Prístinos hontanares
Unas veces escuchas Adagio, de Albinoni;
otras El
concierto de Aranjuez, del maestro Rodrigo:
piezas muy meritorias que surgen con renovado
brío
de tus genuinos altoparlantes.
Lo peor del caso es que me da por pensar
que estos efluvios armónicos ya no te resultan
asaz almibarados, a pesar de tu recalcitrante melomanía,
ni siquiera un pelín fascinantes,
aserto que me has hecho inferir en alguna ocasión.
Acaso, me concedes que sólo los comparas
con el burbujeo hialino del fluido acuífero
que mana espontáneo en los prístinos hontanares
de tu retozona inconsciencia, cuyo caudal,
delicuescente, avanza formando meandros,
rasgando el silencio sepulcral de las sombras,
vadeándolo lánguido mientras duermes;
y, sintiéndote transportado
por tus inefables delirios oníricos,
sobrevuelas las cumbres del Himalaya.
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