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viernes, 13 de marzo de 2020

Hidromiel con coca

Hidromiel con coca
  

                  Para Diego, ‘el maestro’


¡Joder, maestro!, me has dejado
helado con la noticia flash,
en la cual Josune, una andova de Leioa,
muy ligona y guapa, por cierto,
apareció en una bañera
plena de hielo; pero sin riñones,
después de ser seducida por un tío
cachas, y acudir con él
a lo que ella presentía como
una noche loca de alcohol,
sexo y droga.

La otra tarde, durante mi reparadora
siesta, maestro, soñé que salíamos
tú y yo de fiesta una noche,
y en el primer bar de copas,
nos encontrábamos con dos lúbricas
valkirias: las más atractivas
y deseables de todas las que poblaban
el caleidoscópico antro
atestado de humo, watios y bambalinas.

Las tías medirían uno noventa de altura,
(more or less), maestro,
portaban unos senos como de diseño,
exhibían unas piernas interminables,
con sendos muslámenes embutidos
en unas escuetas faldas de tubo,
de cuero en tono antracita
de las que resaltaba el supuesto anclaje
de los ligueros que, a su vez, remataban
sus sofisticadas medias de licra.

Se nos presentaron:
“Yo soy Heidi; ésta es Britta,
mi prima carnal”.
“Éste es mi maestro,
yo soy Tomás”.
Primero nos fueron ligando,
sin prisa pero sin pausa:
tomamos cuatro jacksdaniels
con Rumba Cola casi seguidos
con ellas, y luego nos dijeron
si seríamos tan amables de
acompañarlas al aeropuerto.

Allí, a punta de cachas y senos,
nos secuestraban sin más
contemplaciones.
Nos condujeron a su jet particular.
En un pis pas es de suponer que
tomaríamos tierra en Estocolmo, maestro.
No bien nos hicieron descender,
vimos, aún sobremanera anestesiados,
cómo llegaba presto una limusina
a pie de la escala del pequeño
turbo-reactor.

Siempre a punta de senos,
nos llevaron al Valhalla
(su jardín-fortaleza particular en
la gélida Escandinavia,
colgado, o esculpido, mejor,
sobre las escarpadas
moles pétreas de no sé qué fiordo),
maestro.

Nada más llegar
nos hicieron hincar de hinojos
ante las efigies de
Odín y Thor, y, sin más,
nos sentenciaron con jocosa
circunspección:
“Aprovechad, hermanos,
porque éste va a ser
el mejor y último kiki
que vais a echar
en vuestras vidas”.

Luego nos trajinaron muy
bien trajinados,
primero la Heidi, después la Britta;
acto seguido nos pasaron un cuenco
de hidromiel con coca de matute
a rebosar, que libamos ansiosos con el fin
de reconstituirnos adecuadamente
después del confricativo lid.

Después, maestro,
totalmente anestesiados los dos,
con frialdad, habilidad y precisión
de neurocirujano,
al unísono una valkiria
(no sé si la Heidi o la Britta)
tiraba de nuestro nabo
con suma delicadeza,
y la otra nos lo cercenaba
de un breve y seco tajo
con un acero sueco de cocina.

Sin más dilación, fueron enviados
(nuestros pobres nabos)
por correo aéreo urgente, maestro,
vía Estocolmo-Ankara-Colombo,
en dos containers de platino
con forma de obús plenos de hielo.

A su llegada al país del té,
uno mismo se imaginaba
–en medio del delirio onírico–
que dos albéitares recién licenciados
en Bombay intentarían transplantárselos
–nuestros pobres nabos cercenados–
a dos estólidos macacos de Ceilán,
habida cuenta de la poca fertilidad
de dichos platirrinos, por lo mucho
que se la pelaban: se conoce
que no hacían otra cosa que pelársela
día y noche (se la pelaban como monos),
a falta de catirrinas marchosas, maestro.

Me desperté tan perplejo como
histérico, y, dirigiéndome al espejo,
me encaré con él:

“¡Hostias, que me quedo en casa,
de verdad, maestro…, o me buscas
una madre coraje apacible y cariñosa,
como te vengo insistiendo
con recalcitrancia últimamente,
                                              maestro!”

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