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domingo, 30 de octubre de 2022

II dolce far niente


 

Il dolce far niente

 
 
[Comentario a Inhibiciones y pronunciamientos, de C. José Cela, publicado en el ABC el 6 /1 / 1995].
 

 

Desde mi humilde punto de vista prácticamente no estoy de acuerdo en nada con el polémico CJC, autor del artículo periodístico que tengo a bien comentar, por llamarlo de alguna forma. Don Camilo siempre se nos mostró como un personaje arribista, soberbio y desvergonzado como pocos dentro del panorama socio-cultural de la piel de toro. ¿Que hay, acaso, demasiadas fiestas?, de acuerdo; ahora bien, si están debidamente reglamentadas no veo por qué los trabajadores no podemos disfrutarlas haciendo en ellas lo que nos venga en gana. O es que no lo hacía él, vagabundeando a su libre albedrío por el país; aunque luego, eso sí, nos pergeñase exquisitos libros de viajes, narrando en ellos las escaramuzas que le surgieron en dichos periplos: ya sería cruzando La Alcarria, luchando con judíos, moros y cristianos o pateando la cornisa cantábrica desde el Miño al Bidasoa... Este personaje ganó el Nobel de literatura en 1989 y no se cortó en absoluto cuando dijo que a este premio, dotado, creo, de cien millones de las antiguas pesetas él le sacaría mil millones: con los royalties y demás rendimientos por publicidad –acompañado de una escultural gacela morena–, conferencias, etc. Me pregunto si el monto de esos descomunales rendimientos no sería para agasajar después en su pretenciosa finca de Guadalajara a toda una caterva de aduladores profesionales, políticos y otras endémicas especies fuertemente radicadas en el ruedo ibérico: todos ellos, claro está, tan vagos e impresentables como él mismo... Y es que considero que hace más por la vida y la sociedad un panadero, un albañil, incluso un basurero o un enterrador, ¿por qué no?, que todos los escritores de su ralea, sofistas, salvapatrias, correveidiles y demás pedagogos de pacotilla juntos.

Provengo de generaciones de campesinos y menestrales que lo dieron todo por este país; es más, algunos no llegaron ni a la edad mínima de jubilación, aquejados de todo tipo de desgastes de músculos y huesos, columnas vertebrales totalmente desvencijadas a lo largo de inacabables años de esfuerzo, y, a veces, aun cayeron abatidos sin miramientos por enfermedades profesionales en muchos casos no contempladas como tal. No todos podemos ser ni triunfadores, ni premios Nobel..., ni nada; aunque si algún día, por casualidad, instituyeran un premio al trabajo de verdad dentro de este cicatero, exclusivo y excluyente sistema capitalista, lógicamente quedarían excluidos por méritos propios todos los vagos y parásitos como el autor de La colmena: al que nunca le he quitado ni le quitaré ningún mérito como escritor, al que sigo admirando por ello; pero que seguiré denigrando como persona mientras uno viva; si bien ya no sé para qué, pues aquél está en el más oscuro infinito. Estoy plenamente convencido de que no se podía ir así por la vida, como iba él; lo cual nos demostró que el único que no encajaba dentro del sistema era él. Sencillamente por eso, y ya concluyo, ese desafortunado artículo fue en su día un enorme despropósito y un absoluto desprecio hacia el mundo del trabajo de verdad: al genuino esfuerzo que realizaban y siguen realizando miles y miles de personas sujetas a la implacable tiranía de la nómina: muchas veces contratados de cualquier manera, laborando en precario y con escasas o nulas expectativas respecto al futuro... y mucho menos aún al dolce far niente.

 

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