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lunes, 10 de octubre de 2022

Lazarillo de Tormes: Una lograda sátira anticlerical de impronta erasmista


  Lazarillo de Tormes: Una lograda sátira anticlerical de impronta erasmista

 

 

Verba volant, scripta manent

 

 

(“Yo oro ni plata no te lo puedo dar; mas avisos para vivir, muchos te mostraré”)

 

 

Literatura española del siglo XVI


ÍNDICE

     0. Desideratum

1. Una lograda sátira anticlerical de impronta erasmista
Addenda
Bibliografía y notas

Lazarillo de Tormes: Una lograda sátira anticlerical de impronta erasmista

 

  0. Desideratum

 Nuestro único propósito a la hora de abordar este comedido trabajo es el intento de reflejar los aspectos que más nos han llamado la atención de la obra estudiada, de la manera lo más informal y desinhibida que nos pudiera salir; habida cuenta de los ríos de tinta que esta novelita epistolar, cumbre de la literatura española, ha hecho correr a lo largo de los cuatro siglos y medio transcurridos desde el afortunado momento de su edición.

En estos oteros de nuestra existencia, cuando consideramos que ya hemos hecho casi todo lo que teníamos que hacer en la vida, salvo la mera curiosidad, rayana cuasi cuasi en la diletancia, ya rebasada con sobrada holgura la muga de las cincuenta primaveras, de pasar por una facultad universitaria: no nos da vergüenza decir que seguimos considerándonos demasiado humildes, demasiado ácratas y demasiado profanos e ignorantes en la enjundiosa materia que nos ocupa en esta fase de madurez vital, dentro de la feria de vanidades que envuelve tanto a la misma existencia como a la cultura literaria, como para intentar no sólo dar argumentos convincentes con relación a los puntos que vamos a enumerar y tratar en esta tarea –¡a estas alturas!–, que sin duda nos resultarían demasiados manidos, intertextuales e incluso me atrevería a decir que irreverentes, sino también aportar alguna novedad al respecto; pues consideramos que de sobra están dados (argumentos y novedades) por los grandes peritos de la literatura, al lado de los más eruditos ensayistas y críticos de sus inherentes, vastísimas, y densas disciplinas; los cuales a lo mejor nos hacen sentir aún más impotentes y legos de lo que en este momento nos sentimos.

Hemos intentado la máxima coherencia en la relación y enfoque de los asuntos tratados, apoyándonos perennemente en los magníficos autores consultados, haciendo un especial hincapié en Erasmo y Bataillon, mas sin tratar de importunarlos en ningún momento con nuestros nimios puntos de vista; si es que hemos logrado vislumbrar algo nuevo, cuestión que dudamos sobremanera.

En el caso de que no lo hayamos conseguido (de lo que estamos plenamente convencidos), únicamente se lo debemos a nuestra recalcitrante inexperiencia y vana subjetividad; pero…, llegados a este punto y, en la citada circunstancia postrera, no nos importa consolarnos con lo que nuestro admirado José Bergamín nos dejó apuntado: “Soy objetivo porque soy objeto, si fuera sujeto sería subjetivo”…; aunque en nuestro caso quizás habría que invertir y entrecruzar dichas premisas.

 

 

1. Una lograda sátira anticlerical de impronta erasmista

Navegando a lo largo de un quimérico túnel del tiempo, dejando a la zaga otros periodos no menos interesantes de la literatura española, hemos arribado al pleno Renacimiento hispano, cuando corría el año 1554, en pleno ocaso del reinado Carlos I, en cuyos dominios no se ponía el Sol, padre de Felipe II: el más acérrimo y acendrado defensor de la cristiandad. Desde ese momento, en el que la literatura castellana se enriqueció de forma contundente, muchos eruditos e investigadores han intentado responder a infinidad de propuestas relacionadas con este texto anónimo, no bien comenzó su edición y divulgación, y que va a ser la base de la tarea que vamos a intentar abordar. Esta pléyade de sabios se preguntó, en mayor medida, no sólo por la autoría de la obra sino también por su pertenencia o no pertenencia al género picaresco. Y es que nos atrevemos a decir que los contornos de novela picaresca que tiene el Lazarillo no pueden reñirse si, en vez de fijarnos en la naturaleza de su personaje principal, tenemos en cuenta la estructura del libro. Estos son los rasgos principales que encontramos en la obrita de 1554, y que habrían de remedar todas las demás novelas que se divulgaron después, a partir del Alfarache, obra homónima del maestro Mateo Alemán: el protagonista narra su propia vida; es retoño de progenitores sin recato; él no lo encubre, y principia, por tanto faltando al cuarto mandamiento; es cleptómano; utiliza artimañas para robar; anhela trepar en la escala social, pero no consigue salir de su estado miserable; cuando parece que ha logrado la gloria, le sucede una calamidad; no menciona sucesos apócrifos, su existencia transcurre en territorios populares.

Si bien este postrero argumento, en cuanto al carácter picaresco de la obra, parece haber sido el menos problemático durante más de cuatro siglos, a medida que iban surgiendo nuevas especulaciones, ponencias, dificultades y discusiones. No obstante, para reforzar e incluso tratar de descifrar lo que acabamos de anotar, añadimos lo que Lázaro Carreter nos dejó apuntado al respecto:

 

“Como ocurre con tantos conceptos operativos, el de la <<novela picaresca>> –y voy a referirme sólo a la española del Siglo de Oro– se resiste enérgicamente a ser definido. Marcel Bataillon, reseñando el Itinerario de Alberto del Monte, hacía notar que este [libro] nos confirma en la falta de fronteras naturales del género, por la variedad de las obras que lo integran (…). Se discute, o se niega incluso, el valor distintivo de su característica formal más constante: el relato en primera persona; y ni siquiera hay acuerdo sobre el origen de esa literatura, situándola en el Lazarillo unos, y otros a la altura del Guzmán (…). Pero ocurre que esas obras, antes de ser un objeto críticamente formalizable, constituyeron una entidad artística con rasgos distintivos y límites, en la mente de muchos escritores y del público lector… [1]

 

Esta creación, aún incógnita, se ha hecho muy popular, sobre todo en torno al significado e interpretación de los siguientes sustantivos: ironía, ludibrio, chascarrillo; empero, a su lado, el tema de la sátira: término frecuente y antiguo en la literatura que tiene como fin poner de relieve los defectos del vivir cotidiano (1), nos parece un contenido bastante interesante y, por consiguiente, creemos que merece la pena prestarle especial atención. Por esta razón, después de haber leído un par de veces la novela, nos atrevemos a exponer con absoluta certeza casi lo mismo que cualquiera de los estudiosos o afamados eruditos próximos a aquella dichosa fase áurea de las letras hispanas, que ésta es una novela burlesca, de una jocosidad a veces monstruosa, aun inhumana; mas que, a pesar de todas estas contingencias, podemos asegurar sin ningún tipo de dudas que se trata de libro muy entretenido, rasgueado en un estilo penetrante. Ahora bien, aún así, determinados antropólogos y ratones de biblioteca [la cursiva es nuestra], movidos por un presentimiento de que existiesen muchos asuntos detrás de esta simplicidad y perspicacia, quizás principiaran a promover sus propias averiguaciones con la esperanza de búsqueda, hallazgo y captura de significados oscuros, o ambiguos, hábilmente escondidos o entreverados sin más en la dilatada e inteligente trama irónica, la cual se halla presente a lo largo de, prácticamente, la totalidad de la obra.

En cambio, antes de profundizar en su fondo satírico y en la subsiguiente exploración analítica del texto, los lectores modernos deberíamos hacernos las siguientes interpelaciones, dando por sentado que la ironía es una figura retórica que consiste en la expresión de una idea mediante la contraria (2): ¿Qué juicio tuvo el autor para servirse de su ironía?... Y también: ¿De qué motivo, o por ventura, de qué motivos se dotó para dar rienda suelta a su persistente sátira? Gran parte de los investigadores, por no decir la inmensa mayoría, nos apuntan que se trata de una particular sátira anticlerical de impronta erasmista; ya que, dejándonos llevar por las sendas y vericuetos de la lógica y el pensamiento argumentado, encontraríamos, sin mucho esfuerzo mental, que esta continua invectiva contra la Iglesia, su estulto folklore externo y su congénita beatería, como echamos de ver en esta fantástica obra renacentista, serían las causas principales del empleo de la ironía y, de tal manera, evitar de un plumazo certero al autor la fulminante inscripción de su novela en el índice de libros proscritos por la tan temida como odiada Inquisición. A pesar de todo lo que hemos venido diciendo hasta ahora, Casalduero presume que la ironía –per se– es un fundamento de osada exégesis, porque “sólo la conciencia de un inquisidor, siempre con el temor del derrumbe inmediato, podría considerar temible la burla” (Casalduero 1973: 85).

No bien comenzamos a leer esta joya literaria con atención, en el mismo prólogo ya podemos verificar la autenticidad de este puntual e independiente cotejo; porque de aquí en adelante ya no nos va a caber ninguna duda de que la narración del lazarillo se nos tornará cada vez más acérrimamente irónica, como iremos comprobando a lo largo de su fruiciosa lectura, que ya hemos apuntado anteriormente; y es que el mismo Lázaro nos dice:

“Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, parecióme no tomarle por el medio, sino del principio, porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto.” [2]

 

Este fragmento, siguiendo los argumentos de Joaquín Casalduero, acaso podíamos hacerlo corresponder con el popular grabado del frontispicio donde contemplamos a Lázaro bogando. Dicha panorámica nos documenta con terrible ironía de que en realidad nuestro joven y entrañable personaje “va remando hacia la muerte” (Casalduero: 77). Si bien, a lo mejor, éste sólo es un punto de vista un tanto dramatizado: nos bastaría decir, como manifestaron a su debido tiempo la mayoría de investigadores, y ahora exponemos los atentos lectores, que Lázaro únicamente con el hecho de obtener riquezas terrenales ha bogado a una dársena de deshonor y menoscabo moral. Todas las motivaciones que le llevaron a aceptar su estado final no sólo están expresadas y muy bien imbricadas en la incesante peripecia de sucesos y personajes del libro, sino que también podemos verlas, compararlas, y casi palparlas –a nuestro entender–, con la más cruda realidad dentro de la muy decadente, asaz áspera, demasiado hipócrita y muy ruin sociedad de aquellos años.

 

“La novela demuestra al cabo de qué manera los amos de Lázaro, con su conducta y mal ejemplo, siembran en él el desengaño religioso, fomentan en forma progresiva su deformación moral y espiritual, le inclinan a la práctica de la hipocresía y el disimulo y acaban por convertirle en un redomado bellaco.” [3]

 

Ahora bien, tomando las riendas de la contundente y atrevida conclusión del anterior párrafo, bajo el punto de vista de la hipocresía tan pertinaz que domina a los personajes del Lazarillo, vamos a intentar contemplar a los amos del zagalejo nacido dentro del río Tormes, cerca de la aldea de Tejares, en la provincia de Salamanca, como nos dice él mismo en el Tratado I, con un poco más detalle: Un ciego es el primero de ellos: es un personaje que aparece psicológicamente con una cabeza bastante bien amueblada; tiene una avaricia desmedida, cuyas consecuencias sufre el mozo en carne propia; es astuto, soberbio, hipócrita. Pero, si miramos al futuro, vemos que es un elemento sobremanera importante en la formación de Lázaro de cara a las artes picarescas, como nos apunta con total naturalidad y frescura el mismo protagonista. “Y fue ansí, que, después de Dios, éste me dio la vida, y, siendo ciego, me alumbró y adestró en la carrera de vivir” (Lazarillo: 70). Así que ya encontramos en este pasaje la genial paradoja de que es el ciego el que alumbra al lazarillo y le adiestra; y asimismo observamos el juego de simetría: “el ciego al que el lazarillo guía como destrón, le adiestra a él” (García de la Concha 1981: 70). Una septena de fábulas constituye el cuento del primer patrón del muchacho, en las cuales no sólo se nos subraya de forma muy acertada el absurdo del disparate sino que también se nos destaca a más no poder el más agudo ingenio. La atribución al morapio aparece aquí indicada por diversos estudiosos: Este conocido fragmento fue interpretado por Ángel Valbuena Prat, en el cual el ciego, después de castigar a su criado por libar con mucha astucia de su jarro, lava con el mismo vinazo peleón las heridas de Lázaro y le dice: “¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud” (Lazarillo: 75). Según Valbuena Prat, “el humor trágico castellano asoma en la socarronería ante el dolor, como al lavar, el ciego, las heridas de su criado con vino” (Valbuena Prat 1964: 492). Desde otro punto de vista, Casalduero también observó una perspectiva o matiz aislado en el porqué que descuella independiente, por su carácter irónico; lo que promulga el ciego al empiece: “Yo te digo (…) que si el hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que serás tú” (Lazarillo: 83), se verifica al final de la obra:

 

“Y es que tengo cargo de pregonar los vinos que en esta ciudad se venden, y en almonedas y cosas perdidas, acompañar los que padecen persecuciones por justicia y declarar a voces sus delitos: pregonero, hablando en buen romance.” [4]

 

Damos por sentado que Lázaro jamás tomó una actitud ética ante la existencia, que acepta el mundo como es sin juzgarlo ni rechazarlo; por lo tanto podemos colegir que es un antihéroe en total oposición a los héroes épicos o caballerescos, próximo al tipo de superhombre problemático de la novela moderna, que debe enfrentarse a un mundo más o menos hostil para encontrar el triunfo o el fracaso. Así pues nos encontramos con un ser humano forjado en el ambiente social donde la avaricia, la hipocresía y la maldad han sido los únicos pilares sobre los que se ha cimentado su mala educación. Así nos apunta Rico ese concepto de irónico eufemismo (creemos que como una específica forma innovadora de la ironía) que usa el destrón en algunas ocasiones, y que este prestigioso autor designa como delicadeza:

 “Lázaro gastaba una delicadeza admirable. No decía en absoluto que Tomé González hubiera robado el trigo de los sacos: admitía únicamente que algunos le <<achacaron… ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían>>”. [5]

  Lo que está demasiado claro es que, “con sólo considerar (…) el número y la calidad de los amos que tuvo Lázaro, salta a la vista el propósito del autor de hacer sátira religiosa al concebir la obra; cinco pertenecen a la Iglesia.” [6] ¿De qué manera se nos muestran estos protagonistas? El clérigo de Maqueda es un tacaño que personifica la hipocresía más absoluta y desvergonzada; dicho individuo está perfectamente construido como un personaje absolutamente negativo: el prototipo del hombre marcado por la avaricia. A nuestro familiar zagalejo le convida a un plato de huesos bien roídos y le explica: “Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el papa” (Lazarillo: 89). En otro momento le apunta. “Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por esto yo no me desmando como los otros” (Lazarillo: 90). Y llegamos al colmo de la bellaquería del sacerdote, cuando el monaguillo en funciones nos añade: “cuando al ofertorio estábamos, ninguna blanca en la concha caía, que no era dél registrada: el un ojo tenía en la gente y el otro en mis manos” (Lazarillo: 90). Y a todo esto, acaso mirando al cielo y haciendo referencia a fenómenos meteorológicos, Lázaro nos ahorra el trabajo hermenéutico subsiguiente y nos compendia la delicada situación en la que se ve inmerso con estas acertadas palabras:

 “Escapé del trueno y di en el relámpago, porque era el ciego para con éste un Alexandre Magno, con ser la misma avaricia, como he contado. No digo más, sino que toda la lacería del mundo estaba encerrada en éste. No sé si de su cosecha era, o lo había anexado con el hábito de clerecía.” [7]

 Y así, para ir concluyendo este párrafo, echamos de ver que toda la peripecia vital del mozuelo con el mezquino sacerdote rebosa ironía: una ironía de neta factura histriónica que aun llega rozar el paroxismo.

De manera que, no bien terminamos de leer con atención el corto fragmento dedicado al fraile de la Merced, no nos cuesta darnos cuenta de forma fehaciente no sólo de la absoluta falta de vocación del clérigo, sino también percibir claramente su correlato posterior, haciendo hincapié en el voto de castidad inherente al clero: de su recalcitrante afición a romper zapatos [la cursiva es nuestra], o, lo que es lo mismo, su libidinosa e ilegal devoción por las féminas:

 “Gran enemigo del coro y de comer en el convento, perdido por andar fuera, amicísimo de negocios seglares y visitar, tanto que pienso que rompía él más zapatos que todo el convento. Éste me dio los primeros zapatos que rompí en mi vida; mas no me duraron ocho días, ni yo pude con su trote durar más. Y por esto, y por otras cosillas que no digo, salí de él.” [8]

 Ya nos quedó vislumbrado en las dos lecturas preliminares del Lazarillo que el sintagma romper zapatos se trata de una insinuación sexual donde el zapato hace referencia metafórica al órgano sexual femenino. En el Tratado I, Lázaro nos hace esta agudísima reflexión con respecto a la Iglesia: “No nos maravillemos de un clérigo ni de un fraile porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto” (Lazarillo: 67-68). Por otro lado:

 “Pero es el entero episodio el que está aludiendo a claves eróticas: zapatos y calzar tienen una significación erótica de larga tradición que llega hasta hoy; Quevedo, por ejemplo, habla de <<maridos calzadores, que los meten para calzarse la mujer con más descanso>>. Y lo mismo, trote. Por lo que hace a las cosillas, baste recordar el villancico de Pedro Manuel de Urrea: <<Viuda huelga en Zaragoza / más que casada ni moza; / cada cual dellas retoza / con mil cosillas que sé>>. El tratado IV viene, según eso, a decir que el mercedario desvirgaba él solo más mozas que toda la comunidad junta, y que él fue quien facilitó a Lázaro las primeras oportunidades de este tipo: tantas que no pudo con tanto trote, y que por ello, y por las cosillas que se calla, le dejó.” [9]

 De esta manera, para apuntalar lo dicho en el párrafo anterior y aclarar un poco más dicho pasaje, con la impecable ayuda que nos prestó García de la Concha, y lo que nos dejó apuntado haciendo referencia al fraile de la Merced, concluimos los aspectos más picarescos e irónico-satíricos que modestamente hemos intentado reflejar en esta primera parte.

 1. 1. Cambiamos de nave para intentar el abordaje del aspecto anticlerical y su presunto e inherente erasmismo, dado el valioso apoyo que nos han prestado los autores consultados, con la ilusión de que acaso hemos dejado claro el asunto de la sátira e ironía, o sátira irónica; por todo ello vamos a intentar exponer nuestra teoría acerca del hipotético erasmismo del autor anónimo y su novela picaresca. Dicha conjetura pudimos comenzar a inferirla de la tenaz enumeración de ciertos ejemplos anteriores a este punto, para hacernos llegar, sin ningún tipo de dudas, a la conclusión de que eran la base de las creencias de Erasmo de Rotterdam, desarrolladas a su vez por varios autores, y muy bien reflejadas por éste en varios apartados de su obra homónima Elogio de la locura.

 <<Religiosos y Monjes>>… creen que la mejor forma de piedad es estar tan alejados de la educación que no saben ni leer. Después, cuando en la iglesia cantan los salmos, rebuznando como asnos, repitiéndolos de carrerilla, sin entenderlos, están convencidos de que halagan los oídos de los coros celestiales. Hay también algunos de ellos que explotan su suciedad y mendicidad, pidiendo posadas, carruajes y barcos con gran perjuicio de los demás pobres (...). Se desprecian unos a otros (…). Verás también a otros a quienes horroriza el simple contacto del dinero, como si se tratara de un veneno, pero no se privan del vino y de las mujeres.” [10]

 Tras la atenta lectura de dichos pasajes pudimos comprobar a continuación que apenas existía en el Lazarillo ningún rastro de la educación constructiva que inferimos en aquéllos, y que propugnó con sobrada energía el humanista aludido en cuanto al estudio de la hipocresía y denuncia de un alma no cristiana. Y es que como esta doctrina, según deducimos de la anterior cita del humanista holandés, se mostraba ladinamente prendida del corazón de una sociedad en la que imperaba una doble moral católica, apostólica y romana, casi estamos seguros de que dichos presupuestos provendrían de las citadas doctrinas humanístico-erasmistas.

Así que en cierto modo estamos de acuerdo con Julio Cejador y Frauca y don Marcelino Menéndez y Pelayo, que también reconocieron esta hipotética teoría erasmista; pero hemos de añadir que quien primero la infirió y esbozó con mesura desde sus mismas investigaciones fue el hispanista Alfred Morel-Fatio, “que señaló el parentesco de la obra con el círculo de los discípulos e imitadores de Lutero y Erasmo a que pertenecían los hermanos Valdés (Alborg 1970: 789), habida cuenta del presunto carácter anticlerical del relato –y que todos los lectores presenciamos– en los episodios relacionados con el clérigo avaro, el vendedor de bulas (el de los falsos milagros), y el fraile rompedor de zapatos [la cursiva es nuestra].

“Pero ni siquiera este anticlericalismo nos parece la piedra de toque más segura” (Bataillon 1966: 610). De modo que, a través de estos elaborados esquemas anteriores, hemos llegado a la conocida presunción de Marcel Bataillon –creemos que la más alta autoridad en la materia–, quien no ha aceptado nunca la teoría de un Lazarillo erasmista. “Para Bataillon, el anticlericalismo de la novela procede de la tradición medieval y nada nuevo añade que pueda relacionarse con la crítica de Erasmo” (Alborg: 789). Todavía así, si por casualidad nos persistiera alguna duda relacionada con lo que venimos manifestando anteriormente, Bataillon nos dejó apuntado lo siguiente en su conocida obra Erasmo y España. Estudios sobre la historia del siglo XVI:

 “La sátira erasmista está animada de otro espíritu; no reprocha a los sacerdotes vivir mal, <<sino creer mal>>… Ni una sola vez, ni a propósito de las oraciones del ciego, ni a propósito del tráfico de bulas, hay el menor asomo de un erasmismo que oponga el espíritu a las ceremonias, al alma al hábito. Si supiéramos por algún testimonio fehaciente que el autor es un erasmista, habría que decir que lo oculta muy bien. Pero como esta atribución es hipótesis pura, conviene simplemente renunciar a ella.” [11]

 Desde otro punto de vista, pero siguiendo atentamente el hilo de esta argumentación, el prestigioso hispanista francés no nos pone ninguna objeción a la teoría humanística del erasmismo de forma categórica; ya que, en su sentir, esta forma de pensar –o nuevo ismo– tuvo un gran predominio en la composición de la obra, y sus repercusiones están muy actualizadas en dicha novela. También el autor de Erasmo y España, como acabamos de reflejar en la anterior nota, atestiguaba que si el autor era personalmente erasmista, lo encubrió con mucha habilidad (García de la Concha: 49). Asimismo dicha tesis fue igualmente compartida y admitida por los siguientes especialistas en el tema: Américo Castro, Alfredo Cavaliere, Martín de Riquer, Emilio Carilla y Zamora Vicente (Alborg: 789).

García de la Concha, citado a lo largo del trabajo que nos ocupa, también nos dejó escrito al respecto:

 “Los reformadores católicos y los reformistas heterodoxos dirigían los dardos más acerados de su critica contra la cabeza y los miembros de la Iglesia. Nada de esto se encuentra en el Lazarillo. Sería ciego quien no viese en la novela el trasfondo de una situación histórica que condiciona la fantasía individual y la fisonomía estilística. Hay, sin duda, sátira anticlerical. Pero Bataillon definió certeramente su naturaleza y filiación: anticlericalismo facecioso común.” [12]

 Con todo lo cual, llegados a esta cota, imaginamos que a pesar de los diferentes puntos de vista expresados a lo largo de estas torpes líneas, acaso hemos aclarado en alguna medida el concepto vislumbrado en esta última sección.

  Addenda

 Por todo ello ya no nos queda más que concluir esta breve exposición aspectual añadiendo que, cuando el autor anónimo arregló su obra, se sirvió de todo tipo de gracia (entre candorosa y vitriólica (3), en determinadas escenas, si se nos permite esta oposición adjetival –aceptando siempre tanto su presente como la triste realidad de su tiempo decadente–, bajo la exclusiva y excluyente óptica de la casi segura doctrina erasmista, su inherente ironía y anticlericalismo de base humanista), del chascarrillo (en ocasiones muy duro e inhumano), del humor “retozón a veces, melancólico y escéptico en otras, pero siempre humano y comprensivo hasta para las mismas gentes que hacían mal al lazarillo” (Alborg: 793).

A modo de epílogo, añadimos que a pesar de las variadas y continuas lecturas, además de los aspectos señalados en esta pequeña tarea, leída de forma reiterada, ésta es una novela que nunca nos disgustará sino que perennemente nos alentará a mirar cada vez más profundamente en ella, al mismo tiempo que nos animará a descubrir infinidad de nuevos matices (que sin duda encontraremos) solazándonos de forma continua.

Finis coronat opus

Bibliografía

ALBORG, Juan Luis (1970), Historia de la literatura española I: La Edad Media y Renacimiento, Madrid: Gredos, 2ª ed. ampliada.

ANÓNIMO (2002), Lazarillo de Tormes, ed. Víctor García de la Concha, Madrid: Espasa Calpe, Col. Austral.

ASENSIO, J. Manuel (1959), “La intención religiosa del Lazarillo de Tormes y Juan de Valdés”, en Hispanic Rewiew, t. XXVII, págs. 78-102.

BATAILLON, Marcel (1966), Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI, México: Fondo de Cultura Económica.

CASALDUERO, Joaquín (1973), Estudios de la literatura española, Madrid: Gredos, 3ª ed. aumentada.

ERASMO DE ROTTERDAM, Desiderio (2008), Elogio de la locura, Madrid: Alianza Editorial, 7ª reimpresión.

GARCÍA DE LA CONCHA, Víctor (1981), Nueva lectura del Lazarillo, Madrid: Castalia

LÁZARO CARRETER, Fernando (1983), Lazarillo de Tormes en la picaresca, Barcelona: Ariel, 2ª ed.

PLATAS TASENDE, Ana María (2006), Diccionario de términos literarios, Madrid: Espasa Calpe, S. A., 4ª ed.

RICO, Francisco (1988), Problemas del Lazarillo, Madrid: Cátedra.

VALBUENA PRAT, Ángel (1964), Historia de la literatura española. Renacimiento, Barcelona: Gustavo Gili.

Notas

[1] LÁZARO CARRETER, Fernando, Lazarillo de Tormes en la picaresca, págs. 195-196.

[2] ANÓNIMO, Lazarillo de Tormes, págs. 62-63.

[3] ALBORG, Juan Luis, Historia de la literatura española, pág. 790.

[4] Lazarillo de Tormes, págs. 151-152.

[5] RICO, Francisco, Problemas del Lazarillo, pág. 161.

[6] ASENSIO, Manuel J., “La intención religiosa del Lazarillo…”. En la obra citada de Alborg.

[7] Lazarillo de Tormes, pág. 87.

[8] Ibídem, pág. 133.

[9] Ibídem, pág. 43.

[10] ERASMO DE ROTTERDAM, Desiderio, Elogio de la locura, págs. 115-116.

[11] BATAILLON, Marcel, Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI, pág. 610.

[12] GARCÍA DE LA CONCHA, Víctor, Nueva lectura del Lazarillo, pág. 181.

Notas al pie de pág. en la ed. original

(1) PLATAS TASENDE, Ana María (2006), Diccionario de términos literarios, pág. 742.

(2) Ibídem, pág. 404.

(3) Vitriolo: ácido sulfúrico. Vitriólica: en el sentido de hiriente, devastadora, muy corrosiva (nota del autor).

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