Ética casuística
I
El furor astral del universo
El escaso
talento y la pobre inteligencia
que poseemos se
encuentran
limitados,
además, por una
existencia
vivida con tal intensidad,
que tales cualidades no nos permitieron
jamás hacer un
alto en el camino,
impidiéndonos
escuchar con atención
los sabios consejos
de nuestros
mayores y
progenitores.
Y es que nunca
logramos contemplar
con
tranquilidad el azafrán de las auroras
o el ámbar de
las puestas de sol,
en los bellos
atardeceres de verano;
admirar el
rutilante parpadeo nocturno
de las
estrellas; descifrar el significado
de las fases
de la mentirosa Luna,
con su
implicación directa en el telúrico
ímpetu de las
mareas;
seguir el
vuelo de los gorriones;
sentir la
caída de las hojas en el otoño;
percibir el furor
astral del universo
en los
equinoccios y solsticios;
aguardar con
sosiego la anunciada
llegada de las
primeras nieves,
que con su
acolchado manto
harán las
delicias de la chiquillería;
ni ser
testigos y árbitros de las
incruentas e
incansables batallitas
protagonizadas
por cientos
de gélidas
bolas arrojadizas.
II
Atrezzo de
fortuna
Aquellas encarnizadas contiendas
serán
presenciadas por un gordo,
blanco e
imperturbable muñeco
que siempre
aparece tocado
con una vieja
chistera;
una bufanda de
cuadros escoceses
liada al
cuello helado;
una zanahoria
a guisa de nariz,
clavada a un
palmo por debajo
de las cuencas
de los improvisados ojos,
que estos
inagotables y gozosos
infantes
habían horadado
con
meticuloso celo y sus deditos
helados; unas
gafas de concha
con montura
negra,
desprovistas
de cristales,
recuperadas
por Luisito del abarrotado
baúl de los
recuerdos de su abuelo,
interventor
jubilado de vía estrecha
y una cachimba
de teca, tan deteriorada
como antigua,
del abuelo de Albertín,
piloto, viejo
lobo de mar,
clavada en la
presunta boca
de la nívea
escultura:
aditamentos
que completan
el original atrezzo
de este glacial
y simpático
personaje.
III
Sigue nevando…
Mientras tanto, sigue nevando
de forma lánguida; parece
que la climatología quiere causar
simpatía a estos hombrecitos que,
lo más seguro, retozan incansables
con la mochila cargada de libros
sobre sus espaldas, frágiles: felices
en su algarabía, ingenuos e ignorando
aún que tienen el futuro en sus
enguantadas; aunque, en estos
imborrables momentos,
demasiado ateridas manitas.
Nunca pudimos imaginar la ubérrima
germinación de la naturaleza bajo
la dadivosa tierra;
ni presenciar la eclosión de un pollito,
todavía en el huevo, al venir a la vida.
Pero ahora opinamos que nunca
es tarde si la dicha es buena y,
aún más, amparándonos en
el inolvidable aforismo que
el sabio hindú Rabindranath
Tagore
nos dejó escrito, diciéndonos:
“Si lloras por no haber visto el sol,
las lágrimas te impedirán ver las estrellas”;
de esta forma nuestro consuelo es instantáneo...
Así sacamos un provechoso partido
a los días que transcurren,
hace años impensable,
al estar agobiados material
y permanentemente por la esperanza
de labrarnos un futuro mejor;
ya que, entonces, fuimos influidos
por una forma de vida
azuzada de manera constante
por una sociedad de consumo
sugestiva e insaciable,
dotada de unos modos
supereficientes de convicción
a través del marketing,
y aliados –Tomás y el que teclea
estas líneas nos atreveríamos
a decir que mimetizados–
con un tan más desproporcionado
cuanto agresivo despliegue
de medios publicitarios.
Con estos señuelos los jerifaltes
del progreso intentan aún crearnos
unos hábitos o formas de vida
totalmente ajenos a las necesidades
y sentimientos humanos;
ahora bien, si no los
domeñamos y dosificamos de acuerdo
con nuestra forma de ser,
lo más seguro es que seremos
atrapados y engullidos por un sistema
voraz donde todos los que no
consumimos no encajamos
en este modo de vida tan inhumano.
IV
Insaciable sociedad de
mercado
Al final llegamos a las éticas conclusiones
de que lo único válido para vivir
con plenitud es una mente lúcida
portada por un cuerpo sano y ágil,
“inspirada por el amor y guiada
por el conocimiento”, según la indeleble
impronta que nos legó Bertrand Russell;
y que el escaparate más bonito y barato
de la existencia es la propia naturaleza,
la cual, además de habernos concebido,
nos viene aportando un día nuevo desde
hace miles de millones de años,
siendo todo lo demás tan accesorio
y fútil como extremadamente efímero,
a posteriori perjudicial para
todo
tipo de mentes, aun ya formadas,
pero aún más para las que están
en periodo de formación;
éstas se muestran ansiosas de entrar
lo más rápidamente posible
en la voraz jungla de una
insaciable sociedad de mercado
donde desde tiempos remotos
se viene aplicando la máxima:
“Tanto tenemos tanto valemos”,
tan bien intuida y descrita
por mi colega El Tenaz Hablador.
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