Gora Euzkadi
Los vascofranceses están orgullosos de ser vascos y franceses; y los vascoespañoles se sienten asimismo orgullosos de ser vascos y españoles, porque el País Vasco, y específicamente Vizcaya, siempre estuvieron unidos por propia voluntad y durante siglos a la Corona de Castilla. Sin embargo, existe otro grupo de ciudadanos intoxicados, catartizados por un discurso tan incongruente como melancólico, patético y victimista; y, a mayor abundamiento, con esta rancia trilogía pretenden hacer creer al resto que sufren un acoso y derribo de todo lo vasco por parte de lo que ellos llaman Estado español: coacción difícil de creer, ya que todas las regiones del Ruedo Ibérico soportaron cruentamente lo indecible o incluso más que ésta tras el vesánico fratricidio y la posterior dictadura militar impuesta por los rebeldes. En estos momentos la denominamos Euskadi, y es el onírico producto de un fanático, racista y xenófobo llamado Sabino Arana Goiri, un personaje muy dolido al no poder tomar partido él ni su conservadora familia –arruinada por su apasionada contribución a la causa carlista– en aquella rápida industrialización tras la fiebre del oro de finales del siglo XIX y principios del XX. Este bardo, cuando pretendía hacer literatura en sus ratos de ocio y no lo conseguía –nunca lo logró, no obstante sentía pasión por todos los clásicos españoles–, diseña una bandera a semejanza del logotipo tricolor de la Unión Jack británica, y, bajo el anacrónico lema carlista: Jaungoikoa eta lege zaharrak (Dios y leyes viejas), se empeña en llevar a sus prosélitos hacia una Arcadia feliz –queriendo así contrarrestar el socialismo antivasco y anticatólico–: una sublime utopía que siempre se nos ha aparecido engalanada con pieles de oveja y ubicada en lindos caseríos donde suenan preciosos compases de txistu y tamboril; eso sí, rodeados a su vez del característico verdor de este primitivo, bello y bucólico País Vasco que tanto contribuyó con sus ricas menas de mineral férrico para el bien de la nación.
¡Plegue a Dios que se hundan en el abismo los montes de Bizcaya con su hierro! ¡Fuera pobre Bizcaya y no tuviera más que campos y ganados y seríamos entonces patriotas y felices!, había dicho y escrito Sabino Arana en 1895.
En tiempos remotos del siglo primero, aunque infravalorada, Cecilio Segundo: Plinio El viejo, ya comentaba en alguno de sus treinta y siete volúmenes de Historia natural la gran riqueza férrica de los verdes montes vascos; siendo Flaviobriga el punto más neurálgico en el norte de aquella antigua colonia llamada Hispania, integrada en el gran Imperio Romano que, entonces, quiso dominar al minúsculo mundo conocido.