre lo divino y lo telúrico
de los dos sofistas.
Asimismo, testificaron Dhube y Merak,
las cuales, además, apechugaban
con la tarea añadida de contener
la carga sideral detrás del carro:
tara pequeña
para la vista,
pero incalculable para millones
y millones de cerebros engreídos.
Las cinco estrellas restantes tiraban
de aquél con inusitado garbo hacia Vega;
mientras tanto la Polar y Casiopea,
titilantes, ecuánimes,
en su lugar correspondiente,
controlaban desde el infinito
esta sempiterna situación celeste.
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