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martes, 25 de octubre de 2022

Aspectos de la Casa de los Pobres

 

 

 Aspectos de la Casa de los Pobres

 

Tenía que haber dejado como punto final el del párrafo anterior, culminando ahí mismo el relato en el que trabajaba en esos momentos (Los plataneros del indiano), de hecho, lo hice, y no continué mareando más: ni a los plátanos, ni al hotel, ni al célebre indiano, donde también estaban incluidos estos párrafos siguientes, que he transplantado por arte de magia informática a un nuevo texto, mas no puedo evitar volver al tema del hotel. Cívica cuestión a la que, para concluir aquella narración, añadí ecuánime desde mi actual atalaya de ciudadano y escrupuloso contribuyente foral: Que no me pareció de recibo la dicotomía elegida y llevada a la práctica por los responsables del acto, entre las corbatas prevaleciendo por los salones y el pueblo llano con su repelente taberna a la intemperie en la inauguración del hotel Casa de los Pobres, como hubiera querido el maquiavélico y acaudalado indiano esclavista con fama de masón que hubieran denominado al emblemático local cuando lo donó al ayuntamiento para que con los beneficios de su explotación se diese de comer a los indigentes: numerosos por aquella lejana y convulsiva época de principios del siglo XX: ¡Mejor no haber hecho nada: o todos, o nadie!

Aun así, me gustaría que todos los ciudadanos de esta villa conocieran otros aspectos relacionados con el tema que me viene ocupando desde que me decidí a abordar los incipientes y sucintos apartados que poblaron aquella singular narración (citada en el párrafo anterior) dedicada , entre otras cosas, al evento municipal que supuso su inauguración, verbigracia: Hacia mediados de la década de los cuarenta estuvo alojado en el hotel el más ‘yoista’ de todos los ‘yoistas’, César González Ruano: donde, bajo la negra silueta de la estructura metálica que más geográficamente une ambas márgenes –o que social y actualmente más las sigue desuniendo–, sobre los marmóreos veladores del café, quizá mirando ensoñador hacia las fangosas aguas de la ría, sólo interrumpido de vez en cuando por la extemporánea y ronca sirena de algún vapor carbonero, escribió con su palpitante muñeca varios de sus artículos y crónicas sin argumento (Vuelo sin motor, como él mismo los denominó). Entonces, este irrepetible dandy, que fue inspirado en sus tiempos jóvenes por el baudeleriano Spleen de París, estaba recuperándose de una afección pulmonar.

Sempiternamente y hasta su ígnea destrucción, este establecimiento fue durante muchos años –como nos lo manifestó en alguna de sus novelas el miembro de la Real Academia de la Lengua Española, Juan Antonio de Zunzunegui y Loredo, que tomó el sillón A, vacante del heteróclito, anticlerical y cascarrabias Pío Barojael café de la tertulia y la partida de los ricos, que siempre tenían tiempo para el ocio.

 

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