Dogmas: sangre, sudor y muchas lágrimas
En estos vertiginosos tiempos, viendo el estado del inmundo mundo actual, me
atrevería a decir que la filosofía es la entelequia
más grande e ininteligible de toda la triste historia de la humanidad.
Que no
sé para qué nos ha servido tanto: Discurso del método, Crítica de la razón pura, etcétera. Que, a pesar de tantas irrealidades
metafísicas, tan farragosas e inútiles como incomprensibles para la mayoría:
sabemos muy poco acerca del universo; quiere o intenta solucionarnos el pasado
e incluso el futuro, pero nada nos dice acerca del presente, testigo de tantas
convulsiones en todas las disciplinas y órdenes humanos, puramente teóricos.
Que, hoy, la gran tarea de los filósofos –o mejor, sofistas–: es hacer que los
diferentes gobiernos de todas las naciones se den cuenta y reconozcan de una
vez para siempre las grandes atrocidades que se siguen cometiendo impunemente,
tanto contra el mismo género humano
como las que se infligen de forma pertinaz a los ya demasiado castigados
ecosistemas de este precioso planeta telúrico.
Que, no obstante, sentirse
filósofo debe de ser una sensación de omnisciente magnificencia cerebral, lo
verdaderamente difícil (acaso sea imposible) es transmitir a los demás ese presunto
estado de esplendidez intelectual para lograr entre todos un
mundo más civilizado.
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