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viernes, 6 de marzo de 2020

El almirez de los micólogos



El almirez de los micólogos





Hoy imperan crónicas tan innegables como
continuas: puro fárrago pleno de verborragia
que sólo despliegan los trepadores y agiotistas,
embebidos en un egotismo arrogante e impúdico,
de nítido corte seudounamuniano.
Ahora, se conoce que únicamente se nos muestran
así para disimular y soterrar sus propias carencias.

O, dicho de otra manera:
se trata de unas privativas cronologías mundanas que,
de frecuentarlas, deberíamos hacerlo, en todo caso,
con la cólera bendita de nuestra sana ingenuidad,
quizá haciendo gala de ciertas dosis
de estulticia impostada, pero sin la menor praxis;
y no con el hermenéutico
enredo hagiográfico-exegético-intelectual
de aquellos personajes citados,
que encima las someten a diligencia
y aun les brindan su fastuosa morada.

Pienso que, en nuestro caso, es preciso inmovilizarlas
sin contemplaciones antes de que sus habituales
portadores intenten irrumpir en nuestro solicitado
descansillo, previo cotejo a través de la propia mirilla;
mas sin darnos nunca por aludidos.

Después, nos enfundamos el gabán,
nos liamos la bufanda al cuello y tomamos el cayado;
le damos las vueltas necesarias a la castigada cerraja,
y aun la cegamos con silicona:
no fuera a ser que, en nuestra ausencia,
se nos colara por su orificio el recalcitrante intruso
de los martes y aun el proselitista
mensajero de los jueves.

Por fin, antes de descender los cinco pisos
que nos separan del zaguán,
se nos impone dejar una nota hológrafa
sobre el felpudo a los pertinaces mensajeros
escaladores, que les advierta:

“El amo, autor de este recado, y su colega
han partido hacia la cima del Serantes
en busca de una partida copiosa
de Amanita muscaria;
y no regresarán hasta las tantas.
Si les apetece, vuelvan ustedes mañana
provistos de un almirez o no lo hagan nunca,
como venimos recalcándoselo
desde hace ya más de quince años”.

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