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miércoles, 11 de marzo de 2020

El caramillo del rumano

El caramillo del rumano



Las creaciones de nuestros pasatiempos
no son credenciales: ya que no somos
referencia cultural;

ni mucho menos hacemos acopio
de guarismos financieros cargados
de ceros, ni somos rentistas,
ni poseemos esa tosca forma
de no entrar por el aro:

ese entusiasmo apasionado y mostrenco
de nigromantes, profesionales de la política,
rastacueros o, simplemente,
charlatanes al servicio de nuevas

creencias y sectas religiosas
en ardua misión de proselitismo
empalagoso puerta a puerta;

y menos aún estamos dotados
de ese ímpetu de afilador
motorizado o sin motorizar,
que, tras el toque melódico
de su apacible caramillo,
arranca pedaleando el motor
de la fiel Mobilette;

o, de la misma manera, su colega,
un pequeño inmigrante rumano,
dotado de una profusa melena rubia,
sentado, voltea incansable la plateada
catalina anclada sobre los tubos
del robusto bastidor de la vieja,
diminuta y estática bicicleta
encarnada para imprimir revoluciones
sincrónicas al fino pedernal,
previa recogida de los relucientes
aceros de nuestro vecino el carnicero
de toda la vida e, incansable,
en su dócil vaivén manual,
vaciar sus filos mellados
con una eficacia digna de encomio,
pareciendo por un instante

como que nos convierte la vida
en un eslabón sobre el cual cualquier
sustancia o elemento remueve centellas...,
ni nada.

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