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sábado, 8 de octubre de 2022

El pluriempleo de la vieja barbuda


 

El pluriempleo de la vieja barbuda

 

 

 

Verba volant, scripta manent

 

Literaturas Hispánicas Medievales


 

 

 

índice

                                                

0. Introducción     

1. Zurugía plástica medieval                                                               

2. Los polvos de la madre Celestina                                                  

3. Celestina hechicera: la philocaptio de Melibea                                 

 0. Introducción

A pesar de que han pasado casi cuarenta años desde que cayó en nuestras inexpertas manos el primer ejemplar de La Celestina –se trataba de un libro de la Editorial Salvat, de la colección RTV, Biblioteca Básica, que nos costó en aquellos tiempos la respetable suma de cinco duros; entonces cursábamos el bachillerato elemental, todavía llevábamos pantalones cortos, veíamos la televisión en blanco y negro, y no existían los ordenadores ni los teléfonos celulares– no podemos olvidarnos del continuo impacto que nos iba provocando su tan fruiciosa como inocente lectura, azuzada no sólo por el incauto frenesí didáctico sino también por el desasosegador morbillo causado a cada arrebatado paso de página.

1. Zurugía plástica medieval

Pues bien, pergeñado y tecleado el anterior párrafo, vamos a dejarnos de florituras, entrando directos al trapo en el tema que nos va a ocupar a lo largo de esta modesta tarea. Entonces no nos enteramos de gran cosa, tras la lectura de la inigualable obra homónima del Alcalde Mayor de Talavera de la Reina; pero, por ventura, recordamos con increíble nitidez, no bien llegamos a la pág. 35, dentro aún del primer acto, cómo nos sorprendió el objetivo e inteligente parlamento de Sempronio con el afligido Calisto, cuando le revela a éste quién va a ser la persona que le ayude a resolver el flagrante flechazo que Cupido había lanzado al futuro amante de Melibea en pos de la persecución de su gerifalte favorito: la vieja barbuda [la cursiva es nuestra]:

 CALISTO. –¿Cómo has pensado de hacer esta piedad?

SEMPRONIO. –Yo te lo diré. Días ha grandes que conozco en fin desta vecindad una vieja barbuda, que se dice Celestina, hechicera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay. Entiendo que pasan de cinco mil virgos los que se han hecho y deshecho por su auctoridad en esta ciudad. A las duras peñas promoverá y provocará a lujuria, si quisiere.[1]

 A lo que vamos, lo primero que llamó sobremanera nuestra atención fueron los calificativos ‘hechicera’ y ‘astuta’; mas sobre todo la interesante y no menos morbosa cuestión relativa a los virgos. Ahora bien, ni siquiera nos imaginábamos desde nuestras bisoñas perspectivas qué podía significar lo de hacer y deshacer virgos [id.] y, claro, nuestra inherente timidez relativa a la edad del pavo nos impedía preguntar al profesor de turno lo que aquella actividad podía significar… Así que se nos pasó la edad del pavo y, lo peor de todo, que nos quedamos in albis. Tendrían que pasar casi siete años más para que nos enterásemos del significado de dicho affaire: durante la segunda o tercera lectura, cuando ya llevábamos pantalones largos, fumábamos, e íbamos a incorporarnos a filas, junto a otros reclutas, traqueteando a bordo de un destartalado convoy de madera barnizada rumbo a Andalucía.

 Ahora bien, se conoce que la vieja barbuda era muy conocida por dichos menesteres entre los variopintos y abigarrados ambientes de la supuesta villa universitaria charra, donde suponemos que transcurre la acción; el mismo Pármeno, además de citar de manera muy jocosa nada menos que al presunto marido de la vieja alcoholada, nos la recuerda de esta manera:

 …Y de más desto, es nombrada y por tal título conocida. Si entre cien mujeres va alguno dice: “¡Puta vieja!”, sin ningún empacho luego vuelve la cabeza y responde con alegre cara. En los convites, en las fiestas, en las bodas, en las cofradías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gente, con ella pasan tiempo. Si pasa por los perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aves, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dicen: “¡Puta vieja!” Las ranas de los charcos otra cosa no suelen mentar. Si va entre los herreros, aquello dicen sus martillos. Carpinteros y armeros, herradores, caldereros, arcadores: todo oficio de instrumento forma en el aire su nombre. Cántanla los carpinteros, péinanla los peinadores, tejedores, labradores en las huertas, en las aradas, en las viñas, en las segadas, con ella pasan el afán cuotidiano. Al perder en los tableros, luego suenan sus loores. Todas cosas, que son facen, a doquiera que ella está, el tal nombre representan. ¡Oh qué comedor de huevos asados era su marido! ¿Qué quieres más? Sino que si piedra toca con otra, luego suena “¡Puta vieja!”[2]

Aunque nos hemos salido un poquito del tema principal de este primer apartado, no hemos podido evitar la tentación de insertar el anterior texto celestinesco; y es que hemos considerado que no tenía desperdicio añadirlo para hacer una sucinta descripción de la popularidad de la vieja.

Volviendo al tema que nos ocupa, y ya metidos de lleno en la actividad de cirujana de virgos [id.] de la hábil alcahueta, queremos hacer hincapié en que entonces, en el siglo XV, se vivía dentro de un rígido sistema feudal en donde existía el derecho de pernada, y la mujer, tanto si era noble como si no lo era, no tenía ningún valor ontológico: en la mayoría de los casos sólo se trataba de un mero juguete [id.] para el hombre; pero esta contingencia no resultaba óbice para que la virginidad de las dueñas tuviese mucho significado e importancia de cara al varón. Pensamos que esa primera sangrecilla [id.] derramada tras el himeneo parece que realzaba sobremanera la virilidad de unos hombres feroces educados exclusivamente para ceñir las armas y el triunfo en cualquier tipo de batalla.

Retomamos el tema de los virgos: la vieja Celestina se nos presenta, sin ningún tipo de prejuicios y tapujos, no sólo como una astuta transgresora total del citado sistema feudal sino también como una aguda y constante espada de Damocles para el orden social y su precario equilibrio: sabe componer y descomponer [id.] virgos. Así que, ante esta sutil tesitura, el macho ya jamás va a poder estar seguro de si es el primer virgo que desflora y, mucho menos aún, si la mujer es sólo suya para, llegado el caso, darle sus apellidos y acaso una prole de sucios arrapiezos llorones, porque es la vieja barbuda la que únicamente lo sabe de buena fe.

Cuando llegamos al famoso parlamento de Pármeno del primer acto, éste vuelve a recalcarnos, con una precisión y unos detalles dignos de encomio, tanto el trabajo de cirujana plástica [id.] de la vieja como el principal destino de todas aquellas cuytadillas que, plenamente confiadas en el saber de la antigua madre, acudían a la desvencijada casa de la vieja, situada a la vera de las tenerías del río Tormes:

 … Ella tenía seis oficios, conviene saber: labrandera, perfumera, maestra de hacer afeites e de hacer virgos, alcahueta e un poquito hechicera. Era el primer oficio cobertura de los otros, so color del cual muchas mozas destas sirvientes entraban en su casa a labrarse e a labrar camisas e gorgueras e otras muchas cosas. (...) Asaz era amiga de estudiantes e despenseros e moços de abades. A estos vendía ella aquella sangre innocente de las cuitadillas, la cual ligeramente aventuraban en esfuerzo de la restitución, que ella les prometía. Subió su fecho a más: que por medio de aquellas comunicaba con las más encerradas, hasta traer a execución su propósito. E aquéstas en tiempo honesto, como estaciones, procesiones de noche, misas del gallo, misas del alba y otras secretas devociones, muchas encubiertas vi entrar en su casa. Tras ellas hombres descalzos, contritos e rebozados, desatacados, que entraban allí a llorar sus pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traía!...[3]

Vemos que en el anterior texto celestinesco el ayo más fiel, por el momento, a su dueño, nos ha hablado claramente acerca de los seis oficios principales de la vieja; pero nos da por pensar que el primero de los oficios: labrandera (con el significado de costurera), es la tapadera de los otros, y a lo mejor colegimos que se trata de un eufemismo de nítido contenido sexual, que puede hacer clara referencia al oficio de remendadora de virgos de la vieja barbuda.

Pero, aún más, si nos quedase alguna duda sobre la pródiga ocupación que venimos comentando a lo largo de este apartado, es un poco más adelante del mismo parlamento donde el fiel criado del noble Calisto, e hijo de Claudina, nos dará aun un sinfín de detalles técnicos y mercantiles con relación a dicho procedimiento:

 … Esto de los virgos, unos hacía de vejiga e otros curaba de punto. Tenía en un tabladillo, en una cajuela pintada, unas agujas delgadas de pellejeros, y hilos de seda encerados, y colgadas allí raíces de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana e cepacaballo. Hacía con esto maravillas, que cuando vino por aquí el embajador francés, tres veces vendió por virgen una criada que tenía.[4]

En cuanto a la productividad de esta particular industria, tras las pertinaces, ambiciosas y fructíferas relecturas de la obra, vemos que dicha actividad era la base principal de la economía del solar patrio celestinesco: ya hemos comprobado al arranque de este apartado, e insistimos en ello, como tan bien nos apuntó Sempronio, que “pasan de los cinco mil virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad en esta ciudad”.

Por otro lado, por si nos quedásemos dubitativos respecto a dicha industria, el prestigioso hispanista A. Deyermond nos añade:

 Aun admitiendo bastante exageración hay que reconocer la productividad extraordinaria de Celestina, debida no sólo a la necesidad económica sino también a que este trabajo le apetece (“Yo le tengo odio a este oficio”, dice Elicia, “tú mueres tras ello”, VII, 236). En cuanto a las relaciones económicas entre las dos casas ricas y la de Celestina, consisten exclusivamente en el comercio sexual o en pretextos para él (vender el hilado).[5]

Por nuestra parte, tras la lectura y cotejo del anterior texto, creemos necesario volver a hacer hincapié en el carácter meramente eufemístico del sintagma “vender el hilado”, puesto que estamos plenamente seguros de que se trata de una mera connotación sexual, como habíamos señalado con anterioridad. Por otra parte, nos choca sobremanera no sólo la recalcitrancia sino también la eficacia y la calidad de las operaciones de la vieja zurujana, de la cual no sabemos si tendrían noticia los barberos, curiosos artífices presuntos émulos de Hipócrates que lo mismo que ponían sanguijuelas para efectuar copiosas sangrías, extraían muelas y practicaban otros innúmeros menesteres médicos de forma ambulatoria, supliendo, la mayoría de las veces, a los verdaderos zurujanos y galenos de la época, eventualidad de la que podemos dar fe al leer la tercera escena del acto VII:

 ELICIA. –¿Estas son tus venidas? Andar de noche es tu placer. ¿Por qué lo haces? ¿Qué larga estada fue ésta, madre? Nunca sales para volver a casa. Por costumbre lo tienes: cumpliendo con uno, dejas ciento descontentos. Que has seído hoy buscada del padre de la desposada, que llevaste el día de Pascua al racionero; que la quiere casar de aquí a tres días y es menester que la remedies, pues que se lo prometiste, para que no sienta su marido la falta de la virginidad.

CELESTINA. – No me acuerdo, hija, por quién dices.

ELICIA. –¿Cómo no te acuerdas? Desacordada eres, cierto. ¡Oh cómo caduca la memoria! Pues, por cierto, tú me dijiste, cuando la llevabas, que la habías renovado siete veces.[6]

 Hablando de las presuntas devociones de la vieja, por si nos fueran quedando ciertas lagunas mentales acerca de la ubérrima actividad que intentamos reflejar, Sempronio, circunspecto, pero muy atinado, nos vuelve a apuntar:

 … Lo que en sus cuentas reza es los virgos que tiene a cargo, y cuántos enamorados hay en la ciudad, y cuántas mozas tiene encomendadas, y qué despenseros le dan ración y cuál mejor, y cómo les llaman por nombre, porque cuando los encontrare no hable como estraña, y qué canónigo es mas mozo y franco…[7]

Y ya para dar colofón a este sucinto apartado, y, quizá remedando al autor de esta monumental obra de la cual el mismo Menéndez y Pelayo nos dijo que “si Cervantes no hubiera existido, La Celestina ocuparía el primer lugar entre las obras de imaginación compuestas en España”[8], osamos a echar mano de uno de los más castizos refranes castellanos de nuestra propia cosecha, en cuanto a que “muerto el perro se acabó la rabia”, solamente para afirmar y concluir sin temor a yerro que Celestina ejerció el oficio de remendadora de hímenes casi hasta el mismo día en que murió degollada a manos de Sempronio y Pármeno, siendo dicha actividad el principal caudal de sus ingresos, como atinadamente nos lo recuerda por última vez Lucrecia en el comienzo de la segunda escena del acto XVI:

LUCRECIA. –¡Aun si bien lo supieses, reventarías! ¡Ya!, ¡ya! ¡Perdido es lo mejor! ¡Mal año se os apareja a la vejez! Lo mejor Calisto lo lleva. No hay quien ponga virgos, que ya es muerta Celestina. ¡Tarde acordáis! ¡Más habíades de madrugar!...[9]

 2. Los polvos de la madre Celestina

Desde luego, y salvando las enormes distancias cronológicas que nos separan de la época en que la vieja Celestina hacía de las suyas [id.], como hemos podido comprobar en el apartado anterior, no nos resulta muy difícil imaginarnos a la vieja alquimista de oficio recluida dentro de su infernal y desvencijado tabuco al lado del río, rodeada de alambiques, redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de arambre, de estaño y aun hechos de mill faziones…Y es que, para entenderlo, echamos de ver que nos encontramos en pleno Renacimiento hispano, donde comienzan a asomar las nuevas corrientes humanistas que, tras el abandono de las antiguas y oscuras teorías de los siglos precedentes, vg.: el teocentrismo, se vuelve la mirada plenamente hacia el hombre: antropocentrismo, como nuevo y único motor de conocimiento y aplicación de los métodos empíricos, en una fase de ascenso y mejora no sólo de la precaria economía del medioevo, sino también de la cultura. Ahora el hombre se siente miembro de pleno derecho de la naturaleza y abunda en ella a la busca de conceptos y materiales para intentar domeñarla; así que es en este ámbito donde tenemos que intentar ubicar a la vieja, como acertadamente nos señalan J. Martínez Ruiz y J. Albarracín Navarro en el excelente artículo que estamos consultando:

 La figura de la hechizera celestinesca es frecuente en nuestros siglos XV y XVI y es típico producto del anhelo del hombre renacentista por encontrar el camino que le lleva a un conocimiento empírico de la naturaleza, para dominarla.[10]

Empero para el fin que pretendemos: situar, entender y contextualizar a la vieja en sus oficios de perfumera y maestra de facer afeytes, es necesario leer con atención el siguiente parlamento de Pármeno, en el cual el criado nos va a ofrecer todo tipo de detalles sobre el singular laboratorio y la completísima gama de productos, enseres y otros artefactos que la vieja tenía a buen recaudo y bien clasificados, según su naturaleza, para hacer un uso idóneo de ellos. Con el fin de hacernos una idea aproximada de las menudeces y trebejos de dicha rebotica, vamos a subrayar en el párrafo que viene a continuación todas las existencias de la vieja alquimista:

 PÁRMENO. –… Y en su casa hacía perfumes, falsaba estoraques, menjuí, animes, ámbar, algalia, polvillos, almizcles, mosquetes. Tenía una cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de arambre, de estaño, hechos de mil faiciones. Facía solimán, afeite cocido, argentadas, bujelladas, cerillas, llanillas, unturillas, lustres, lucentones, clarimentes, albarinos. Y otras aguas de rostro, de rasuras de gamones, de cortezas de espantalobos, de traguntia, de hieles, de agraz de mosto, destiladas y azucaradas. Adelgazaba los cueros con zumos de limones, con turbino, con tuétano de corzo y de garza, y otras confaciones. Sacaba agua para oler, de rosas, de azahar, de jazmín, de trébol, de madreselvia y clavellinas, mosquetadas y almizcladas, polvorizadas con vino. Hacía lejías para enrubiar, de sarmientos, de carrasca, de centeno, de marrubios; con salitre, con alumbre e millefolia y otras diversas cosas. Y los untos y mantecas que tenía, es hastío de decir: de vaca, de oso, de caballos y de camellos, de culebra y de conejo, de ballena, de garza y de alcaraván; de gamo y de gato montés y de tejón, de arda, de erizo, de nutriaAparejos para baños –esto es una maravilla–, de las hierbas y raizes que tenía en el techo de su casa colgadas: manzanilla y romero, malvaviscos, culantrillo, coronillas, flor de saúco y de mostaza; espliego y laurel blanco, tortarosa y gramonilla, flor salvaje y higueruela, pico de oro y hoja tinta. Los aceites que sacaba para el rostro, no es cosa de creer: de estoraque y de jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de menjuí, de alfócigos, de piñones, de granillo, de azofeifas, de neguilla, de altramuzes, de arvejas y de carillas, y de hierba pajarera. Y un poquillo de bálsamo tenía ella en una redomilla, que guardaba para aquel rascuño, que tiene por las narizes (…) y remediaba por caridad muchas huérfanas e cerradas, que se encomendaban a ella. Y en otro apartado tenía para remediar amores y para se querer bien. Tenía huesos de corazón de ciervo, lengua de víbora, cabezas de codornices, sesos de asno, tela de caballo, mantillo de niño, haba morisca, aguja marina, soga de ahorcado, flor de yedra, espina de erizo, pie de tejón, granos de helecho, la piedra del nido del águila y otras mil cosas. Venían a ella muchos hombres y mujeres y a unos demandaba el pan do mordían, a otros de su ropa, a otros de sus cabellos. A otros pintaba en la palma letras con azafrán, a otros con bermellón; a otros daba unos corazones de cera, llenos de agujas quebradas, y otras cosas en barro y en plomo fechas, muy espantables al ver. Pintaua figuras, decía palabras en tierra. ¿Quién te podrá dezir lo que esta vieja hacía? y todo era burla e mentira.[11]

Leído el anterior speech parmeniano, pensamos en que sobran las palabras: casi nos hemos quedado atónitos, ¡y no exageramos!, no, ante el presunto conocimiento de la vieja en cuestiones de farmacopea, que pensamos que en nada envidiaba, salvando las distancias, obviamente, a la farmacia actual, y el sofisticado elenco de accesorios [que hemos señalado en cursiva] y demás plantas y minerales [id. en negrita] usados por la vieja alquimista de cara a la elaboración de sus confaciones.

Estamos plenamente convencidos de que nos resultaría muy largo y farragoso enumerar y describir con minuciosa precisión [id.] todos los materiales y artefactos señalados; pero, no obstante, y siguiendo a los dos magníficos autores consultados, vamos a señalar solamente algunos de los productos que coinciden con los anotados por estos autores, y, de manera especial, los que resultan acaso más conocidos para el vulgo, y que ellos, por otra parte, han reflejado en concomitancia con los del excepcional manuscrito árabe de Ocaña[12], vg.:

 –Útiles de rebotica: los barrilejos de barro, de vidrio, de arambre, de estaño, redomillas, alambiques…

 –Aguas para oler: clavellinas, mosquetadas y almizcladas, polvorizadas con vino.

 –Azucarados; aceite de neguilla.

 –Perfumes: algalia, almizques, argentadas, aguas de rostro, aguas de rosa, aguas de mosto.

 –Hieles: de grulla, de carnero, de corzo, de cuervo…

–Tuétanos de corzo y de garza y otras confaciones.

–Untos y mantecas.

 –Mil cosas: excremento de corzo…

 –Remedios para remediar amores y quererse bien: hueso de corazón de ciervo, lengua de víbora, cabezas de codornices, sesos de asno, tela de caballo, mantillo de niño[13], piedra de nido de águila…

 –Yervas y rayces: manzanilla y romero, malvaviscos, culantrillo, coronilla, flor de saúco y de mostaza, espliego y laurel blanco; tortarosa y gramomilla, flor salvaje e higueruela, pico de oro, y hoja tinta.

 –Amuletos: unos corazones de cera llenos de agujas quebradas y otras cosas de barro y de plomo hechas…

 –Pinturas en las palmas de las manos: azafrán, bermellón.

Tras el conciso epítome anterior y, llegados a este punto, estamos totalmente de acuerdo con los dos autores antes citados, cuando éstos nos apuntan lo siguiente:

 Considerando con Criado del Val La Celestina como obra resultado de una larga y accidentada elaboración, con extensa suma de elementos medievales y renacentistas, pensamos que su autor, el judío converso Fernando de Rojas, conocedor del árabe y del hebreo, pudo documentar el pasaje de La Celestina sobre farmacopea y magia en la lectura de tantos libros árabes y hebreos de su época que trataban de remedios médicos, secretos de tocador.[14]

Por otra parte, y, ya para concluir este prolijo apartado, nos gustaría señalar –siguiendo a otra de las excelentes autoras consultadas, dentro del campo de los cuidados ginecológicos–, una de las más genuinas especialidades de la vieja remendadora:

 Destacan por sus múltiples aplicaciones ginecológicas dos sustancias que quiero mencionar. el humo de plumas de perdiz, útil entre otras cosas para el <<mal de madre>> [dolencia de la matriz] como el que aqueja a Areusa, junto con la hiel de perdiz, que acelera el parto, es afrodisíaca, provoca la leche de la recién parida y contiene firmes los pechos de las mujeres. Por su parte la tartarosa (o tortarosa) y gramomilla debía de ser el fármaco esencial en la botica celestinesca pues, además de soldar heridas y fracturas, ser un regulador menstrual y fertilizante femenino, tiene otras virtudes no menos importantes, a saber, cierra la vagina, con lo que –según Laguna [Andrés, médico de la corte de Carlos V]– <<se pueden mil vezes vender por vírgenes las que desean más parecer en efecto doncellas>>, y mantiene firmes los pechos femeninos: <<las vuelve como manzanicas de San Juan>> –dice el propio Laguna.[15]

 3. Celestina hechicera: la philocaptio de Melibea

No bien llegamos a la escena IIª. del acto IIIº., vamos a toparnos con la más auténtica Celestina bruja y hechicera en pleno apogeo activo: se trata del conjuro a Plutón; tras leerlo, enseguida nos damos cuenta de que nos encontramos ante un texto tan denso como elaborado, dotado además de un ingenioso alarde de espectacularidad literaria por parte del bachiller Rojas, visto siempre desde la total ficción y ambigüedad que caracteriza a toda obra de arte, claro está. La vieja, usando ciertas sustancias demoníacas trata de envenenar el hilado que provocará la philocaptio de Melibea. Dicha acepción se consideraba en aquella época como “una enfermedad amorosa (locura de amor), estaba tipificada en la mayoría de los manuales de magia coetáneos, y condenada, bien por creer en el mago que la provocaba o bien por considerarla un acto supersticioso”[16]. Por otra parte, por si no resultase suficiente lo dicho más arriba, “Pedro M. Cátedra documenta ampliamente la práctica y la creencia de la philocaptio medieval y relaciona determinado uso de la magia con su contexto de ideologías amorosas y con un ambiente universitario y científico concreto”.[17]

Como hicimos con el anterior parlamento de Pármeno en el apartado anterior, sin ánimo de repetirnos, también en éste subrayaremos como mera curiosidad gráfica los diferentes materiales que la vieja reclama a Elicia para la realización de esta especie de pacto con el diablo. Después disfrutaremos con su lectura, puesto que pensamos que el texto que sigue no tiene desperdicio, sobre todo si lo enfocamos bajo el prisma exclusivo del humor y nos olvidamos un poco del pertinaz contexto trágico que la mayoría de las veces (por no decir todas) han otorgado a esta joya medieval gran parte de los peritos de la literatura:

 CELESTINA. –Pues sube presto al sobrado alto de la solana y baja acá el bote del aceite serpentino, que hallarás colgado del pedazo de la soga, que traje del campo la otra noche, quando llovía e facía escuro. E abre el arca de los lizos e hacia la mano derecha fallarás un papel escrito con sangre de murciégalo, debajo de aquel ala de drago, al que sacamos ayer las uñas. Mira, no derrames el agua de mayo, que me trajeron a confacionar.

ELICIA. –Madre, no está donde dices; jamás te acuerdas cosa que guardes.

CELESTINA. –... Entra en la cámara de los ungüentos y en la pelleja del gato negro, donde te mandé meter los ojos de la loba, le hallarás. Y baja la sangre del cabrón y unas poquitas de las barbas, que tú le cortaste.

ELICIA. –Toma, madre, veslo aquí…

CELESTINA. –Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos, que los hervientes étnicos montes manan, governador y veedor de los tormentos e atormentadores de las pecadoras ánimas; regidor de las tres furias, Tesífone, Megera e Aleto, administrador de todas las cosas negras del reyno de Estigie e Dite, con todas las lagunas y sombras infernales y litigioso caos, mantenedor de las bolantes arpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conoscida cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerza destas bermejas letras; por la sangre de aquella noturna ave con que están escriptas; por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen; por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado: vengas sin tardanza a obedescer mi voluntad, y en ello te envuelvas y con ello estés sin un momento te partir, fasta que Melibea con aparejada oportunidad que haya lo compre; y con ello de tal manera quede enredada que, quanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición, y se le abras e lastimes de crudo y fuerte amor de Calisto, tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí y me galardone mis passos e mensaje. Y esto hecho, pide y demanda de mí tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento ternásme por capital enemiga: heriré con luz tus cárceles tristes e escuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. Y otra y otra vez te conjuro. Así, confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo envuelto.[18]

Además de los útiles que emplea la vieja para realizar el conjuro, tras la lectura de esta escena, nos resulta muy interesante asimismo la dilatada retahíla de epítetos –que subrayamos– con los que la sexagenaria pitonisa de turno se dirige a Plutón:

 señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos, que los hervientes étnicos montes manan, governador y veedor de los tormentos e atormentadores de las pecadoras ánimas; regidor de las tres furias, Tesífone, Megera e Aleto, administrador de todas las cosas negras del reyno de Estigie e Dite, con todas las lagunas y sombras infernales y litigioso caos, mantenedor de las bolantes arpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras…[19]

 … en dicho párrafo podemos comprobar no sólo el total dominio del idioma, sino también el genial alarde de recursos literarios y conocimientos del tema que está tratando Rojas.

Una vez que hemos leído el anterior parlamento de la vieja, haciendo un gran salto en el vacío para regresar a los compulsivos tiempos en que vivimos, comprobamos, dándole la razón a la autora de este fantástico artículo que consultamos, coincidimos con ella en la necesidad de señalar la disparidad de opiniones respecto a si la magia “existe”; y esta misma autora nos señala muy acertadamente lo que sigue:

 Lo que sigue dividiendo a los críticos no es si la magia “existe”, lo que parece fuera de toda duda aunque sólo sea por su presencia ostensible en la obra, sino si debe considerarse un elemento sólo ornamental, o incluso de verosimilitud, o por el contrario, las artes negras de la vieja son útiles para enamorar a Melibea, es decir, hacen de la protagonista una víctima de la philocaptio (…). Representan a la primera posición (la escasa eficacia de los hechizos, o del mundo sobrenatural, para despertar el amor de Melibea) críticos como Menéndez Pelayo, Madariaga, Laza, Palacios, Toro-Garland, Sánchez y, ahora, Garrosa. Por el contrario, ven valor funcional a la magia Rauhut, Caro Baroja, Maravall, Ruggerio, Finch, Rico y, sobre todo, Rusell, quien llega a denominarlo “tema integral” y no ancilar de la Celestina. A esta última posición se suma Pedro M. Cátedra, citado anteriormente.[20]

Si lo miramos desde el punto de vista anterior, y a pesar de las finas matizaciones inherentes al texto antepuesto, añadimos que nos quedan grandes dudas sobre el enfoque que el autor nacido en La Puebla de Montalbán ha querido dar a la magia en La Celestina; ya hemos aludido no sólo a la anfibología inherente a todo ingenio sino también a toda gran obra de arte. Desde nuestro fiel prisma visual, ante esta tesitura, nos atrevemos a decir, sin presupuestos de ninguna clase, que seguimos pensando en la total incompatibilidad de la brujería con la rígida moral cristiana de la época medieval, sabiendo de antemano que la Inquisición no dudaba en cortar por lo sano todo tipo de prácticas relacionadas con estos ritos y conjuros paganos. Prestigiosos autores y antropólogos, vg. Caro Baroja, nos han hablado largo y tendido sobre el asunto y, para profundizar en la brujería, sería necesario acudir a ellos, cuestión que ya se nos sale tanto del ámbito como del propósito y extensión de este modesto trabajo.

Para concluir esta tarea tenemos para nosotros y estamos totalmente de acuerdo con el autor que consultamos en este momento, de modo que añadimos lo que él nos expone, acudiendo para ello a <<las últimas palabras de Melibea, que es con Pleberio la última ofuscada por los siguientes razonamientos pseudofilosóficos: “Tu señor… ves cuán cativa tengo mi libertad”. Con dicha confesión comprobamos que aunque tiene “el corazón embargado de pasión”, no tiene del todo “presos sus sentidos”>>.[21]

Bajo este etéreo punto de vista, y acaso para intentar desterrar nuestras perpetuas y cartesianas dudas, el excelente autor que consultamos nos vuelve a apuntar, muy oportunamente, lo siguiente:

 En este tenor habría que interpretar el arduo problema de la significación magia en la obra. Creo no errar sugiriendo que, creencias del tiempo y rasgos folklorísticos aparte, Rojas presenta las oraciones de Calisto y los ritos plutonianos de la hechicera para granjearse la voluntad de Melibea, en el mismo nivel mágico y supersticioso. Es decir, y creo no inyectar ideas modernas a este respecto de la intención de Rojas, lo divino funciona en La Celestina con igual eficacia que lo diabólico; a saber, con ninguna. Por el contrario, el hecho de que la rendición de Melibea sea atribuida por Calisto a sus oraciones y por la tercera a Plutón sería razón suficiente para afirmar el distanciamiento, la inhibición y abstención personal de Rojas para decidirse por uno u otro de estos factores “causales”, por no creer en ninguno de ellos. La incongruencia de los que insinúan que, de escribir su obra hoy, Rojas haría suministrar a Melibea alguna droga afrodisíaca, queda manifiesta si se considera la diferencia entre algún factor químico y otros que no lo son.[22]

 

 

     Bibliografía

  CRIADO DE VAL, M. y SOLÁ SOLÉ, J. M. (dirs.) (1977), La celestina y su contorno social, Actas del I Congreso Internacional sobre La Celestina, Barcelona: Borrás Ediciones.

 DEYERMOND, A., “Divisiones socio-económicas, nexos sexuales: la sociedad de Celestina”, en Celestinesca, vol. 8, otoño 1984.

 GASCÓN VERA, E. (1983), “Celestina: dama filosofía”, en Celestinesca, vol. 7, otoño.

 KULIN, K. (1980), “Leyendo a Celestina”, en Celestinesca, vol. 4, mayo.

 MENÉNDEZ y PELAYO, M. (1943), Orígenes de la novela, III, Madrid: “Edición Nacional de las Obras de Menéndez y Pelayo”, XV.

 ROJAS, F. de, La celestina, Barcelona: Salvat Editores S.A. –Alianza Editorial, S.A., 1970.

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 ROUHI, L. (1998), <<“… y otros treynta officios”: The definition of a medieval woman’s work in Celestina>>, en Celestinesca, vol. 22. 2, otoño.

 VIAN HERRERO, A. (1990), <<El pensamiento mágico en Celestina, ‘instrumento de lid o contienda’>>, en Celestinesca, vol. 14, noviembre.

Notas

[1] ROJAS, Fernando de (1969), La celestina (p. 116).

[2] Ibíd. (pp. 122-123).

[3] Ibíd. (p. 123).

[4] Ibíd. (p. 126).

[5] DEYERMOND, Alan (1984), “Divisiones socio-económicas, nexos sexuales: La sociedad de Celestina”, en Celestinesca (p. 4).

[6] Ibíd. op. cit. en nota 1 (p. 236).

[7] Ibíd. (p. 255).

[8] MENÉNDEZ y PELAYO, M. (1943), Orígenes de la novela, III (pp. 335 y 393).

[9] Ibíd. op. cit. en nota 1 (p. 356).

[10] MARTÍNEZ RUÍZ, J. y ALBARRACÍN NAVARRO, J. (1977), “Farmacopea en La Celestina y en un manuscrito árabe de Ocaña, en La celestina y su contorno social (p. 409).

[11] Ibíd. op. cit. en nota 1 (p. 124-126).

[12] Nos hemos limitado a transcribir los siguientes términos. Insistimos en que para profundizar en el léxico y en las aplicaciones de los productos destinados a las pródigas actividades celestinescas, véase MARTÍNEZ RUÍZ J. y ALBARRACÍN NAVARRO, J. (1977), “Farmacopea en La Celestina y en un manuscrito árabe de Ocaña, en La celestina y su contorno social (pp. 412-419).

[13] VIAN HERRERO, A. (1990), <<El pensamiento mágico en Celestina, ‘instrumento de lid o contienda’>>, en Celestinesca (p. 57). Cito por esta autora: Se trata, según Daniel Devoto (“Un ingrediente de Celestina”, Filología 8 [1962], 97-104) de la cofia fetal, amnios, sustancia que cubre la cabeza de algunos recién nacidos; según distintas supersticiones de variadas culturas es un amuleto de poderes extraordinarios y porta la felicidad.

[14] Ibíd. op. cit. en nota 10 (p. 411).

[15] Ibíd. op. cit. en nota 13 (pp. 55-56).

[16] Ibíd. (p. 43).

[17] Ibíd. (pp. 42-43).

[18] Ibíd. op. cit. en nota 1 (pp. 162-164).

[19] Ibíd. (p. 163).

[20] Ibíd. op. cit. en nota 10 (pp. 42-43).

[21] ALCALÁ, A. (1977), “Rojas y el neoepicureismo. Notas sobre la intención de La Celestina y el silencio posterior de su autor”, en La Celestina y su contorno social (pp. 44-45).

[22] Ibíd.

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