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sábado, 22 de octubre de 2022

Química y problema de calendario

  

 

                     Química y problema de calendario

 

Suena el timbre del portero automático. Es Míriam. Tomás se levanta para abrir, vuelve un poco sonámbulo a la atiborrada mesa, espera sentado el ascenso de la bella morena y nota su llegada al cerrar ésta la puerta, que él dejó franca, entornada. Sin levantarse de la glauca silla rodante, al entrar Míriam en el estudio, abraza su exigua cintura rodeándola con sus fuertes brazos. Tomás aporta una desmesurada ternura al cariñoso gesto; al mismo tiempo, cuando arrima la cara con mucho mimo hacia sus siempre apetitosos senos, descubre el color y, al mismo tiempo, adivina la sugestiva textura de su precioso sujetador: blanco, de encaje. Fetichista prenda que hace las delicias de los más exigentes amantes de lo femenino. En cuanto percibe el sensual perfume, que inhala con fruición de su apretado y menudo canalillo, nota una tan espontánea como potente tiesura viril bajo el pantalón del chándal… De no ser porque la pareja tenía que bajar a la agencia de viajes, además de existir un “problema de calendario” (estaba con la regla), como le apuntó ella, oportuna, ante el vigoroso entusiasmo de su compañero: lo más seguro es que habrían hecho el amor, mas con esa duradera pasión, inmarcesible, a pesar de que han transcurrido varios meses desde que aquel lejano e inmemorial domingo ella subiera por primera vez a casa de Tomás, no sin cierto melindre u oposición teatral; pero, en el fondo, deseando hacer el amor tanto o más que él.

Durante toda aquella grata fecha, Míriam se sentía muy motivada por la apacible celebración de su cumpleaños. Horas antes, ambos habían compartido la degustación de una monumental paella de mariscos en un bello rincón de Islares, junto al bravo y sápido Cantábrico. Fue un día festivo invernal, imborrable y desapacible... Ahora bien, la adversa climatología no fue óbice para que, después de la comida, se dirigiesen al piso de Tomás y dieran comienzo a una maratoniana tarde de sexo en la pequeña sala de la funcional vivienda del aprendiz de escribidor, eso sí, como en mucho tiempo no lo había hecho él, e intuyéndole el mismo disfrute a su atractiva compañera. Empezaron con verdadero deleite, saboreando un buen scoth, el de la marca del famoso velero, servido con amorosa prosopopeya en vasos bajos, tallados. Atemperaron la ambarina pócima con un par de gélidos carámbanos, los cuales se asentaron como sendos derrelictos en el fondo del vidrio. Sonaba buena música en los sólidos baffles de tres vías: las desgarradas baladas del compacto If we fall in love tonight de Rod Stewart, temas que les incitaron a entablar un bonito tira y afloja o pequeña lucha: “mírame, pero no me toques”. Juguetearon persiguiéndose: circunvalaron repetidas veces la pequeña mesa central como traviesos arrapiezos cuando en sus juegos tratan de imitar a indios y vaqueros, pasando de un sofá al otro. Al cabo, bailaron girando muy apretados sobre la alfombra, despojándose de la ropa con recíproca lentitud. Hicieron el amor con inusitada pasión, cuando Rod abordaba el famoso You´re in my heart. Ella montó a caballo sobre los fornidos muslos masculinos, él permaneció en todo momento sentado en el sofá. Míriam le cabalgó a pelo como una experimentada y muy ansiosa amazona. La jinete gritaba, gemía, suspiraba de placer, vaciándose, dejándose transportar por su inhibido instinto. De vez en vez, la incansable y astuta montadora apache cesaba la veloz carrera y giraba el cuello a ambos lados, desconfiada. Tomás, embobado, agazapado sobre el canapé, con su sexo enhiesto apresado entre la cara interna de los envolventes labios mayores de la ceñida vulva de la morena, oprimido a su vez por los menores, dulcemente acorazado entre los glabros muslos femeninos, de suave y lechosa textura papel biblia, y retenido por su potente cadera, comprobaba semiincorporándose que el automático gesto de su aborigen cazadora no estaba destinado a otear si la perseguía el Séptimo de Caballería, al mando del melenudo chaqueta azul Custer, sino que ella trataba de sentirse ensartada por la dura verga de su tenaz caporal, “pura sangre”. Otras veces, en cuclillas, muy excitada, trotaba o galopaba con total dedicación y ecuestre maestría, mostrando la faz sudorosa y desencajada, de puro hieratismo, apoyando los pies sobre el cojín del sofá. Al mismo tiempo flexionaba sus rodillas y levantaba con rítmica cadencia su cuerpo, tan proporcionado y atrayente como manejable, para caer a plomo sobre el enhiesto miembro viril de su compañero.

Míriam le hizo gozar de una forma plena, contundente... Esta gimnástica postura se la sugirió él en otra ocasión, y es que al sedente le da una hechicera sensación de placer. A ella le añade, además, un sentimiento de completo dominio de las sensaciones del macho, al tomar total protagonismo en este sabroso acoplamiento. Alcanzaron, de forma casi simultánea, un delicioso clímax, con pletórico paroxismo por ambas partes. Míriam no sólo acompañó al delicioso estallido con sensuales gemidos, sino que lo adornó con dulces y muy eróticos susurros femeninos, que irrumpieron en el incólume silencio sepulcral de las vastas praderas, roto antes por la tremenda galopada de la amazona. Ella expresó con plena espontaneidad y desinhibición su hipotética y dilatada continencia.

 Le gustó a rabiar su prieto sexo, áspero, agreste: montaraz, oculto bajo un triángulo púbico intonso bien definido y asentado en su base del monte de Venus: hirsuta selva que apareció poblada por una frondosa mata de vello, negro antracita, a modo de recio y erótico cepillo cubriéndole parcialmente la entrada a la sedienta y sonrosada vulva. El delicioso y elástico órgano se le revelaba con una ligera tonalidad cárdena en su comienzo; hacia su interior se le mostró firme, poco dilatado, tensa contextura que le hizo denotar su escueto uso, además de ningún alumbramiento por esta traviesa, pero “encantadora feúcha”. Cuando la penetró, él sintió su miembro viril en todo su esplendor, bien ceñido por la absorbente y elástica vagina. Sobre todo, porque lo discernió no sólo perfectamente sellado por sus labios menores, cuando interrumpían los movimientos confricativos, sino que también lo apreciaba acariciado, en su vaivén, por las trémulas alitas de los labios mayores. Esta exquisita sensación se acrecentó de forma especial en los momentos en que ella contraía los músculos vulvares e intentaba transmitir la envolvente caricia al pene, tratando de retenerlo. Él contribuía empujándolo y manteniéndolo envainado con total profundidad; del mismo modo percibió una serena y muy placentera sensación, que hoy no sabría describir con palabras. Su cuerpo exhaló una plenitud que, tal vez, tenía un poco olvidada... Una de las frases favoritas de Tomás es exclamar, con cierta aflicción, “que hace el amor poco, mal, y a destiempo”.

 De aquella inolvidable tarde, Tomás recordaba sus amenos prolegómenos. Comenzaron después de los belicosos paseos por la sala. Con ávida parsimonia, no bien dejaron de bailar, la despojó de un ligero conjunto de braguita y sujetador. Antes de soltarle el precioso soutien de tonos vainilla con incitantes transparencias, jugueteó con mucha afectación y delicadeza con la vaporosa prenda, que sensualmente semitapizaba sus ingrávidos senos. Actuaba sin prisa, con afección y deleite, porque le gustaba más vérselo puesto, modelando su bonita y proporcionada figura. Bailaron de forma lenta, descalzos sobre la alfombra. Ella desnuda, él en boxer. Se besaron y acariciaron con temblorosa pasión mientras sonaba Sometimes when we touch, declamada por la más aguardentosa, cruda e inconfundible voz del pop rock: la del incombustible inglés de oro, propiedad exclusiva del multimillonario y polifacético Rod. Míriam inició el mismo saqueo de la masculina prenda interior: primero desabotonó la parte superior junto al elástico, después le aferró decidida el rígido miembro viril con sus pequeñas pero hábiles manos, dotadas de cortos dedos, asimismo provistos de largas, ovaladas y esmaltadas uñas, de un atractivo carmesí. Sin ningún tipo de aspavientos, dudas, ni paliativos se lo introdujo en su sedienta boca, con ansia devoradora, impaciente, voraz, lúbrica. Posteriormente le extrajo con ágil delicadeza el arrugado boxer de sus velludas y fuertes piernas para arrojarlo, sin pamplinas y cierto coraje, en vuelo directo hacia el sofá grande, en cuya sobada cretona aterrizó sin problemas de logística ni de navegación, tras el intempestivo vuelo supersónico.

En el segundo coito de aquella vespertina orgía, ella le dio la espalda, arrodillada en el pequeño sofá, ofreciéndole la húmeda grupa al erecto órgano masculino con total sumisión. Fue una cópula animal, salvaje, muy elaborada desde su apasionado comienzo a su exaltada consumación. Sus viriles embates émbolo-cilindro, unidos a una aleatoria y puntual falta de lubricación vaginal hicieron rasgarse al preservativo, siendo el abstruso interior de su agreste vulva bien regado por el cálido fluido viril. No le dieron excesiva importancia al incidente por las sublimes ganas que tenían los dos de sexo y el elaborado proceso que tan placenteramente culminaron. Tomás apreció la extraordinaria templanza y valentía de su admirable morena; luego decidirán las medidas a tomar. Hicieron el amor varias veces a lo largo de unas horas lujuriosas. Le chupó el glande con mucha dedicación y especial complacencia succionadora, mirándole de vez en cuando a los ojos con cara de disoluta y mostrándole unos labios preciosos pintados de rouge, carnosos, complemento de un bonito rostro de procaz viciosa. Durante el transcurso de las fogosas lamidas, él sintió unas inefables sensaciones, acrecentadas de forma muy notoria al apreciar, de forma simultánea y repetitiva entre sus varoniles muslos, el divertido y cosquilleante roce de sus rebeldes y engominados cabellos femeninos. Empero, dichas acciones también se tornaban un poco molestas por el énfasis voraz que le imprimía la sensual hembra, al notar algunas veces sus afilados incisivos, caninos, molares y premolares sobre la solicitada bellota, en su constante acción embebedora. Quizá le falte a Míriam un poquito de práctica con su linda y simpática boca...

 Concluyó el fantástico disco del anglosajón. Tomás se levantó del sofá, eligió otro y lo insertó en la bandeja del reproductor. Empezó a sonar la voz del siglo XX, Frank Sinatra, atacando poderoso My way; continuó con Strangers in the nigh; este tema tan clásico hizo que a Tomás se le erizase el vello de los brazos y muslos. Por último, sensibilizado por el reconfortante y cálido romanticismo del americano, afrontó la última escena erótica de rodillas sobre la alfombra. Ella permanecía sentada, recostada con total abandono en el diván pequeño, dejándose hacer. No bien sonó el imaginario corte de claqueta del presunto director, el primer actor abordó la escena con total naturalidad; este decisivo momento coincidió con el inicio de Theme from New York New York. Tomás le acarició y lamió la vulva con absoluta laboriosidad y entrega, haciendo titilar la punta de la lengua con agilidad y rapidez sobre ese inédito y tan poco desarrollado botoncito, cree que su gran omitido y olvidado. Es una mujer de enérgicas sensaciones en los senos, sobre todo en los pezones y las preciosas areolas de color azúcar quemado que los circundan; si bien se le muestran más intensas las vulvares. Ahora, éstas provocadas por resueltos movimientos, practicados, además, con exploradora profundidad en busca del mítico punto G y el fondo de su estrecho e insaciable conducto. Continuó luego introduciéndole un dedo, moviéndolo, imitando al pene en su trajín; a continuación, le insertó dos, y al final lo hizo con tres. De esta forma, la abandonada madona explotó en un intenso clímax, que apareció sincronizado con unas fuertes contracciones pelvianas, espasmos que acompañó con unos dulces y femeniles suspiros. Al mismo tiempo dejó una gran mancha sobre la verde y jaspeada cretona del sufrido canapé. Tomás no sabe aún si de flujo, orina o las dos cosas a la vez. La espectacular y tan afluyente corrida de esta vivaracha e inagotable hembra sorprendió al presunto actor; acaso le hizo presentir la incorporación de Míriam al sexo un poco tarde, aunque él piensa que nunca lo es cuando en una pareja ambos amantes intercambian la suficiente entrega, química o pasión y espíritu joven.

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