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domingo, 22 de marzo de 2020

Ética casuística

Ética casuística


I

El furor astral del universo

El escaso talento y la pobre inteligencia
que poseemos se encuentran
limitados, además, por una
existencia vivida con tal intensidad,
que tales cualidades no nos permitieron
jamás hacer un alto en el camino,
impidiéndonos escuchar con atención
los sabios consejos de nuestros
mayores y progenitores.

Y es que nunca logramos contemplar
con tranquilidad el azafrán de las auroras
o el ámbar de las puestas de sol,
en los bellos atardeceres de verano;
admirar el rutilante parpadeo nocturno
de las estrellas; descifrar el significado
de las fases de la mentirosa Luna,
con su implicación directa en el telúrico
ímpetu de las mareas;
seguir el vuelo de los gorriones;
sentir la caída de las hojas en el otoño;
percibir el furor astral del universo
en los equinoccios y solsticios;
aguardar con sosiego la anunciada
llegada de las primeras nieves,
que con su acolchado manto
harán las delicias de la chiquillería;
ni ser testigos y árbitros de las
incruentas e incansables batallitas
protagonizadas por cientos
de gélidas bolas arrojadizas.

II

Atrezzo de fortuna

Aquellas encarnizadas contiendas
serán presenciadas por un gordo,
blanco e imperturbable muñeco
que siempre aparece tocado
con una vieja chistera;
una bufanda de cuadros escoceses
liada al cuello helado;
una zanahoria a guisa de nariz,
clavada a un palmo por debajo
de las cuencas de los improvisados ojos,
que estos inagotables y gozosos
infantes habían horadado
con meticuloso celo y sus deditos
helados; unas gafas de concha
con montura negra,
desprovistas de cristales,
recuperadas por Luisito del abarrotado
baúl de los recuerdos de su abuelo,
interventor jubilado de vía estrecha
y una cachimba de teca, tan deteriorada
como antigua, del abuelo de Albertín,
piloto, viejo lobo de mar,
clavada en la presunta boca
de la nívea escultura:
aditamentos que completan
el original atrezzo de este glacial
y simpático personaje.

III

Sigue nevando…

Mientras tanto, sigue nevando
de forma lánguida; parece
que la climatología quiere causar
simpatía a estos hombrecitos que,
lo más seguro, retozan incansables
con la mochila cargada de libros
sobre sus espaldas, frágiles: felices
en su algarabía, ingenuos e ignorando
aún que tienen el futuro en sus
enguantadas; aunque, en estos
imborrables momentos,
demasiado ateridas manitas.

Nunca pudimos imaginar la ubérrima
germinación de la naturaleza bajo
la dadivosa tierra;
ni presenciar la eclosión de un pollito,
todavía en el huevo, al venir a la vida.
Pero ahora opinamos que nunca
es tarde si la dicha es buena y,
aún más, amparándonos en
el inolvidable aforismo que
el sabio hindú Rabindranath Tagore
nos dejó escrito, diciéndonos:
“Si lloras por no haber visto el sol,
las lágrimas te impedirán ver las estrellas”;
de esta forma nuestro consuelo es instantáneo...

Así sacamos un provechoso partido
a los días que transcurren,
hace años impensable,
al estar agobiados material
y permanentemente por la esperanza
de labrarnos un futuro mejor;
ya que, entonces, fuimos influidos
por una forma de vida
azuzada de manera constante
por una sociedad de consumo
sugestiva e insaciable,
dotada de unos modos
supereficientes de convicción
a través del marketing,
y aliados –Tomás y el que teclea
estas líneas nos atreveríamos
a decir que mimetizados–
con un tan más desproporcionado
cuanto agresivo despliegue
de medios publicitarios.

Con estos señuelos los jerifaltes
del progreso intentan aún crearnos
unos hábitos o formas de vida
totalmente ajenos a las necesidades
y sentimientos humanos;
ahora bien, si no los
domeñamos y dosificamos de acuerdo
con nuestra forma de ser,
lo más seguro es que seremos
atrapados y engullidos por un sistema
voraz donde todos los que no
consumimos no encajamos
en este modo de vida tan inhumano.

IV

Insaciable sociedad de mercado

Al final llegamos a las éticas conclusiones
de que lo único válido para vivir
con plenitud es una mente lúcida
portada por un cuerpo sano y ágil,
“inspirada por el amor y guiada
por el conocimiento”, según la indeleble
impronta que nos legó Bertrand Russell;
y que el escaparate más bonito y barato
de la existencia es la propia naturaleza,
la cual, además de habernos concebido,
nos viene aportando un día nuevo desde
hace miles de millones de años,

siendo todo lo demás tan accesorio
y fútil como extremadamente efímero,
a posteriori perjudicial para todo
tipo de mentes, aun ya formadas,
pero aún más para las que están
en periodo de formación;

éstas se muestran ansiosas de entrar
lo más rápidamente posible
en la voraz jungla de una
insaciable sociedad de mercado
donde desde tiempos remotos
se viene aplicando la máxima:

“Tanto tenemos tanto valemos”,
tan bien intuida y descrita
por mi colega El Tenaz Hablador.

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