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viernes, 21 de octubre de 2022

Valderrama, un bardo quijote en la Revolución mexicana

 

 

 Valderrama, un bardo quijote en la Revolución mexicana

 

 La situación social se nos antoja tan complicada como deplorable durante todo el ciclo de la Revolución mexicana. La gente, sin embargo, ama y apoya a los revolucionarios al principio. Esto muestra que el pueblo está listo para un cambio. Al final, lamentablemente, la gente ya ni anima, ni confía en los insurrectos porque ellos también empezaron a portarse igual que los federales. Entran en cualquier sitio y comen y arramblan con todo lo que pueden como si acaso fueran dueños de todo, igual que el gobierno… En el momento que los serranos notan estos desmanes: orgías, borracheras, atropellos…, empiezan a huir de los rebeldes.

 

Estamos en Juchipila cuando el narrador nos apunta:

Valderrama, en el primer período de la primera borrachera del día, había venido contando las cruces diseminadas por caminos y veredas, en las encrespaduras de las rocas, en los vericuetos de los arroyos, en las márgenes del río. Cruces de madera negra recién barnizada, cruces forjadas con dos leños; cruces de piedras en montón, cruces pintadas con cal en las paredes derruidas, humildísimas cruces trazadas con carbón sobre el canto de las peñas. El rastro de sangre de los primeros revolucionarios de 1910, asesinados por el gobierno” (pág. 202).

Y, al cabo, el narrador:

 

Valderrama, el vagabundo de los caminos reales, que se incorporó a la tropa un día, sin que nadie supiera a punto fijo cuándo ni en dónde, pescó algo de las palabras de Demetrio, y como no hay loco que coma lumbre, ese mismo día desapareció como había llegado” (pág. 204).

 

Pensamos que Valderrama siempre pensando en el simbolismo que el autor quiere dar a los personajes– tiene la función de un particular don Quijote en la novela, y más cuando oye la orden de Demetrio, ordenando:

 

“A cuantos descubran escondidos o huyendo, cójanlos y me los traen” (pág. 195).

 

…y que a ninguno de los presentes parece importarle, salvo al propio Valderrama, que exclama airado:

 

–¡Cómo!... ¿qué dice? –exclamo Valderrama sorprendido–. ¿A los serranos? ¿A estos valerosos que no han imitado a las gallinas que ahora anidan en Zacatecas y Aguascalientes? ¿A los hermanos nuestros que desafían las tempestades adheridos a sus rosas como la madrepeña? ¡Protesto!... ¡Protesto!... (íd).

 

“¿Valderrama, vagabundo, loco y un poco poeta, sabía lo que decía?”

 

Más adelante, nuestro poeta loco aun hace llorar a Demetrio cuando le canta El enterrador. Pero, después de este incidente, éste no ríe más ni nada; y es que a él ya no le importaba otra cosa que no fuese beber como un cosaco y embriagarse; es más, ni siquiera anhelaba el botín:

 

“Pero Valderrama se echó en sus brazos, lo estrechó fuertemente y, con aquella confianza súbita que a todo el mundo sabía tener en un momento dado, le dijo al oído:

–¡Cómaselas!... ¡Esas lágrimas son muy bellas! (pág. 201).

 

Y, a continuación, el bate loco insiste:

 

–¡Y he ahí cómo los grandes placeres de la Revolución se resolvían en una lágrima!... (pág. 201).

 

Desde el momento en que apareció Valderrama en la narración, se nos ha contado en estos cuatro últimos capítulos de Los de abajo, de una forma tan épica como magistral, el regreso de Demetrio Macías a su casa después de dos años en las filas de las huestes revolucionarias; y constituyen un referente ineludible de las críticas sobre la Revolución que convergen en dos direcciones sobre este espacio geográfico en el que va concluyendo el recorrido narrativo del relato. Por un lado, se censura el comportamiento del bando federal contra el que se lucha y que constituye el elemento excluyente de esa guerra fratricida que es la Revolución y, por otro, se cuestiona la unidad de las filas revolucionarias y la legitimidad del hecho revolucionario, no sólo en cuanto a que no ha servido para reparar las injusticias, sino que entre sus filas se han producido tamañas iniquidades.

 

A pesar de la anterior digresión, en otro orden de asuntos, y, tratando de no perder el hilo que hemos venido intentando tejer en torno a la figura de nuestro particular don Quijote, o poeta loco (Valderrama), Azuela usa mucho el simbolismo en el libro. En primer lugar, pensamos que el personaje adjudicado a Demetrio –olvidándonos por un momento de la mitología griega y los cereales– simboliza la transacción de realismo al naturalismo. El cambio del estilo de la novela se puede notar en su personaje: él empieza como un hombre normal, amando a su familia y cuidándose de lo suyo. Durante la acción, según lucha más y más para la revolución, Macías cambia hasta que casi parece no sentir nada más que la intoxicadora vorágine de la lucha.

En segundo lugar, Valderrama, personaje asimismo simbólico, quien creemos que tiene la función de don Quijote en Los de abajo, hace llorar a Demetrio cuando le canta una canción. Pero, después de este incidente, éste no ríe más ni reacciona, a él no le importa nada sino libar y embriagarse, ni siquiera quiere el botín, como hemos anticipado más arriba. El jefe de la partida sólo piensa en su esposa, pero sin nombre; y más en el sentido de que ella es hermosa, y no en el sentido de su amor por ella. Quizás Demetrio simbolice el cambio de estilo: del realismo al naturalismo.

Con Valderrama no sólo se nos aparece el humor sino también su cándida inocencia –si se me admite el pleonasmo–; ahora bien, una inocencia totalmente cargada de sabiduría.

 

Llegados a este punto, con el apoyo de nuestro loco personaje, el cual hemos tratado de contrastarlo con el jefe Macías, nos atreveríamos a decir que la Revolución mexicana pareció ser en vano, puesto que el país cayó en la misma situación anterior a ella.

 

 

Bibliografía:

 AZUELA, Mariano, Los de abajo. Madrid: Cátedra, 2003. 16.ª ed.

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